El papa Francisco, que no es santo de mi devoción, acaba de afirmar que la propiedad privada es un derecho secundario que está subordinado al destino común de todos los bienes. Esta tesis, que es doctrina perenne de la Iglesia, ha despertado entre los ideólogos liberales, esos repetidores de pacotilla que insisten machaconamente en lo que no conocen y viven escupiendo consignas como si fueran verdades de a puño; esos vomitadores de lugares comunes, los ideólogos liberales, se han rasgado las vestiduras porque el papa populista acaba de caer en una herejía, ha blasfemado. Actúan el gesto del sumo pontífice israelita cuando, preguntando a Cristo si era el Hijo de Dios, Nuestro Señor le contestó: «Tú lo has dicho».
Dirigiéndome a esos ideólogos liberales, quisiera decirles que lo que afirmó el papa es la misma teoría que repitieron los liberales de todos los tiempos, especialmente los «padres» de la ideología. Pero no los voy a desasnar, no pienso trascribirles lo que escribieron Grocio, Pufendorf o Locke. Que vayan a leerlos. Y se gradúen de imbéciles de posgrado.
Lo que quiero afirmar es simplemente esto: la propiedad privada para la Iglesia es legítima. El actual pontífice no ha dicho otra cosa. Pero como todo título justo, la apropiación privada tiene límites, y el primario y fundamental es el derecho de todos a la propiedad que es un modo como se manifiesta el destino común de los bienes. Esto es de justicia natural.
Aquellos liberales pensaban lo mismo, sólo que exageraban el poder humano de apropiación, justificando la expropiación de lo poseído en común, y convirtiendo la propiedad privada en un derecho humano absoluto, ilimitado, indivisible y sacrosanto. Fue el caso de Benjamin Constant que hizo la apología de la propiedad privada luego de haberse enriquecido con los bienes expropiados por la Revolución Francesa.
A pesar de tener la enseñanza de la Iglesia y la ideología liberal un semejante punto de partida: los bienes por naturaleza pertenecen a todos; una y otra se separan al momento de legitimar la apropiación privada. Estos ignorantes deberían aprender que la propiedad privada no es «privada» porque lo diga una constitución, ni es privada porque «yo la tengo». Hay títulos de apropiación, así como limitaciones a éstos. Ellos la han convertido en un «absoluto derecho humano». Los católicos reiteramos sus límites en la «justicia natural».
No voy a reiterar la doctrina de la Iglesia, ni rememorar su historia. Cualquier bien nacido en el seno de la Iglesia la conoce bien, y los liberales no les interesa. Es cierto que hay otros católicos que, salidos de un matrimonio mixto, se están agarrando la cabeza tratando de defender sus pertenencias y de conservar la fidelidad al Vicario de Pedro. Allá ellos, que marcan las páginas de la Biblia con dólares, que –a pesar de las advertencias del Hijo de Dios– quieren conciliar a Dios con Mammon.
Juan Fernando Segovia, Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II