Carlismo de sobremesa

Si bien no estamos en tiem­pos de guerrear con fusiles, tampoco es que la batalla se haya detenido

Resulta curioso recordar la primera impresión que dejaron en mí ciertos carlistas: una partida de bandidos que no hacen más que reunir­se, beber y brindar por un rey, recordando quizá a aquellos Plateados del siglo XIX. Para mí esas reuniones no tenían un resultado práctico verda­dero: el engaño de la politiquería moderna no me dejaba ver el fondo de esos concilios de sobremesa.  

No entendía entonces la importancia de esas sobremesas, forjadas con amistad y objetivos comunes. Y es que, si bien no estamos en tiem­pos de guerrear con fusiles, tampoco es que la batalla se haya detenido. Al menos no por falta de ganas de cazar guiris, hay que decir: sólo se lle­vó momentáneamente a otro frente. La batalla la estamos librando ahora en el corazón de la sociedad: las familias, y se gana con las armas de la sobremesa: la comunidad, la amistad y la convivencia.

La sobremesa no es sólo la antítesis de esa falsa interacción digital que nos proponen las fuerzas luciferinas, es también antídoto. ¿Quién querría revisar las «redes sociales» cuando tiene frente a sí a un amigo, o a la familia? ¿Para qué tener el teléfono, pues, cuando estamos conspi­rando, riendo y brindando?

Descansa en estas ideas la genialidad de los círculos carlistas como esas comunidades vivas en que se relacionan personas que comparten un ideario, la Fe y la militancia.

Contra estas comunidades que esgrimen la sobremesa como arma para mantener la sociedad como Dios manda, poco pueden conseguir las presiones externas: politiquerías, consumismo, ideologías… en pocas pa­labras, el modernismo luciferino. Y es así porque estas comunidades se respaldan, se apoyan y reafirman en aquellas convicciones que saben ciertas y también, si es preciso, corrigen al que empieza a desviarse.

Estas sobremesas no son sólo la metralla de primera línea. En oca­siones, se forjan en ellas los misiles de alto impacto: artículos de periódi­co, conferencias, actos públicos, acciones, en fin, que extienden su alcan­ce. Son, pues, como hogueras de cuyas pavesas se prenden los pastizales circundantes.

Y sucede, de pronto, que uno se encuentra, efectivamente, no ha­ciendo más que reunirse y beber y, sin embargo, ese «sólo reunirse y be­ber» es la batalla, el frente y una pequeña victoria contra el liberalismo. Y sucede, de pronto y entre cervezas, que se adhiere alguien más a la Causa. Y de pronto y entre risas, se mantiene viva la llama de un ideario que ha pasado la prueba de los años. Y de pronto, entre amigos y familia, pervive y se reconstruye –de a poco– la cristiandad.

¡Que dicen que los carlistas sólo beben y brindan por el Rey!… pues sí, ¡Salud y que viva Enrique V!

Manuel Soní Rico, Círculo Tradicionalista Celedonio de Jarauta.

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