El domingo 20 de agosto se llevó a cabo la segunda vuelta de las «elecciones» generales en Guatemala. El resultado de las mismas, fuesen fraude o no, son el reflejo de lo que ha devenido la mayoría del pueblo guatemalteco, un pueblo dispuesto a vender a nuestro Señor a cambio de promesas imposibles, prometidas por los fanfarrones de turno. El ganador de estas elecciones fue el binomio presidencial del movimiento político «Semilla», un movimiento de índole socialdemócrata, progresista, atea y anticristiana.
El presidente de este binomio es Bernardo Arévalo de León, hijo del expresidente revolucionario Juan José Arévalo Bermejo (1945-1951). El señor Bernardo se califica a sí mismo como «socialdemócrata», y su vicepresidente, la señora Karin Larissa Herrera Aguilar, se define a sí misma como «humanista cristiana» (sí, el de Maritain).
Para conocer de forma somera a este movimiento, a continuación les expondré sus visiones y posturas, que se encuentran en su página web. Por una parte, este partido reivindica el indigenismo. Cito textualmente: «Denunciamos el racismo y la discriminación que, desde la ley, las instituciones y la cultura han negado a los pueblos mayas, xinka y garífuna la posibilidad de realizarse según su cosmovisión y no nos han permitido reconocernos como una Guatemala con diversas y vigorosas culturas». Como era de esperar, este bando revolucionario, dicho en el sentido de la Revolución de 1789, defiende que la soberanía viene de las masas; cito: «El pueblo es la fuente del poder político legítimo, de la soberanía que nos empodera y nos reúne. Sin pueblo de Guatemala no hay Gobierno de Guatemala, ni un Estado garante del bienestar de todas las personas. Es para lograrlo que, por medio del voto, delegamos en el Gobierno mandatos específicos, facultades delimitadas y responsabilidades ineludibles». También aspira a un gobierno plural que, «al contar con mecanismos que fomentan la participación incluyente y al reconocer, valorar y garantizar la libertad para sostener posiciones políticas e ideológicas diversas y aun contradictorias, con mecanismos legales e institucionales que permitan dirimir las diferencias en paz», y como era de esperarse asegura que en gobierno «detonarán los cambios necesarios y, finalmente, fundando los cimientos del desarrollo sostenible», además aboga por la educación incluyente e intercultural, por una transición verde, además de querer «sembrar las semillas para un nuevo contrato social para el 2050».
Como podemos ver, es un partido progresista y, por ende, anticristiano. Este gobernará con su binomio y diputados el país durante 4 años (2024-2028). Con este contexto ya podemos formular la siguiente pregunta con su respectiva respuesta: ¿Cómo es que en un país aparentemente conservador ganó un partido progresista anticristiano?
Primero que nada, el hecho de ser aparentemente un país conservador, ya nos va perfilando hacia la respuesta; el conservador es hijo de la revolución liberal y se dedica a conservar los avances de la misma; el conservador, en teoría, se opone al progreso indefinido, pero en la práctica lo abala y permite que continúe; sólo se limita a conservar (valga la redundancia) lo que el liberalismo conquistó tiempo atrás; el conservador no se opondrá al divorcio, a la libertad de cultos, a la separación de la Iglesia y el Estado, a la educación laica, a la democracia, etc. Porque estos postulados son las que su padre (la revolución) impone y defiende. Esa pretensión de progreso del liberalismo solo puede llevar a la apostasía y al final hacia la decadencia pagana, pretensión que tarde o temprano el conservadurismo aceptará. Así, como primer punto, podemos decir que la victoria de Semilla se debe en parte a la tibieza y cobardía del conservadurismo, que se limita a votar el «mal menor» siempre y cuando este mal menor defienda algún postulado del liberalismo, a la vez que tenga alguna pincelada de tradición.
Durante el tiempo de campaña, hacia la segunda vuelta, el sector conservador pataleaba y gemía de dolor, diciendo que «no era posible votar a Semilla porque era anticristiano y varios de sus miembros tienen relación con el templo satánico de Guatemala». A la vez que atacaban a Semilla, los mismos conservadores hablaban de que había que votar a un partido que defendiera la «libertad de cultos», que es lo primordial en un «estado de derecho». Es más que evidente la antítesis de estos enunciados, pues se quiere evitar que un grupo de satanistas lleguen al poder al mismo tiempo que se vote a favor de la libertad de cultos. ¿Ilógico, verdad?
Otro ejemplo: los conservadores no quieren que se enseñe ideología de género en las aulas, pero al mismo tiempo quieren una educación laica; o no aceptan que en Guatemala se difundan y expresen ideologías contrarias a la razón y a la naturaleza y que tampoco se blasfeme contra nuestro Señor, pero al mismo tiempo abogan por la libertad de expresión. Así podríamos seguir durante mas líneas, pero mi punto ya se hizo ver: el conservadurismo quiere atacar el progresismo, pero no puede, porque hacerlo sería renunciar a sus ideales liberales cuales defiende, como un perro que quiere atacar pero está encadenado.
(Continuará)
Carlos René Monterroso Colindres, Círculo Tradicionalista del Reino de Guatemala
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