Palafox: «En la América, como entró en ella la fe se fueron todos sus naturales reduciendo a ella»

Virrey Juan de Palafox y Mendoza, pintor anónimo

Rescatamos hoy algunas consideraciones de Juan de Palafox, quien fuera Obispo y Virrey de la Nueva España. La concisión y el valor de sus palabras, sin duda aprovecharán al lector:

Cuán dignos son los indios del amparo real de vuestra majestad…, por Su Ilma. Don Juan de Palafox y Mendoza

Para vuestra majestad y su religión esclarecida, el mayor motivo es el de la fe, porque en la corona y augustísima casa austriaca, más que en todas la del mundo ha resplandecido esta excelente virtud con dichosísimos incrementos de ella por todo el orbe universal, siendo cierto que el celo de los señores reyes católicos, en cuyo tiempo se descubrieron las Indias y el de los serenísimos reyes emperador Carlos V y su madre la señora reina doña Juana, en la cual se conquistó la Nueva España y de los tres piísimos y catolicísimos Felipes, sus hijos y sucesores, en el cual se ha propagado, no se ha movido a descubrir y conservar aquel dilatado mundo, sino sólo por hacer más extendida la fe y más gloriosa y triunfante la Iglesia Católica.

Todas las naciones de Asia, Europa y África, han recibido, señor, la fe católica, no hay duda porque hasta los últimos términos del orbe se oyó la voz evangélica por los apóstoles santos, sus primeros propagadores, publicada. Pero también por los anales eclesiásticos y los martirologios de la Iglesia y por las lecciones mismas de las Canónicas Horas y por la celebración de las festividades, se manifiesta cuánta sangre de mártires costó el establecerla y cuánta después el conservarla. Porque más de trescientos años se defendió la idolatría de la religión cristiana y con la espada en la mano, con infinita sangre, conservó acreditada y falsamente adorada su errada creencia y culto.

No así, señor, en la América, en donde como unas ovejas mansísimas, ha pocos años y aun meses, como entró en ella la fe se fueron todos sus naturales reduciendo a ella, haciendo templos de Dios y deshaciendo y derribando los de Belial, entrando en sus casas y corazones las imágenes y pisando y enterrando ellos mismos con sus mismas manos su gentilidad, vencida y postrada por el santo celo de la católica corona de vuestra majestad.

Este, señor, es un mérito excelente y muy digno de ponderación y de que la esclarecida y ardiente fe de vuestra majestad le reciba, le estime y que así en su real piedad como en toda Iglesia, hallen en el premio que merecen estos naturales por tan grande suavidad, docilidad y sencillez con que recibieron nuestra santa fe.

Asimismo es constante por todos los anales y crónicas eclesiásticas y padres de la Iglesia, que apenas la religión católica desterró la idolatría de todas las naciones de África, Asia y Europa, después de haberse defendido tan obstinadamente, cuando nacieron luego monstruos horribles de heresiarcas y herejías y molestaron y persiguieron la Iglesia, no menos poderosa y despiadadamente  que la misma idolatría. Pues vemos que en tiempo del mismo Constantino Magno, padre y amparo de la católica religión, ya Arrio, y poco después Eutiques y Macedonio y otros, envenenaron las puras aguas de la cristiana y verdadera doctrina y llevaron con perniciosos errores innumerables almas tras sí y hasta el día de hoy poseen sus discípulos y beben y viven sus nefandísimos hijos y sucesores de aquella abominable enseñanza y poseen con ella infamada muy grande parte de Europa y casi toda la Asia y África.

No así esta cuarta parte y la mayor del mundo, la América, la cual, virgen fecundísima y constantísima, no solamente recibió la fe cristiana con docilidad y la romana religión con pureza, sino que hoy conserva sin mancha alguna de errores  o herejías y no sólo ninguno de sus naturales otra cosa ha enseñado que la católica religión, pero ni creído ni imaginado; de suerte que puede decirse que en esta parte del mundo se representa la vestidura inconsútil y nunca rota de Cristo Nuestro Señor, que no permitió su divina majestad fuese dividida en partes, sino que toda se conserva y guarda entera para Dios y para vuestra majestad. Circunstancia muy digna de que los dos brazos, espiritual y temporal, el pontífice sumo y vuestra majestad, concurran al bien, amparo y favor de tan beneméritas provincias y cristianas como de la América.

«De la naturaleza del indio» Juan de Palafox y Mendoza.

José Jaime Carranza Alvarado, Círculo Tradicionalista Celedonio de Jarauta de Méjico.