Para comenzar la segunda parte de la exposición, otro de nuestros correligionarios nos lanzó esta pregunta: ¿Cómo se puede hablar «del liberalismo» como «una» cosa, cuando vemos tantas formas aparentemente distintas de ser liberal: marxismo, libertarismo o libertarianismo, socialdemocratismo, etc.? Para responder, nos compartió un esquema donde se trazaba la línea transversal que, apoyándose en La sociedad tradicional, ha encontrado en las distintas formas de liberalismo: una marcha hacia la democracia por la democracia capaz de oscilar orgánicamente entre el polo individualista (libertarismo) y el polo gregario (demócrata) de la sociedad.
Esta dinámica funciona como sigue: con Lutero quedamos en la «ley de la selva» hasta que se defiende el absolutismo del príncipe. Por otro lado, con Okcham se nos había negado la capacidad de conocer la naturaleza y sus leyes. Así, no hay vínculos naturales con la patria, sino voluntarios. En este contexto luterano-nominalista apareció la idea del pacto social de Hobbes. El autor inglés defendía la necesidad de constituir voluntariamente un Estado soberano y absoluto que monopolice la violencia. Pero la ruptura luterana principió la desvirtuación de la fundamentación religiosa de la política. Y sin ésta, el absolutismo del príncipe resultaba racionalmente intolerable. La idea del pacto social de Hobbes necesitaba modificarse para ser aceptable. Y esto lo lograron Locke y Rousseau: la filosofía política de Locke desembocará en el aspecto individualista-solipsista del liberalismo, propio del libertarismo mientras que el de Rousseau, en el aspecto gregario-democrático, propio del marxismo.
Mientras Locke pone el acento en la voluntad del individuo como legitimadora de la soberanía del Estado, Rousseau pone el acento en la mayoría de voluntades (la democracia). Locke diluye la sociedad en el individuo; Rousseau, el individuo en la sociedad. Los dos polos que permiten a un liberal cambiar de collar quedándose el mismo perro. Liberalismo individualista y liberalismo demócrata son los dos polos de una tensión irresoluble y funcionalmente útil al «sistema liberal».
Queda una última cuestión: ¿Cómo identificar al liberal conservador o individualista y al progresista o demócrata? Porque el primero tiende a fijar una determinada área de libertad (negativa) e igualdad (ilustrada); y el segundo a ampliarla. En este sentido —y fue el apunte final— «la marcha de la democracia será la de una emancipación del individuo progresivamente mayor. Y toda marcha atrás en el liberalismo (o un mayor freno) se verá como un error en la democracia». En conclusión, el liberalismo es la Revolución permanente, el non serviam de Satanás, la raíz del mal.
El habitual turno de coloquio sirvió para introducir breves precisiones, profundizando algunas explicaciones con los correspondientes matices, y para reafirmar una tesis tradicionalista central: el principal enemigo de la tradición católica (especialmente en nuestros días) no es el «social-comunismo» ni el «marxismo cultural», sino el liberalismo en sus multiformes apariencias. Esto es históricamente comprobable y el carlismo nunca lo ha perdido de vista: ni en 1936, ni en plena guerra fría, ni hoy. La obra de don José Miguel Gambra da buena cuenta de ello.
Nuestra reunión finalizó con un Avemaría, y se repartió una selección bibliográfica con algunas referencias doctrinales para adentrarse más en el tema siguiendo a los maestros: Danilo Castellano, Miguel Ayuso, Juan Fernando Segovia, Widow, Canals, Elías de Tejada, Vallet, Giovanni Turco, etc.
Círculo Tradicionalista Alberto Ruíz de Galarreta
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