Francisco visitó Iraq

Reuters

El día 5 de marzo de 2020, el Papa Francisco llegó a Iraq en su 33º viaje apostólico internacional, siguiendo el proyecto de visitas a las comunidades cristianas de todo el mundo, iniciado por Juan Pablo II. Hacia las 14:00 horas el avión aterrizó en el aeropuerto de Bagdad, después de un vuelo sin incidentes. Allí ha sido recibido por el Primer Ministro iraquí y ha recordado que este viaje «es un deber hacia esta tierra martirizada». Francisco llega así a un país devastado por la violencia en los últimos años, lo que ha provocado la huida de numerosos cristianos de estos lugares (hasta el 80% de la población cristiana se ha exilió a lo largo de 10 años, desde 2003). Se entiende así que la intención del Pontífice es dar aliento a una población cristiana que puede perder fácilmente la esperanza.

No es el motivo de estas líneas hacer sangre y fijarse en cada gesto y coma de Francisco para hacer crítica y malinterpretar cualquier acto del Sumo Pontífice, como se observa en ciertos ambientes sectarios de la Iglesia. Sin embargo, su primera jornada en el país ha mostrado el espíritu del Francisco más sincretista y continuador de la línea Asís-Abu Dabi. No sé si su primera intervención es motivo de paz y esperanza en el Señor para un cristiano iraquí, que vive cada día entre la vida y la muerte.

En efecto, Francisco ha hecho hincapié en su ya conocido —y muy pensado— discurso acerca de la fraternidad universal —«si nos miramos como miembros de la familia humana, podremos comenzar la reconstrucción». La paz que según el Pontífice deben promover todas las religiones es otro elemento habitual —«la religión, por su naturaleza, debe estar al servicio de la paz y la fraternidad». Por lo mismo suele explicitar su condena de todo tipo de guerra y violencia —«que callen las armas, que se evite su proliferación».

No hay espacio para hacer un análisis exhaustivo de este tipo de afirmaciones, pero tampoco es necesario para un alma recta y con la conciencia bien formada, pues podrá percatarse de ciertos errores y desviaciones respecto de la sana doctrina. Al margen del contenido detallado de los discursos, se observa un espíritu de amistad para con el mundo, de santificar lo insantificable y de adoptar un lenguaje mundano con parches religiosos.

No es ninguna sorpresa esta actitud: por desgracia, Su Santidad el Papa Francisco, frecuenta este tipo de escándalos, que son habituales en el papado desde Pablo VI y, sobre todo, Juan Pablo II. Sin embargo, un católico no debe acostumbrarse ante tales situaciones ni aceptarlas como algo normal.

Por el contrario, debe verlas como una ocasión para sufrir por la Iglesia de Cristo, rogando al Espíritu Santo que ilumine y acompañe en todo momento a la jerarquía de su Iglesia y, en concreto, al Sumo Pontífice. Que Francisco rectifique en el resto de su viaje y dé abundantes frutos para la comunidad cristiana de Irak, que está necesitada de un valor martirial.

Antonio de Jaso, Navarra.