Paleolibertarianismo y Carlismo: ¿una nueva escisión? (y IV)

Calderote, representación de la victoria de Villar de los Navarros contra los liberales. Ferrer Dalmau

En el artículo anterior hablamos sobre las ideas matrices de Anxo Bastos y Hoppe. A continuación, vamos a profundizar en dichos corolarios.

La supuesta compatibilidad del tradicionalismo con un radical capitalismo liberal, como el promovido por los austrolibertarios, choca de lleno con las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia; pero los liberales católicos siempre se las ingenian para relativizar y separar lo económico del «liberalismo filosófico».

Según Thomas Woods, un gurú de esta tendencia, la Iglesia no tiene competencia para enseñar en materias «técnicas», excluyendo de todo juicio moral y teológico a la economía. No pensaban así los escolásticos, para quienes la economía era una ciencia práctica moral en su esencia.

Lo anterior no es sino una consecuencia del moderno axioma Humeano-Kantiano «del ser no se deriva el deber ser», que según estos autores heterodoxos llevaría a la separación radical entre una «economía normativa» (moral) y una «economía positiva» (técnica). Es evidente que esos autores por muy «paleo» que se denominen, no escapan de la mentalidad moderna y del juicio infalible de la Iglesia, que la condena.

Otros, como Gabriel Zanotti, postulan una interpretación minimalista de la doctrina social de la Iglesia, según una concepción personalista-maritainiana. Un «capitalismo con rostro humano y centrado en la persona», como si la especulación financiera fuese tan «humanista».

Bastos y Hoppe se basan en todo lo anterior para compatibilizar un ideal pretendidamente reaccionario y anti-estatista con la sociedad libertaria. Pero olvidan la primacía del bien común, el concepto recto de libertad y el principio de totalidad.

Tanto Bastos como Hoppe tergiversan la subsidiariedad, al igual que en Chile lo hizo Jaime Guzmán, quien renegó de su maestro, el padre Osvaldo Lira. Todos ellos confunden la autonomía de los cuerpos intermedios con el orden espontaneo de Hayek. Es indudable que el capitalismo liberal es revolucionario, una fuerza que arrasa las comunidades orgánicas tradicionales y las engulle bajo la tiranía del Dinero, la usura y el individuo abstracto de la Revolución. No hay nada reaccionario en esto, es pura burguesía liberal, mal llamada católica, del siglo XIX.

Sólo el carlismo puede agrupar todos los elementos legítimos que haya en las diversas ideologías parciales porque es la Cristiandad a la española, universalista y teocéntrica, que ordena todas las realidades temporales bajo la luz de Cristo Rey, sin la ceguera ideológica de la modernidad.

Juan Antonio Santander, Círculo Tradicionalista Antonio Quintanilla de Santiago