Monteagudo, Atahualpa y Fernando VII

Retrato del Rey Fernando VII, Vicente López

Los primeros meses de 1809 en Sudamérica salió a la luz un escrito anónimo que, dotado de una prosa muy hábil y convincente, engañó con facilidad a algunos hispanoamericanos. Fue Diálogo entre Atahualpa y Fernando VII en los Campos Elíseos, cuya autoría se suele atribuir a Bernardo de Monteagudo, el infame revolucionario altoperuano.

Mientras que los caudillos e intelectuales secesionistas en América se afanaban en disfrazar su rebeldía de fidelidad a Rey, Monteagudo destilaba en este escrito ansias de sedición casi sin tapujos. El manuscrito circuló por obra de los pendolistas, que copiaban documentos en oficinas a veces clandestinas.

La premisa del diálogo es la siguiente: si los españoles peninsulares se levantaron contra la invasión napoleónica, los ultramarinos también tenían derecho a hacerlo contra sus autoridades. El Inca Atahualpa y el Rey Fernando VII se encuentran en los Campos Elíseos, el inframundo griego.

En aquel lugar, mientras Don Fernando expresa su pesar por las revueltas en el Reino, el Inca lo lamenta mucho, pero a la vez señala su propio pesar por la supuesta masacre y el abuso español contra su gente. Al final, el monarca español se termina convenciendo de que la revolución es la única solución al problema planteado y acepta la retórica de su contrincante.

Este Diálogo es una de las obras literarias más influyentes en el pensamiento revolucionario americano, de acuerdo al criterio del profesor Guillermo Francovich en su libro La filosofía en Bolivia. La polémica entre el Inca peruano y el Rey en el escrito de Monteagudo se puede resumir en cinco puntos, según indica Francovich.

1º. Atahualpa defiende la voluntad popular como fuente de soberanía. El Rey Fernando acepta eso, pero niega que se aplique al caso americano. Sin embargo, el inca insiste con atribuir terror, desolación e injusticia a la conquista española.

2º. En respuesta, Fernando VII señala que todo reino ha obrado algunas injusticias en su expansión, como los de asirios, persas, romanos y griegos. Atahualpa insiste en que las maldades del vecino no justifican las propias, pero además, se atreve a atribuir mucha más malicia a España que a los otros reinos.

3º. El Rey trata de justificar la conquista aludiendo a las instrucciones del Papa Alejandro VI. En respuesta, Atahualpa descarta la autoridad papal para eso, deformando el principio bíblico de convivencia entre potestad terrenal y espiritual, al igual que los protestantes.

4º. Fernando insiste en que la decisión del Papa fue correcta, porque gracias a eso se evangelizó a los amerindios. Atahualpa asegura que la propagación de la fe no implica poder político, porque de lo contrario, los apóstoles debían haber sido coronados. Nada tan pérfido como una analogía así de hueca.

5º. Finalmente, el Rey indica que los conquistados juraron vasallaje y fidelidad al Reino de las Españas. No obstante, el inca arguye que la obediencia dejó de tener vigencia cuando el Rey supuestamente abandonó a sus súbditos dejando de protegerles y de procurarles felicidad. A la luz de la recta razón, todo lo anterior deja entrever el débil sustento ideología revolucionaria.

Atahualpa finaliza el diálogo incitando a los peruanos a la rebelión: «Desaparezca la penosa y funesta noche de usurpación y amanezca el luminoso y claro día de la libertad». Así concluye uno de los escritos más perniciosos de las guerras secesionistas hispanoamericanas, con un claro cariz liberal resultado de una hábil pero injusta retórica.

La astucia de Monteagudo para deformar la realidad podría compararse a lo que representó Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano en nuestros tiempos. Ambos escritos pretenden fortalecer la leyenda negra española, pero nos toca a nosotros exponer sus falsedades.

FARO/Círculo Tradicionalista San Juan Bautista. A. Mariscal