Las bienaventuranzas de Tolkien

J. R. R. Tolkien

Ahora que en el horizonte se observan los nubarrones de una deformación televisiva —de origen gringo pero alcance mundial— de la obra de J. R. R. Tolkien, no podíamos dejar pasar la ocasión para hacer referencia a una de sus obras poco conocidas: el poema titulado Mitopoeia, con cuya traducción al castellano nos topamos escuchando una entrevista que hizo Ritxi Ostáriz a Miguel Salas, en los capítulos 165 y 166 de un podcast llamado El Libro Rojo —detalles que es importante mencionar para evitar cualquier señalamiento de plagio—. (Nota: el podcast mencionado tiene programas interesantes, pero también una fuerte infición gnóstica, por lo que no debe recomendarse a la ligera)

Agradecemos la traducción del poema allí realizada por dos razones. Primero, porque el texto original —debido a su versificación— es difícil de traducir sin corromper. En segundo lugar, porque es una obra en la que Tolkien hace muy explícita su visión de las cosas. Lo cual no es cuestión menor porque, en defensa de la deformación televisiva próxima a estrenarse, han salido legiones de críticos literarios —entre gringos y agringados— que, sacudiendo títulos académicos, se han aplicado a presentar la obra de Tolkien como un conjunto de novelillas paganizantes indistinguibles de los bodrios posmodernos que hoy atestan las librerías.

El carácter tradicional de la obra de Tolkien es fácil de intuir para todo aquel que haya tenido un mínimo de formación, pero demostrarlo a nuestros contemporáneos tiene sus obstáculos. Hacer explícito lo sutil, prosa lo poético y lógico lo alegórico suele conllevar cierta distorsión de lo explicado. Y si a ella aunamos la carencia de referencias sufrida en nuestro tiempo para captar por analogía lo explicado… las dificultades se multiplican.

Tolkien pretendía, a través de su extensa obra, dotar a Inglaterra de una mitología que ya no tenía. Conocía como la palma de su mano el ciclo artúrico y las demás fuentes que constituyen el repositorio épico de las islas británicas, pero intuía que cinco siglos de herejía habían desarraigado su espíritu casi totalmente. Y en ese ambiente de racionalismo y orfandad recuperar la imagen del rey legítimo —aunque sea sólo a título de tropo literario— no es una hazaña menor. De dónde la haya tomado Tolkien —como pupilo del P. Francisco Javier Morgan y amigo de Roy Campbell— es cuestión que todavía no tenemos clara, pero que parece apuntar hacia el Sur.

No podemos vaticinar el contenido de la serie televisiva anunciada, pero de los rumores y avances se intuye un espíritu contrario al de Tolkien. Cuando menos parece constituir otro caso de preponderancia de los paisajes artificiales y los efectos especiales sobre la sustancia de la obra, porque el interés de los modernos por la épica es más bien anhelo de entretenimiento, de escape, sin poder ya percibir lo verdadero en lo bello. El poema Mitopoeia es importante porque, al hacer explícito lo que en otras de sus obras es alegórico, constituye una buena referencia.

Reproducimos aquí tres estrofas que, además de facilitar la defensa de Tolkien contra las manipulaciones de los sofistas de nuestro tiempo, a los bendecidos con el deber de portar la chapela roja —los Dúnedain que han pasado de las páginas de la poesía a las de la Historia— no dejarán de infundirles alguna esperanza:

«Benditos sean los hombres de la estirpe de Noé,

que construyeron sus pequeñas arcas, frágiles y mal pertrechadas,

y en ellas se enfrentaron a los vientos en pos de una ilusión,

del rumor de un puerto intuido por la fe.

[…].

Han visto la Muerte, y la derrota final,

y aun así no retroceden, desesperados, ante ellas.

Por el contrario, consagraron su lira a la victoria

e inflamaron sus corazones con fuego legendario,

iluminando el Ahora y los oscuros días del Pasado

con luz de soles que ningún hombre ha contemplado todavía.

[…].

Quisiera que me nombraran entre los locos que, sitiados,

en una fortaleza interior guardan su oro,

puro y escaso, y lo conservan, leales,

para acuñar en él la imagen borrosa de un rey lejano;

o que en fantásticos estandartes tejen

el brillante blasón de un señor al que aún no han visto.

[…].»

– J. R. R. Tolkien, Mitopoeia, traducción de Miguel Salas.

Rodrigo Fernández Diez, Círculo Tradicionalista Celedonio de Jarauta de Méjico.