Desde el Círculo Tradicionalista Gaspar de Rodas de Medellín, Juan Pablo Timaná nos envía este artículo publicado en EL PENSAMIENTO NAVARRO el día 19 de marzo de 1978, cuyo autor fue Rafael Gambra.
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Jamás hasta estos últimos doce años se ha llamado a un prelado español «monseñor». Así se les titulaba en Italia y en Francia (Monseigneur, abreviadamente, Mgr.). Aquí se refería uno a ellos como a «Su Excelencia reverendísima» o como al «señor Obispo».
El término «monseñor» (mi Señor) es un resto de feudalismo, de cuando los prelados eran, a la vez, señores territoriales o feudales. El conservarlo es cuestión de costumbre. Pero ningún título podría resultar más antipático y abolible para la Iglesia post-conciliar o democrática que ese de raíz señorial y servil.
Sin embargo, paradójicamente, en vez de abolirlo con la innegable razón de su desfasamiento, se ha extendido a países como España donde nunca se usó. (Me recuerda a casos como el del célebre P. Llanos que ha renunciado a todos sus títulos sacerdotales y jesuíticos para reivindicar sólo sobre su tumba el número de su carnet del Partido Comunista, pero que únicamente no se ha apeado del aristocrático de (de Llanos) de su apellido).
Es posible que la cosa la resuelva el señor Iniesta, el obispo de Vallecas, estableciendo el tratamiento de «camarada obispo» como más adecuado para la función episcopal post-conciliar. Y estableciendo la práctica de besar su anillo sin inclinación alguna, antes con salto o ascensión, hasta alcanzar su puño cerrado en alto.
Entretanto, jamás me referiré a un prelado español con el título de «monseñor», sino el de tonseñor o el de leurseñor dependiendo de la índole «eclesial» de mi interlocutor.
Rafael Gambra