Allá donde lindan los términos murcianos de Villena y de Sax, siguiendo el cabo del corredor almanseño hacia la costa por el río Vinalopó, adonde casi se remata La Mancha de Montearagón con la Governació d’Oriola y su benemérita diócesis, allá existe una vega que los mayores llamaban Prados de Santa Eulalia porque fue el campo donde Berenguer de Entenza lidió a la morisma con su intercesión. En 1887, Antonio de Saavedra y Rodríguez de la Guerra, Conde de la Alcudia y de Gestalgar, nieto del embajador de Don Carlos V en Viena, edificó sobre aquellos prados una afortunada colonia agrícola de vocación autosuficiente siguiendo los consejos de su buen amigo y maestro el barcelonés Duque de Solferino, jefe del carlismo catalán; colonia con almazara, bodega, fábrica de harinas, casino, casa de labranza y asiento de las hermanas carmelitas para unos pocos cientos de almas que el Conde y su señora congregaron. Algún historiador ha dicho sobre esta pedanía que fue un proyecto socialista y utópico, desconociendo en el acto la razón del asociacionismo agrario u obrero tradicional para con la nobleza, y toda la doctrina que lo ampara.
En la misma Villena fundóse el 18 de octubre de 1919, contestando a la vigente Revolución Rusa y a sus partidarios locales, una cooperativa por medio del Sindicato Católico Agrícola; cooperativa que todavía opera en la actualidad, aunque apartada de la fe de sus fundadores. La Comunión Tradicionalista había establecido allí un círculo que a la postre serviría también de escuela infantil por la caridad de los Marqueses de Colomer, parientes del Jefe Delegado. Fue precisamente en 1919 cuando el Rey Don Jaime refrendó nuestro ideario carlista de política económica «sobre el esencial fundamento de la pronta reconstrucción de las clases y corporaciones profesionales», como no muchos años antes de que se fundara la Colonia de Santa Eulalia manifestaba Don Carlos VI que «la empresa más honrosa para un Príncipe es librar a las clases productoras y a los desheredados de esa tiranía con que las oprimen quienes, invocando la libertad, gobiernan la nación». También en octubre de 1919 se constituían alrededor del Ateneo Obrero Legitimista de Barcelona los Sindicatos Libres por iniciativa del mártir Ramón Sales Amenós, y estos darían paso en la década de 1960 al Movimiento Obrero Tradicionalista, el cual, aunque nacido justamente en Murcia, arraigó con notable holgura entre los correligionarios catalanes.
Este puñado de anécdotas evoca en definitiva la existencia de un antiguo eje sindical mediterráneo, desde Cataluña hasta Murcia, ordenado a la armonización católica del trabajo, y ello con el comisionado de notables personalidades valencianas como los antedichos señores o como el mismo Aparisi y Guijarro, quien ya tratara aquellos asuntos en el Esbozo de una constitución monárquica, católica y tradicional, de suerte que la fábrica, la huerta o el taller nunca se divorciasen de su propósito cristianamente comunitario (y sólo por ser cristiano, entonces justo y libre).
Rubén Navarro Briones, Círculo Tradicionalista San Rafael Arcángel
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