En la línea dinástica de Príncipes carlistas o legitimistas que durante casi siglo y medio sostuvieron en España la bandera tradicionalista se sucedieron figuras cuya valoración personal sería entre sí muy diferente. En cambio, por la parte de sus esposas –las reinas– se ha dado una sucesión de mujeres preclaras, de notoria santidad, que hubieran sido dignas de ocupar el Trono de Isabel la Católica.
Desde la Princesa de Beira –segunda esposa de Carlos V–, que salvó una grave crisis sucesoria facilitando la proclamación de su nieto Carlos VII, hasta Doña Magdalena de Borbón-Busset, que asumió la amarga misión de salvar el honor del Carlismo mancillado por su hijo y heredero Don Carlos Hugo. Pasando por Doña Margarita de Parma, el «ángel de la caridad» en la guerra de 1873, y Doña María de las Nieves de Braganza, esposa de Don Alfonso Carlos y su compañera infatigable cuando éste luchaba como general en la misma contienda.
Aparece ahora en el mercado un libro titulado Don Javier, una vida al servicio de la libertad, prologado (y básicamente escrito) por Don Carlos Hugo en el que se afirma en su inverosímil empeño de transformar lo que él llama «Partido Carlista» en un partido de izquierda, «socialista autogestionario», del que él mismo se titularía «líder» (El título de carlista no se tomaría ya –suponemos– de los reyes legítimos, sino de Carlos Marx). Todo ello como réplica a la frustración de sus ambiciones para la sucesión de Franco.
Pero este libro además –y para alcanzar todo límite de vileza y falacia– atribuye esa maniobra de deserción a Don Javier, su piadosísimo padre, que, si de exceso de religiosidad se pudiera pecar, tal sería su pecado. Y este es el momento en que incide el doloroso papel que aceptó Doña Magdalena al hacer público un testimonio y una apasionada protesta que publicaron varios diarios franceses y españoles, entre ellos El Alcázar de Madrid, fecha 8 de marzo de 1977. Esta denuncia dice así:
«Quiero expresar mi indignación por el hecho de que mi hijo Carlos Hugo haya sido capaz de acusar a su propio hermano Sixto Enrique de haber secuestrado a su padre, cuando precisamente esta mañana, a las 7,30 hora, y en contra de las consignas más estrictas de los médicos, nuestra hija Cecilia, de acuerdo con su hermano Carlos Hugo, se llevó a mi esposo fuera del Hospital Americano, centro en el que estaba hospitalizado desde hace ocho días, y donde yo he permanecido junto a él durante todo ese tiempo, con el pretexto de acompañarlo a Misa. Quiero añadir además que es imperdonable que Carlos Hugo no haya vacilado en arriesgarse a hacer salir del Hospital a su padre, sin ningún respeto a su edad ni a su estado de salud, para llevarle ante un notario desconocido a fin de obligar a mi esposo a hacer una declaración a favor de Carlos Hugo y contraria al auténtico Tradicionalismo.
“Para conseguir que mi esposo firmara esa declaración, Carlos Hugo no ha dudado en emplear los chantajes y presiones más innobles, llegándole a decir que la vida de su hijo Sixto se vería amenazada si no firmaba esa declaración, sin haberle permitido regresar más que después de firmar ese texto. A última hora pudo mi esposo volver al Hospital, adonde llegó visiblemente afectado y trastornado por el hecho de haber sido obligado por su propio hijo Carlos Hugo a firmar un texto difundido en su nombre y tan contrario a sus ideas.
Hago constar que a partir de ahora estoy decidida a utilizar sistemáticamente todos los recursos jurídicos que estén a mi alcance para preservar la salud de mi esposo y la dignidad y el honor de mi familia».
Sin reponerse de tamaña afrenta, murió Don Javier, poco tiempo después, dentro de ese mismo año. Puede imaginarse el sufrimiento que costaría a esta insigne dama el dar a conocer esta siniestra conjura, obrando sólo por amor a la Causa y a la memoria de su esposo. Su declaración se halla recogida en la obra del benemérito carlista Manuel de Santa Cruz Apuntes y documentos para la historia del Tradicionalismo español que se refiere precisamente al periodo en que don Javier fue abanderado de la Causa. El propio autor declara que fue precisamente su conocimiento, con años de anticipación, de que don Carlos Hugo acabaría publicando este libro falaz lo que le movió a emprender esa gran obra histórica, documentadísima, en 32 volúmenes para constancia fidedigna de lo que ha sido y es el verdadero Carlismo en su historia y ejecutoria.
Pero la maldición de doña Magdalena a sus hijos Carlos Hugo y a sus hermanas que colaboraron con él no terminó en esa declaración, sino que alcanzó hasta el mismo límite de su vida. En momentos próximos a su muerte tuvo la entereza de prohibir el acceso a su palacio de esos hijos, rodeándose sólo de Don Sixto y de Doña María Francisca, princesa de Lobkowicz […].
Rafael Gambra
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