Humor- ¡Qué cosas se ven, Don Pero!: Carmen, je t’aime

Carmen Calvo con Pixie y Dixie

No salgo de mi estupor. No digo que no hubiera motivos de sobra para defenestrar a Carmen Calvo. Pero no más, ciertamente, que para defenestrar a Pedro Sánchez.

La reciente remodelación del Gobierno -en román paladino, «purga»- ha demostrado, eso sí, una vez más, el valiente compromiso de los socialistas españoles con la defensa, promoción y enseñanza de nuestra lengua; en concreto, por lo que se refiere a la correcta utilización de los adverbios. Estos dignos discípulos de Lázaro Carreter llevan incluso desde antes de entrar en el Gobierno dándonos unas valiosas lecciones de semántica. El Gobierno de Pedro Sánchez podría rebautizarse justamente como el Gobierno-RAE. De hecho, uno empieza a sospechar que quizás su programa electoral podría muy bien reducirse a explicarnos, como si se tratara de un capítulo de Barrio Sésamo, lo que significan algunos de nuestros vocablos más elementales.

No se rían aún. Les recuerdo que durante los varios intentos fallidos de Rajoy por formar Gobierno durante los años 2015 y 2016, Pedro Sánchez y su camarilla nos proporcionaron unas valiosas lecciones, normalmente en el Congreso de los Diputados, sobre el correcto modo de utilización del adverbio de negación básico de la lengua española y su significado preciso: «No es no, señor Rajoy». Meses después, ya en el Gobierno, empezaron con los adverbios de afirmación, con aquello de «Sí es sí» Después, a alguna lumbrera socialista (que haberlas, haylas, como las meigas) se le ocurrió añadir otro adverbio a la frasecita, el adverbio «sólo». Y ahora parece que «sólo» por eso, doña Carmen tiene que hacer las maletas.

El último capítulo del cursillo «Aprenda castellano inclusivo en 10 legislaturas» nos lo ha proporcionado la purga del mes de Julio, que ilustra la polisemia del adverbio «fuera». Así, con un solo fuera expresado con contundencia, y con la apostura y galanura propias de nuestro ínclito presidente, Pedro Sánchez puede expresar muchas ideas distintas. Verbigracia:

«No le caes bien a nadie, Isabel: eres demasiado rica para ser progre».

«Arantxa, hija, ¿por qué hay un moro moribundo en Logroño y 8000 moros vivitos y coleando paseándose por Ceuta?».

«Es que no vales ni para negociar con los catalanes, Miquel».

«Nunca debiste parecer más serio y respetable que yo, Juan Carlos».

«El Estado soy yo, José Luis. Y el PSOE, también soy yo. Y la Tradición también soy yo [¡ay, no! La última parte no es de Sánchez…]».

Y, en fin, la más dolorosa y trágica de todas: «Lo siento, mamá Carmen: quiero más a tita, Nadia que a ti».

Algo de parricida tiene el cese de doña Carmen. Al fin y al cabo, fue, al menos para Sánchez (pero para casi todos los miembros de este Gobierno, también) una especie de madre espiritual en los tortuosos caminos del «pensamiento socialista» (permítaseme el oxímoron) contemporáneo. En cualquier caso, me tendrán que reconocer que deja traslucir una gran ingratitud; una ruptura con el pasado en la loca carrera hacia adelante, hacia el abismo que se abre siempre al final del camino de todos los «Progresos».

Por ese ingrato parricidio (yo siempre he sospechado que Sánchez y su Gobierno nunca superaron la edad ingrata), yo pensé inmediatamente, en cuanto supe de la catarsis gubernativa, en aquella escena del final de Carmen. Sí, hoy me voy a pasar al mundo de la ópera, abandonando temporalmente el cine. Hacia el final de la tragedia musical de Bizet, don José, que ha abandonado todo: carrera, honores y a su encantadora prometida Micaela, por los amores apasionados y febriles de Carmen, cuando se la encuentra en los alrededores de la plaza de toros, donde ella ha ido a animar a su nuevo amor, le dice: «Carmen, je t’aime» y después, ¡zas!, le asesta una puñalada trapera que la deja más tiesa que un raíl de tren. No me costó mucho imaginarme a Pedro Sánchez citando en su despacho de Moncloa a Carmen Calvo para decirle que había llegado el final de las aventuras feministas y elegetebeístas a costa de las arcas del Estado, que se estaban quedando vacías otra vez y que, de nuevo, como ya hizo Zapatero, había que reemplazar a una vicepresidenta muy progresista y muy querida por todas las asociaciones de mujeres por una siesa funcionaria rubia, de ojos claros, economista de profesión, para intentar arreglar las cuentas antes de que venga el PP y lo ponga todo manga por hombro con sus políticas de -supuesta- austeridad. Supongo que no he sido el único en apreciar el paralelo entre las legislaturas de Zapatero-Fernández de la Vega y Zapatero-Salgado con las de Sánchez-Calvo y Sánchez-Calviño.

En mi recreación monclovita del drama, vi a Sánchez y a Calvo, a ambos lados de la mesa (lo de la plaza de toros disgustaría mucho a Teresa Ribera), y a Sánchez, diciéndole: «Carmen, yo te quería y estoy de acuerdo contigo en todo. Pero los números rojos están ahí, no podemos hacer nada; y además Irene Montero ha pedido tu cabeza. Carmen, je t’aime…». Y le suelta la consabida puñalada en forma de cese como vicepresidenta del Gobierno de las Españas.

Pues, qué quieren que les diga, yo la voy a echar sinceramente de menos: se acabaron Pixie y Dixie en el Senado y las líneas imaginarias (¡y tanto!) entre Teherán, París y Nueva York; se acabaron también las peticiones desesperadas a los comentaristas políticos para que dejen de arrojarse las palabras a la cabeza. Todas esas pequeñas gracias de Carmen Calvo, que nos hacían tan felices. Ahora los socialistas, (¡horror!) van a gobernar en serio.

Pues yo se lo digo sin armas y con una gran desazón: «Carmen, je t´aime».

G. García-Vao