ESPAÑA, MADRID – Tras Antonio Capellán, en este homenaje a Luis Infante tocó el turno a Enrique Cuñado, amigo y pupilo de don Luis, Presidente del Círculo Tradicionalista Enrique Gil Robles de Salamanca.
Luis Infante en la Comunión salmantina y las juventudes carlistas
Su época salmantina resultó tiempo de madurez y relevancia en tareas de reconstrucción de la Comunión. Tampoco allí olvidó el señor Infante el servicio religioso, pues impulsó denodadamente la misión de la Hermandad Sacerdotal San Pío X en el lugar que hoy se mantiene.
En este punto, Enrique Cuñado pintó ese carácter excepcional de Luis, donde lo último fue siempre el sectarismo y lo primero la habilidad que busca la caridad. Así, contribuyó a impulsar y difundir la misa por el rito romano tradicional, que ya se venía celebrando en la iglesia de San Benito unos años antes de su llegada a Salamanca.
Enrique Cuñado narró el modo en como le hablaron de él para presentárselo: «esta persona es increíble, sabe de todo». Y custodiaba, en efecto, sabiduría de muchas cosas. Guardó y transmitió un conocimiento del carlismo profundo y minucioso, pero también lo tenía de los entresijos del Régimen.
Con gran detalle y perspicacia, brillaban en él feraces dotes comunicativas, por lo que fue natural que se situara al frente de Agencia Faro. Ante todo, era capaz de captar y brindar el dato esencial que era clave de tal o cual cuestión.
Pese a cierta inclinación depresiva en su carácter, don Luis transmitía una firme alegría y entusiasmo, y era connatural a él contagiarlo a los otros. Su injusta fama de bruto se desvanecía al instante de tratar con él.
Enrique Cuñado ofreció algunas pinceladas de esa sal que se gastaba: Motejaba amistosamente de jansenista a quienes no bebían en las reuniones de sobremesa. Era un afanado aficionado al tabaco, y siempre defendió que fumar es virtud, siguiendo la estela de grandes santos.
Era capaz de emplear el uso del tabaco incluso para el apostolado tanto religioso como político. Consiguió con su influencia cálida, de huella persistente, que incluso alguna persona a quien asqueaba el tabaco asistiese a manifestaciones contra la ley antifumadores en los 2000.
Célebre puntualizador, no es del todo exacto llamarle quisquilloso. Luis no dejaba pasar ocasión para enseñar y acrecentar con acierto el conocimiento justo de las cosas. La lucha por los términos, en innumerables ocasiones, es la lucha por las ideas: el rey Felipe es el usurpador Puigmoltó; la eutanasia no es buena muerte; el aborto procurado no es una interrupción.
Era un transmisor muy notable de anécdotas e historias, suyas y de otros. Acercaba los personajes de los que hablaba, haciéndolos familiares y vívidos a quienes no los conocieron. Enrique Cuñado insistió en que su vida en sí fue una peripecia.
Dedicado a la enseñanza del inglés, convirtió a alguno de sus alumnos a la religión verdadera. Y, si no incorporó a todos a la Comunión, a los que no, los hizo simpatizantes y amigos de la Causa.
Resultaba característica su condición de anglófilo. Pero era un anglófilo sin concesiones al mundo anglosajón herético, liberal, parlamentario, democrático. En todos los ingleses que ensalzaba destacaba que lo que tenían de loable lo tenían por católicos, y por españoles. Como Tolkien, criado por un sacerdote español. Aficionado a leer a esos ingleses atípicos, como Hillaire Belloc, apodado el viejo trueno, Luis realizó una excelente traducción de su Camino a Roma.
En esa época salmantina don Luis impulsó el regreso del carlismo a la universidad. A él se debe la refundación de la Agrupación Estudiantes Tradicionalistas (2008), empresa que adquirió brillos públicos reseñables, destacando un interesante ciclo de conferencias inicial, de gran relieve intelectual.
Pero sobre todo vivió frutos formativos, como varios ciclos de estudios. Enrique Cuñado destacó el primero, sobre la idea de Tradición y del tradicionalismo en general. Otro muy notable se centró en la economía en pensamiento tradicional, cuyas líneas condensó don Luis en un sintético escrito basado en sólidas fuentes clásicas.
Siempre, pero ante todo en los últimos años, don Luis insistía en el mensaje de La Esperanza, con motivo del nombre de nuestro periódico. Esperanza religiosa y política. Pensaba que no era tan difícil la restauración. Con corazón ignaciano, estaba acostumbrado y promovía a actuar como si todo dependiera dependiera de nosotros, confiándonos a la Providencia, sabiendo que todo depende de Ella.
Agencia FARO/Círculo Antonio Molle Lazo de Madrid
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