El meollo del problema en Colombia y su solución

Efectivos militares de Colombia sosegando a algunos manifestantes. EFE

Hace dos años, el hoy expresidente Juan Manuel Santos firmaba en París un acuerdo de adhesión de Colombia a la OCDE, tras cinco años de negociaciones que se dieron, sin preguntarle al pueblo colombiano. Así, el país entraría en un periodo en el que realizaría una serie de ajustes para demostrar su competencia como nuevo miembro de esta organización.

En noviembre de ese mismo año, el actual presidente Iván Duque continuaría con el proceso, obteniendo el apoyo del Senado y el Congreso para llevar a cabo esta adhesión. Finalmente, en abril del 2020 la OCDE daría la bienvenida a Colombia como su miembro formal número 37.

Con este trasfondo, las recomendaciones de la OCDE han venido amenazando la calidad de vida de los desprevenidos colombianos, con sus propuestas de reformas laborales, tributarias, del régimen de salud, pensionales, entre otras, que tienen en la mira llamar la atención de la inversión extranjera.

Para ello, claro está, deben cumplirse con ciertos estándares de progreso impuestos por la comunidad internacional. Estos comprenden desde medidas neoliberales que buscan reducir la participación del Estado en la economía —léase privatizarlo todo—, hasta políticas progresistas —término que insinúa que no seguir los postulados del liberalismo y no asumir la idea de bienestar como bien supremo, sería una especie de retroceso—.

En este escenario, y buscando cumplir con los requisitos de la regla fiscal —establecida en la ley 1473 de 2011 y modificada varias veces desde el 2014—, salen a flote los indignantes proyectos de reforma que han generado la dura situación que hoy se atraviesa.

La situación, sin duda alguna, ha sido agravada por la ideologización política que sufre el país, que ha dividido a sus habitantes a través del uso oportunista del odio y el miedo por parte de ciertos sectores influyentes de la población.

También afecta la corrupción institucional, vinculada al narcotráfico y la delincuencia común, que ha infectado desde los altos niveles de la política hasta los ambientes académicos, los cuerpos policiales y militares. Hoy, más que nunca, el pueblo colombiano necesita mantenerse en auténtica unidad. Sólo podrá obtenerla a través del fortalecimiento de las virtudes cristianas a las que está arraigada Colombia desde su nacimiento.

Esta unidad va en directa contraposición con el utilitarismo liberal, que pretende hacer de la vida de nuestro pueblo un objeto más de mercado para un mundo moderno que cree que todo puede reducirse a simples guarismos.

A. Araújo, Circulo Tradicionalista Gaspar de Rodas