La codificación de la doctrina de Cristo Rey en la encíclica Quas Primas

Nuestra salvación, por la misericordia divina, se consigue en esta vida. Por eso es necesario que Cristo reine en lo temporal

Profesor Juan Fernando Segovia

Compartimos con los lectores de LA ESPERANZA la magnífica ponencia que preparó el profesor don Juan Fernando Segovia para ser expuesta el pasado 5 de abril en la LXI Reunión de Amigos de la Ciudad Católica, que tuvo como temática la encíclica de Pío XI, Quas Primas, sobre Cristo Rey.

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Codificar es articular y ordenar, verter una doctrina en artículos y poner entre ellos un orden, conforme a un fin. En este sentido puede decirse que la encíclica de Pío XI, recién un 11 de diciembre de 1925, codifica la doctrina de Cristo Rey, Christo Rege doctrina. Lo que se vuelca en un código es algo preexistente, pues la Iglesia desde siempre ha afirmado y reconocido y celebrado la realeza de Jesucristo.

El fin: instaurar todo en Cristo Rey

El reino tiene naturaleza de fin, pues reinar es propio del rey. Nuestro Señor lo señaló cuando dijo que hay buscar primero el Reino de Dios y su justicia. Pío XI lo había expuesto unos años antes de la Quas Primas, adoptando por lema de su reinado: Pax Christi in regno Christi, continuando a San Pío X que había pregonado: omnia instaurare in Christo, adoptándolo como bandera con la que sanear un mundo en crisis. Instaurarlo todo en Cristo significa restaurar en la tierra el reino de Dios.

Restaurarlo todo en Cristo comporta restablecer los derechos de la religión, redirigir la vida temporal al fin sobrenatural. Restauración espiritual de la vida sobrenatural, restauración religiosa que ha de partir del mismo sacerdocio, y prolongarse en la acción de los laicos, para formar todo y todos en Cristo. «Conformar todos en Cristo» es una exigencia que se refiere tanto al cielo como la tierra, pues Nuestro Señor es «la piedra angular de la sociedad humana».

Restaurarlo todo en Cristo, poner a Cristo Rey como principio y fundamento de la vida espiritual y del orden temporal, tal es la misión de la Iglesia y de los católicos, el fin necesario al que se debe tender. El comienzo de la Quas Primas fue una insistencia acerca de los perjuicios que provienen de la renuncia al fin. Observa Pío XI las consecuencias del abandono del fundamento de todo orden, de Cristo Rey: «el mundo ha sufrido y sufre este diluvio de males porque la inmensa mayoría de la humanidad ha rechazado a Jesucristo y su santísima ley en su vida y costumbres, en la vida doméstica y de la república; y es imposible toda esperanza segura de una paz internacional verdadera mientras los individuos y las ciudades nieguen obstinadamente el reinado de nuestro Salvador» (QP, n. 1).

Porqué Cristo es Rey

Que Cristo es Rey es una doctrina revelada a lo largo de todas las Escrituras, como dice Pío XI. El Papa ha dicho que el título de Rey dado a Nuestro Señor no es metafórico, no es solamente un reconocimiento honorífico o simbólico de su excelencia, u realeza tiene un sentido propio: el suyo es un reino real de un Rey que tiene en sí los atributos de todo Rey. Si  la Verdad, la Santidad  y la Caridad  son propiedades de Cristo por su divina naturaleza, es por su encarnación que recibió del Padre la potestad, el honor y el reino. Este reconocimiento es en razón de su humanidad, pues Cristo es Rey en tanto Dios y en cuanto hombre (QP, n. 4-5).

Cristo Rey, por lo tanto, no es una forma decir, no es una figura literaria sin correlato real, no es una afirmación de tiempos pasados o de épocas oscuras. No es un mito. No es la leyenda de un Pantocrátor absolutista y terrible. Cristo Rey es una verdad de fe, que en todo tiempo ha sido dicha porque ha sido creída desde que fue revelada.

El dogma de Cristo Rey

Si Cristo Rey es una verdad de fe, es por consiguiente un capítulo dogmático.

Es una verdad de fe que, luego de ascender a los cielos, Jesucristo está sentado a la derecha del Padre, como confesamos en el Credo y se atestigua en el Evangelio. Las palabras del Símbolo significan que Él reina y juzga, pues estar sentado a la diestra del Padre es lo mismo que «compartir junto con el Padre la gloria de la divinidad, la bienaventuranza, y la potestad judicial; y esto perpetuamente y como rey», dice el Aquinate.

La sexta sesión del Concilio de Trento, ratifica la potestad regia de Nuestro Señor en estos términos: «Si alguno dijere que Cristo Jesús fue dado por Dios a los hombres como redentor en quien confíen, mas no como legislador a quien obedezcan, sea anatema» (QP, n. 7). Y para que no quedara duda alguna de su intención, Pío XI al instituir la Fiesta de Cristo Rey no la aconseja, no la propone, «la ordena» (QP, n. 12); y la vincula estrechamente al dogma de la consubstancialidad «del Verbo encarnado con el Padre» (QP, n. 15).

La persona de Cristo Rey y su reino

Una vez Pío XI acreditó el carácter revelado de la doctrina de Cristo Rey, la afirma en su persona y doble naturaleza. La realeza pertenece a la persona misma de Cristo. Cristo, según enseña la teología, es una sola persona con dos naturalezas: la persona única del Verbo posee una naturaleza divina y una naturaleza humana. Por eso -advierte el Pontífice-, sería grave error negar «a la humanidad de Cristo el poder real sobre todas y cada una de las realidades sociales y políticas del hombre» (QP, n. 8).

Hay una doctrina teológico-política cristiana de acuerdo a la cual, en tiempos de la Cristiandad, al rey secular se le reconocía ser una persona y poseer dos cuerpos, uno humano y otro como divino. Del mismo modo, podríamos decir de los «dos cuerpos» de Cristo Rey, pero en cuanto a su doble naturaleza: tiene Él la monarquía pontificia de la realeza sacerdotal, el sacerdotium, y posee también la supremacía secular de la realeza temporal, el imperium. Cristo dirige ambas potestades armónicamente en vista del fin del ser humano, pero a cada una según su naturaleza, sobrenatural la primera, natural la otra.

El sacerdotium Cristo lo ejerce a través de su Iglesia. Y el reino secular de Nuestro Señor no pocas veces se dice de «la sociedad», de la realeza de Jesucristo sobre las familias y los cuerpos intermedios. Pero es evidente que su imperium sobre los negocios seculares no excluye su ejercicio en la comunidad política. Pío XI ha sido terminante en este sentido.

El reino de Cristo en la Iglesia

Quien dice Rey dice reino, es decir, allí en donde Él ejerce su suprema potestad porque es parte del Rey mismo. El reino es como extensión del Rey, la proyección de su realeza, de la que participa. El concepto de Reino de Dios es análogo; su primer analogado es Cristo mismo: principio y fin. Se dice también de su cuerpo místico, de su esposa, la Iglesia: la Iglesia es el Reino de Dios en tanto está unida a Cristo como el cuerpo a la cabeza por la fe en el mismo Cristo, su autor. Es en la Iglesia en donde Cristo reina espiritualmente: Él es su ley, Él la rige y Él será juez de su fidelidad.

El reino universal de Cristo

Además, su reino abarca todas las cosas creadas, el universo, pues Cristo es Rey universal. Lo ha dicho el Pontífice: el de Cristo es reino universal y espiritual. Es universal en cuanto a los siglos y también porque se extiende a todo lo creado. Cristo reina sobre todas las creaturas, pues a Él se ha dado todo poder en el cielo y la tierra; y por ser espiritual, reina especialmente en los santos, por la gracia en la vida presente y por la gloria en la vida futura, puesto que su reino comienza aquí abajo y se consuma en el cielo, cuando todos sean sumisos a Cristo, lo quieran o no.

El Reinado de Nuestro Señor es también temporal, ha de ser visto como un reino presente, no sólo futuro. Su reino está aquí. Pero este reino temporal -especialmente si se dice de lo social y político, no sólo de la Iglesia militante- tiene una peculiaridad: se ejerce a través de las causas segundas. Cuando Él enseñó «Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios», no renunció a su imperio temporal, pues Cristo es Dios y por Él el César es César. Y Cristo, además, es hombre, y como tal es la misma potestas divina encarnada, fundamento de toda potestas humana.

El Reino temporal y político

Dice el Papa que su reino de modo manifiesto (planissime) es espiritual, sobre los espíritus y las cosas espirituales (QP, n. 8). Pero no excluye que Cristo reine también en el siglo, especialmente -como él subrayó- en las rerum civilium, esto es: todas aquellas cosas que hacen la vida política de los hombres, incluida su existencia social y comunitaria.

Luego, la realeza temporal de Cristo no es por usurpación, tampoco una locura pantocrática, un mito absolutista o una creencia medievalista. No es algo oscuro sino manifiesto, no por designio humano sino divino. No puede decirse que su verdadero reino es únicamente interior. Si ese reino fuera por el gobierno de la razón sobre las pasiones, por ser Cristo el modelo de la virtud, no habría diferencia esencial con los estoicos.

Si el reino fuera por la gracia, no habría más reino de Dios que el de la Iglesia y el gobierno de lo temporal le sería ajeno, estaría excluido de la gracia santificante.

Si el regimiento de lo humano no excluye los negocios temporales, el imperio regio de Nuestro Señor ha de abarcarlos. Para aventar toda duda, todo intento de excluir la realeza social y política de Jesucristo, casi al final de la encíclica insiste Pío XI: «Porque la dignidad de la realeza de Cristo exige que toda república se ajuste a los mandamientos divinos y a los principios cristianos en la labor legislativa, en la administración de la justicia y, finalmente, en la formación de las almas juveniles en la sana doctrina y en la rectitud de costumbres.» (QP, 20)

En materia espiritual, que hace al fin último del hombre -la bienaventuranza eterna-, Cristo gobierna por sí como cabeza de su Iglesia, a nadie ha encomendado (sino a Pedro, los apóstoles y sus herederos) la salvación de las almas, la administración de la gracia santificante. Se trata del «fin» al que se ordenan todos los otros aspectos de la vida humana como «medios».

El orden de las cosas temporales humanas es regido por una causa creada -el hombre-, dependiente del orden de la causa primera, y se extiende a todas las cosas que son alcanzadas por esta causa. En el gobierno de las materias terrenales los hombres hemos de regirnos acatando la realeza de Cristo y ordenando tales materias al Rey, que es fin y jefe nuestro, a quien rendiremos cuentas.

Observación

El texto escrito abunda en todos estos temas. Trata además de la dignidad regia de la política por participación de la realeza de Cristo. Estudia el reino de Cristo y el final de los tiempos, especialmente la tendencia a reducirlo a la escatología y la realeza actual de Cristo sobre sus enemigos. También se detiene en la Fiesta de Cristo Rey, instrumento eficaz para restablecer la realeza de Nuestro Señor. Aquí no las consideramos porque es preciso pasar a la conclusión.

Conclusión

Voy a considerar dos puntos: la descodificación de la doctrina y la relación fin/medios en la realeza de Jesucristo

Hacia la descodificación de Cristo Rey: la sana laicidad, la libertad religiosa, la democracia, los derechos humanos …

Cien años más tarde de la Quas Primas el ambiente y su clima han empeorado. Es de todos conocido, para qué repetir los síntomas. Busquemos, mejor, su causa.

Es sobre la Iglesia militante que pesa el deber de pregonar la realeza de Jesucristo y celebrarla públicamente. Ella carga con ese extraordinario y precioso deber. Luego, es legítimo creer que si el cuadro de situación es más grave hoy que ayer, ha de ser porque hemos defeccionado como Iglesia, hemos abandonado al Rey e ido tras otro u otros que ya no es Cristo.

Un Papa, poco después de Pío XI, proclamó a la religión católica como maestra de «la sana laicidad»; y los que vinieron luego de él abrazaron «la laicidad a secas», y con ella las muchas instituciones del mundo moderno que antes la Iglesia había rechazado y sentenciado no acoger. Una vez la laicidad se bautizó católica, la Iglesia hizo propia «la libertad de religión» y comenzó a enseñar «la separación de la Iglesia y el Estado».

Cuando los profetas del humanismo católico y no católico señalaron que el signo de los tiempos era «la persona humana y su dignidad», la Iglesia adoptó esa ideología del personalismo como propia, adhirió con fervor a los derechos humanos y celebró la democracia como fundamento de todo gobierno.

Ya no hubo lugar para Cristo Rey. La Santa Misa, con la que se lo celebra y festeja, fue movida de fecha para restarle importancia, haciéndola una más dentro del año litúrgico -que ya no corona-, quitándole al razón formal que le diera Pío XI.

El nuevo catecismo de Juan Pablo II (1992) se refiere sólo una vez a la encíclica Quas Primas (n. 2105) para indicar que la declaración conciliar sobre la libertad religiosa no está reñida con la realeza de Cristo. En aquel documento  no se habla ni una vez del laicismo y de sus nefastas consecuencias.

Ese mismo Papa puso en manos de los fieles una renovada doctrina social fundada en «el humanismo integral y solidario» que olvida y silencia toda referencia a la realeza de Nuestro Señor Jesucristo, porque recoge en sus innovaciones el pluralismo religioso bajo el paradigma de la laicidad fundada en el derecho a la libertad religiosa.

Luego de la cima de Cristo Rey enseñada por Pío XI, la Iglesia ha iniciado un proceso de descodificación de la dogmática de la Quas Primas. Haberlo hecho es todo un símbolo de la apostasía oficial, aunque se diga inconsciente o involuntaria.

Fin y medios en la Quas Primas

¿Por qué ha sido así? Mucho tiene que ver la tendencia contemporizadora -el clericalismo- que quiere hacer marchar a la Iglesia al ritmo del mundo, entonando las canciones que él canta. Pero hay otra causa mucho más honda: no se ha entendido -o quizá se lo ha entendido muy bien- la relación del fin y los medios que Pío XI expuso en la Quas Primas.

En ambientes y autores católicos se ha calificado a la encíclica de Pío XI de una obra de cristología política; se ha dicho de ella que hizo a la teología sirvienta de la política; que es un documento ideológico, autoritario, y muchas otras cosas más denigrantes. Es cierto que la Quas Primas tiene una intención política pero subordinada a la finalidad espiritual. Puede leerse -legítimamente- atendiendo a las circunstancias políticas y morales de su tiempo, pero sería una interpretación sesgada si se omite el contexto teológico y doctrinario que el propio Papa ha expuesto como marco de la realeza de Nuestro Señor. Ese marco es el de la Verdad sobrenatural que ilumina la verdad natural, temporal; es el reino de Cristo el que da luz al reino humano.

La realeza de Jesucristo es también política, pero no primera y principalmente. Si así lo fuera, se confundiría a Cristo con cualquier gobernante humano, lo que Él mismo rechazó delante de Pilato, que lo tenía por tal.

Como Pío XI dijera en más de una ocasión, lo que se opone a la doctrina católica es la concepción del Estado que en sí mismo tiene su fin último. El mal que enfrentaba el Pontífice -que nosotros también enfrentamos- es la «estatolatría pagana», una nueva forma de paganismo que rinde culto al Estado. Sin embargo, el problema no es tanto el Estado -que lo es, a no dudar, pues ha devenido un dios terreno- sino, principalmente, el sentido religioso malversado en ese culto idolátrico que, como en el nazismo, es un amor desordenado a la patria terrenal, hostil a Jesucristo y su Iglesia.

Sería un grave error dejar de lado la relación de los medios al fin: porque es la finalidad espiritual, la vista puesta en la bienaventuranza eterna prometida, el motivo principal por el cual el Papa ha condenado las desviaciones de los regímenes políticos, pues sus perversas e impías doctrinas rechazan a Dios mismo. Sería un grave error, también, subordinar el fin espiritual a un propósito político.

Recordemos el fundamento, volvamos al fin que justifica la codificación de la doctrina de Cristo Rey en la Quas Primas. Basándose en el pasaje evangélico de buscar primero el Reino de Dios, pues el resto se dará por añadidura, Pío XI fundamentó un orden jerárquico de fines, bienes y potestades, poniendo como los supremos aquellos que, antes que todo y por sobre todo (primum), deben perseguirse. Porque no puede estar bien servida una ciudad si Dios no es servido el primero.

Es en este sentido que la Quas Primas constituye un documento político. Si el reino de Cristo se extiende a lo temporal, no es por lo temporal en sí mismo sino porque lo que es del siglo está ligado al fin sobrenatural: primero es lo natural y después lo sobrenatural o, en los términos de San Pablo, primero es lo carnal y después lo espiritual, primero lo corruptible y luego lo incorruptible. Así es la vida humana, que no es la angélica: nuestra salvación, por la misericordia divina, se consigue en esta vida. Por eso es necesario que Cristo reine en lo temporal.

 

Juan Fernando Segovia

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