De la lumbre a la pantalla

Una hoguera de San Juan. C. Quejeiro

En toda sociedad existen tres formas de comunicación. En una sociedad sana, la prevalente debe ser la palabra oral, seguida por la escrita y sólo después la imagen. Esta última es la que, evolucionando desde las facturas manuales, ha acabado invadiendo, hasta de manera tiránica, el universo doméstico de la familia. Su inmediatez sensorial le hace ganar la batalla ante esta hilera de hormigas que el lector va recorriendo.

La palabra dada en la Cristiandad tenía una implicación tal que era suficiente para sellar aún los contratos más importantes. Incumplirla, podía costar. Castellani cita en su Evangelio según Jesucristo a los llamados meturgemanes, hombres dedicados exclusivamente a aprender de memoria los Textos Sagrados.

Sabemos también que los grandes relatos antiguos como la Ilíada o la Odisea o la Eneida, fueron en principio transmitidos por tradición oral. Los Evangelios fueron primero recitados, antes que escritos. Imaginamos a alguien contando historias cuando leemos «En aquel tiempo…»; y a otro escribiendo cuando empieza: «En un lugar de la Mancha…».

La alfabetización en sí no ha producido ninguna elevación cultural. Todos los que pasan horas ante la caja tonta saben leer y escribir. En cambio, en los hogares de antaño donde era frecuente el analfabetismo, se contaban historias alrededor de la lumbre. Se cantaban canciones, se invocaba a Dios, y en los lavaderos las mujeres cantaban romances. Comunicación para la cohesión. Pertenencia a una patria terrenal. Santa Catalina de Siena, es Doctora de la Iglesia y era analfabeta. Dios habla y ordena. La familia habla y se ordena.

La primera sustitución de la oralidad por el texto no fue por la invención de la imprenta, sino por aquello de la sola scriptura en boca de Lutero. Posteriormente, algunos quisieron redimir el mundo con una enciclopedia. Ya sabemos las consecuencias de tantos libros y de la libertad de prensa.

Ningún estímulo visual es más fuerte que la percepción de una luz en la oscuridad, tanto en hombres como en animales. Los peces se pescan con cebos luminosos. Las polillas, como nuestro hombre moderno, se vuelven indefensas ante el reptil alrededor de una luz. Eso es el desorden moderno. El primitivo fuego también producía endorfinas. Pero una palabra humanizaba la sensación. Ahora es el «ver lo que echan». Humanidad de rebaño. No pensar.

Entonces, pues, volvamos. Volvamos a contar cuentos a nuestros hijos. Volvamos a la jerarquía saludable: primero hablar y escucharse. Luego leer saludables y autorizados libros. Por último, contemplar bellas obras de arte.

Antoni Bas, Círculo Nuestra Señora de los Desamparados