A menudo muchos urbanitas se preguntan qué puede aportar a la educación de un niño la vida en el campo. Acto seguido, suelen responderse, por lo general, con tópicos como el del contacto con la naturaleza, aprender que la leche viene de la vaca y no del supermercado, el canto de los pajaritos, conocer el ecosistema etc.
Todo eso está muy bien pero es insuficiente; porque si fuera lo único que tuviéramos en cuenta nos daría igual llevar a un niño a una aldea en los Alpes o en África central en lugar de al pueblo de su abuelo en Castilla, Aragón, Asturias o Andalucía. En la historia de la civilización siempre se ha señalado como un hito que marca un antes y un después el paso del nomadismo al sedentarismo. Sin embargo, pareciera que el mundo moderno se empeñara en potenciar, por distintas vías y en distintos grados, el desarraigo. Es más, dando una nueva vuelta de tuerca al fenómeno ha conseguido que muchos vivan instalados en el cambio no por necesidad sino como fruto de una decisión puramente voluble y, en teoría, voluntaria.
Pero el cambio arbitrario y por sistema es un enemigo de cualquier comunidad humana sanamente constituida. Una cosa es pacer en lugar distinto al que se nace por azares ingobernables u obligado a ello por necesidades perentorias y otra muy distinta pensar que el hombre puede no echar verdaderas raíces, cual vilano al viento, entregado al capricho de las corrientes de aire. Ese supuesto destino infinitamente abierto que se despliega ante nosotros no es tal desde el instante en el que pesa sobre cada uno una herencia, cuyo primer fardo a la espalda es, antes que nada, el mismísimo pecado original. Podemos rechazarla o encargarnos de ella, pero es ridículo hacer como si no existiera.
En el caso de nuestro entrevistado, esta herencia se compone, sobre todo, de algo que está a punto de perderse: la convivencia con esa última generación que ha segado con hoz, ha arado con arado romano y ha trillado en la era y que es la depositaria de unos valores que, por eternos, son los tradicionales. Al final, el elemento más importante de la educación rural es la propia gente que vive en el campo. Sin ese amor por las cosas que mediante el arraigo nace de los lazos de la sangre y la amistad lo demás poco o nada vale. Faltando esto, saber mucho sobre la naturaleza puede hacer de uno un excelente biólogo pero nunca un verdadero campesino. Y son cosas no incompatibles pero sí muy distintas.
Como la historia del carlismo no podría entenderse sin la existencia de ese tipo humano que es el aldeano sublevado contra los enemigos de la Religión, hemos decidido saldar simbólicamente esa deuda impagable de la Santa Causa con la España recia dando voz al campo.
Nuestro invitado de hoy responde en la red social Twitter al nombre de Mesetario @Pro_Aris_focis, prefiere por motivos personales obviar nombre y apellidos, donde cuenta con más de mil seguidores.
Esta es la verdadera España. https://t.co/FiYuHdPLVm
— Mesetario (@Pro_Aris_Focis) April 30, 2019
Tiene veintiséis años y lleva junto a su padre una pequeña explotación familiar de cereal de secano que compagina con su trabajo. Su relación con el campo viene de antiguo, puesto que todos sus antepasados han sido labradores y algunos de ellos también ganaderos de ovino. Vive en un pequeño pueblo ganadero y agrícola situado en la comarca alcarreña de Guadalajara. Su visión del medio rural en general y de la agricultura en particular engarza con sus simpatías políticas, que desde hace un tiempo caen del lado del Tradicionalismo.
¿A qué edad empezaste a ayudar en las labores del campo?
Hacia los cinco o seis años mi padre ya me llevaba con él. Incluso con pocos años más ya le ayudaba a escantar, dentro de las posibilidades de un crío, y me enseñaba a llevar el tractor y otros pormenores de la labranza.
También desde niño pasaba largos ratos con mi abuelo en el huerto. Bueno, y fuera de él; siempre he intentado estar el mayor tiempo posible con los mayores, de quien he aprendido lo más útil y noble.
En esos primeros años… ¿Cómo entendías esas labores? ¿Cómo una obligación? ¿Cómo un juego y entretenimiento? ¿Cómo una posible vocación?¿Como una forma de ayudar en casa?
De chico uno quizá lo observa todo con los ojos de la novedad y lo toma como un juego. Pero es cierto que desde crío he sentido un vínculo con el terruño que, ya de mayor, ha ido adquiriendo una dimensión más profunda y sólida.
¿Crees que a lo largo de los años has aprendido algo más que un oficio?
Por supuesto. Mi relación con el campo y la labor es un apartado más de la unión con el terruño de la que hablaba antes. No es sólo un oficio, es un vínculo de arraigo. Creo que desgraciadamente la agricultura se está «industrializando», y los nuevos agricultores carecen de ese vínculo. Su relación con el campo se asemeja más a la de un obrero con una fábrica que a la de la figura tradicional del labrador.
¿Podrías ahondar un poco más en ese contraste entre la «vieja» y la «nueva» agricultura?
Al fin y al cabo, tanto el labrador como el ganadero, eran figuras tradicionales inherentes al mundo rural. Encarnaban un fuerte vínculo con la tierra que habitaban, su terruño, con su comunidad y con las instituciones de esa comunidad, como por ejemplo el concejo, la parroquia o las cofradías piadosas. Es decir, con todo lo que les rodeaba en su día a día. Pero eso hoy, por lo que he visto y vivido en mi tierra, ha cambiado considerablemente. Hay muchos agricultores que han heredado de su padre todo montado, tienen sus tractores y sus tierras, y se ven forzados a continuar con ello casi por inercia. Al final, es gente que ni siquiera vive en el pueblo, viene, hace sus labores, se vuelve a la capital y no tiene ningún tipo de familiaridad con el pueblo o las tierras que trabaja. Conozco incluso agricultores a los que no les gusta nada de su oficio. Luego, por el contrario tienes al típico neorrural que, procedente de la ciudad, llega con sus idea preconcebidas a enmendarle la plana a la vida pueblerina, se mete en esto, consigue unas tierras y al final, con sus historietas, propias de quien no conoce lo que es el campo, lo único que consigue es dar un poco por saco, hablando mal y pronto, al pobre paisano que lleva toda la vida en el pueblo.
¿Qué cultiváis en vuestras tierras?
Cultivamos principalmente cebada y algo de veza también.
¿Puedes explicar para los lectores el proceso anual que conlleva este tipo de cultivo?
Claro. En nuestro caso realizamos el laboreo tradicional, que no difiere mucho en cuanto a tareas y fechas respecto al que realizaban nuestros antepasados. El año agrícola comienza hacia septiembre-octubre, cuando se alza, es decir, se le da la primera vuelta de arado al rastrojo que ha quedado tras la siega. A lo largo del otoño se le da otra vuelta a la tierra, lo que llamamos binar. Antes de comenzar con la siembra se tira el abono. Y es entre noviembre y enero, dependiendo de las variedades, cuando se asurca, es decir, se da otra vuelta más superficial, y se siembra. Entre estas labores también se aprovecha para escantar, que es como aquí se denomina a la tarea de quitar las piedras de tamaño considerable que se sacan al arar. Una vez terminada la simienza se echa el nitrato y se arrula, se aprieta la tierra con un rulo o rodillo. Aquí solo queda esperar. Si Dios quiere y no sucede ninguna de las desgracias que los labradores siempre temen, como son el pedrisco y los fuegos, hacia julio se comienza con la siega. A todo esto hay que añadir las vueltas que se le dan a los barbechos, tierras que ese año no se siembran para su descanso, y a las que hay que pasar el arado para evitar la proliferación de malas yerbas. Ese sería el proceso anual del cultivo de la cebada bastante sintetizado.
¿Cuántas personas sacáis adelante el trabajo?
Entre mi padre y yo.
¿Cómo ves de viable que una familia pueda vivir de la agricultura o la ganadería sin complementar su economía con otros ingresos?
Alguien que tenga una explotación lo suficientemente grande puede vivir de ello perfectamente. ¿Qué sucede? Los precios bajos y el caramelo envenenado de las subvenciones han hecho que esto cada vez sea más insostenible y se genere un producto muy poco competitivo. Hace veinte o treinta años un ganadero que tuviera doscientas ovejas era capitán general; podía vivir decentemente sacando un salario aceptable. A día de hoy tienes que tener ochocientas ovejas para ganar lo mismo o incluso menos de lo que ganabas entonces. Con la agricultura pasa exactamente lo mismo. Alguien con entre ciento veinte y doscientas fanegas de cultivo vivía sobradamente. Sin embargo, a día de hoy necesitas seiscientas o setecientas fanegas. Resulta complicado hacerse un hueco en el sector para alguien que no esté metido ya, es decir, que lo tenga montado o que lo herede de su padre o de alguien que se jubile y se lo deje. Entrar de cero es prácticamente imposible.
¿Podrías abundar un poco más en esa idea de las subvenciones como caramelo envenenado?
Las subvenciones de la PAC son un instrumento de la Unión Europea para destruir nuestro sector primario. ¿Eso en qué se traduce? Por ejemplo, aquí en mi tierra si la agricultura quisiera vivir de lo que produce, es decir, tuviera que vivir de la venta del cereal, sería una actividad económica inviable. Con lo que sacas de vender el cereal no cubres ni los gastos fijos de todos los años: abonos, gasoil etc. Cuanto menos si tienes además que amortizar la inversión hecha para la adquisición de la maquinaria necesaria. En resumen, un agricultor que tuviera las parcelas en condiciones, que tuviera todo bien apañao, porque hay algunos que las tienen hechas un desastre, necesitaría de un año que viniera bueno para cubrir los gastos anuales, eso si llega a cubrirlos, y sacar un beneficio ridículo. Eso, como hemos dicho, en un año bueno, porque si el año viene malo directamente perdería dinero. De modo que la agricultura es sostenible a día de hoy gracias a las subvenciones. Si no fuera por éstas nadie estaría trabajando la tierra porque, con un producto cada vez más devaluado y el número de trabas en aumento, simplemente no podría vivir de ello. Son un caramelo envenenado, también, porque cumplen la función de callar bocas y extinguir posibles protestas, dejando a los agricultores contentos porque les cae un dinero llovido del cielo. Muchos lo que hacen es justificar que siembran sus tierras, las tienen de cualquier manera, echan cuatro granos, y les da igual recoger una producción mala porque saben que la subvención la tienen asegurada. Están destrozando la agricultura. Es un verdadero desastre. Al final, volvemos a lo que decía más arriba, con unas sesenta hectáreas antes vivías bien y había mucha gente que podía vivir de la agricultura pero como ahora necesitas muchas más tierras el agricultor humilde está desapareciendo. Cosa que se ve muy bien aquí en mi tierra donde siempre ha prevalecido el minifundio o pequeño propietario sobre el latifundista, a diferencia de otras zonas como Andalucía o Extremadura, y sin embargo cada vez las tierras están concentradas en menos manos, cuando no directamente pertenecen a grandes empresas. Este expolio que comenzó con las desamortizaciones en el siglo XIX y continua en pleno siglo XXI, está suponiendo un paso definitivo para la desaparición del mundo rural como lo hemos conocido hasta hoy.
A menudo hay quejas tanto por parte de los agricultores como de los consumidores finales por la sorprendente diferencia entre el precio en origen y el precio en tienda de los productos agrícolas ¿A qué crees que se debe ese desajuste desproporcionado entre el precio en origen y el final?
No voy a contestar lo típico que todo el mundo sabe y que es un discurso bastante manido, el tema de los intermediarios y lo injusto de esa desproporción de precios. Sí que, sin embargo, me gustaría volver sobre lo ya dicho en la pregunta anterior de las subvenciones, porque veo una conexión bastante razonable. A mi alrededor puedo comprobar que las subvenciones han conseguido, como ya dije, que muchos agricultores no se preocupen lo más mínimo por exigir un precio digno para su producto porque al final tienen asegurado el dinero de Europa. Esto hace que se olviden por completo de la calidad de su trabajo como agricultores, que es su oficio, y de la materia prima que cultivan en sus campos. Por desgracia, cada vez son más a los que esto les da lo mismo. Veremos el día que quiten la subvención. Entonces vendrán los llantos.
(Continuará)
Suero Camposanto.