Finalmente, Pedro Sánchez dimite

Habiendo encontrado salvoconducto para mi alegato, expuesto ya el entorno y las circunstancias de mi situación, quisiera, afectado por el padecimiento de este presidio, trasladaros mi decisión

Pedro Sánchez

En una carta anunciaba el Presidente del Gobierno la necesidad de tomarse unas jornadas de reflexión, cargando los ligeros días de abril con la pesada responsabilidad de haber de decidir el futuro de su carrera, la continuidad del gobierno y la suerte de nuestro país. Y hoy nos dirige, como nueva entrega de este entretenimiento epistolar, una nueva letra que es la conclusión de su rumiar.

Este periódico reproduce a continuación, palabra por palabra, la integridad de esta nueva carta, manifiesto exprimido durante estas jornadas de recogimiento y de introspección:

«Estimados ciudadanos,

El pasado miércoles, como ya debéis todos conocer, me dirigí a vosotros en una carta breve y sencilla donde contaba someramente la persecución bajo la que nos hallamos mi mujer y yo, como consecuencia de nuestra voluntad de disponer nuestro buen hacer para el servicio de vuestra salud y mayor prosperidad.

Desde mi llegada a la casa de La Moncloa, hemos sido objeto de una conspiración que, fugada del sumidero de esa institución oscura que es el alcantarillado, procura, con todos sus esfuerzos, trabar nuestra acción de gobierno y todavía alcanza hasta para someter nuestra vida personal a un intenso fuego de artillería que, pese a la insistencia de nuestra voluntad, ha logrado desfondar nuestras fuerzas encallando el proyecto socialista.

Unas sombras horrorosas han penetrado el cercado de rejas de mi modesto jardín, han atravesado los amplios muros del palacete desde donde yo me dirijo a ustedes, con esta mi última nota; y, mientras mi discurso se escurre por encima de las líneas de esta hoja, oigo el crujido de sus pasos, el resuello de su pasearse por los vastos salones de mi humilde domicilio y de su deambular errante por los corredores y pasillos de mi hogar.  

Silenciosamente durante el día y aullando de noche, estas imágenes sin contorno, fantasmagóricas presencias sin rostro, almas errantes en pena, hacen presencia constante, como si fueran hechas de brujería, haciéndose omnipresentes en cada recoveco del laberinto palaciego donde me hallo, ya de hace años, bajo la pena de una cautividad. Estos seres desconocidos, incansables persecutores míos, muy pronto engrilletaron mis manos y ataron una pesada arropea a mis pies, negándome la soberanía sobre mis extremidades y sometiendo mi entendimiento al tormento de la esclavitud.

No puedo extenderme más en el relato literario de mi cautiverio pues, hallándome en la soledad del sótano, con el tenue alumbramiento de una candela, es que junto aprisa las letras y confecciono las palabras con la alarma y el temor de ser sorprendido por estos espectros que vagan por mis alrededores entreteniéndose con el hostigamiento sin pausa de mis sentidos.

Durante demasiado tiempo he querido comunicarme con vosotros trasladándoos, en algunos casos con los escándalos de mis contradicciones serviles, en otros, con discursos propios de un héroe sin gestas, la pena de mi martirio, el sometimiento que cubre de sombras mi persona y anula mis intenciones, detiene mi voluntad y ahoga sus acciones en un pozo de impotencia; pero mis intentos han sido en balde. Ellas se han cuidado en todo momento de enmudecerme: mis avisos, lamentos y súplicas desaparecían en el espesor de los medios de comunicación, eran engullidos por los sobres que acogían mis cartas y mis misivas no hallaban sirviente fiel.

Habiendo encontrado salvoconducto para mi alegato, expuesto ya el entorno y las circunstancias de mi situación, quisiera, afectado por el padecimiento de este presidio, trasladaros mi decisión.

Me encuentro hastiado, las puertas se abren halagadoras a mi paso y, sin embargo, se cierran a mis espaldas chirriando como ríe la bestia que ya reduce la presa en la trampa de sus garras; los pletóricos bustos y los exuberantes lienzos me siguen con sus penetrantes ojos como haciendo befa de mi pequeñez, ellas que con sus sonrisas aristocráticas se jartan de la modestia de mis apellidos y de mis pretensiones, motejándolas de megalomaníacas; y hasta han tomado vida mis palabras, que se emancipan ingeniosas de mi entendimiento y, formando una tertulia sin fin, resiguen con largos comentarios todo mi discurrir.

Me rindo ante los espectros confeccionados de sombras, ellos, moradores de este palacio, han resistido mi asalto al poder y, apenado, debo presentar mi dimisión para recuperar, en la salubridad de un hospicio, el restablecimiento de mi libertad».

Pere Pau, Círculo Tradicionalista Ramón Pares y Vilasau

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