El día 24 de agosto de 1883 fallecía en el Castillo de Froshdorf el Conde de Chambord, Enrique V de Francia. Eran «los últimos días de la bandera blanca», como tituló un libro suyo poco después Albert de Mun. Enfrente, al servicio de la Revolución, estaban los Orleans con la bandera tricolor. Se había agotado la dinastía legítima y esto, que era una tragedia para Francia, lo era inseparablemente para el legitimismo español y para el portugués, los tres siempre bien trabados ([1]). Afortunadamente el Conde de Chambord había salvado su honor de los cantos de sirena de las sugerentes invitaciones a componendas con los Orleans y con la Revolución.
Doña Magdalena, de familia puramente legitimista, había conocido las zozobras de los legitimistas franceses ante esos intentos de contubernios, la alegría de su fracaso y el final dolor del agotamiento de la dinastía.
Al producirse éste, una parte de los legitimistas se plegaron a los Orleans; otros se fueron desconsolados a sus casas y cerraron sus publicaciones para que no se desnaturalizaran, y un tercer grupo, llamado después «Les blancs d’Espagne» reconocieron como Rey y jefe de la Casa de Borbón a Don Juan III , padre del Rey Don Carlos VII, que de ahí toma los derechos a la Corona de Francia a que alude en su famoso testamento político.
La familia y las amistades de Doña Magdalena estaban con «Les Blancs d’Espagne». Por eso ella estuvo en todo momento absolutamente identificada con la misión de su esposo, que comprendía en toda su profundidad y alcance. Entendía perfectamente que Don Juan de Borbón y Battenberg era el homólogo en España de los Orleans en Francia y que era un deber religioso cerrarle el paso. Por ello, consideraba los triunfos y los reveses del Carlismo como cosa propia de su carne y de su linaje y de la gran Causa de la Cristiandad, a la que servía con ardor desde un discreto papel femenino en un segundo plano. Entendió correctamente el feminismo cristiano como una incorporación inteligente y muy activa a la vocación y misión de su esposo, al que así sostenía y potenciaba. El gran ideal de su vida fue evitar a los legitimistas españoles los sufrimientos morales que ella había visto padecer a los legitimistas franceses.
La fidelidad absoluta a su vocación religioso-política perduró hasta su extrema ancianidad; en 1883 [errata: es 1983] suscribió una preciosa carta-prefacio al libro de Alain Jossinet, «Henri V, Duc de Bordeaux, Comte de Chambord», en la que resplandece la lucidez con que comprendía la lucha entre la Cristiandad y la Revolución.
Pero antes había sufrido lo indecible en las relaciones con sus propios hijos, resultando de ello aureolada su figura con los reflejos que caracterizaron a algunas mujeres santas.
Su Vía Crucis empezó con el noviazgo de Don Carlos Hugo con Doña Irene de Holanda. Cuando ya iba tomando cuerpo y a todos preocupaba un matrimonio mixto, Doña Magdalena se fue a pasar unos días al Palacio Real de Holanda, haciéndose pasar ante la servidumbre, y los holandeses, por una duquesa inglesa. Salía a pasear por el bosque del palacio con Doña Irene, a la que, finalmente, le planteó francamente, «carrement», que o conversión a la Fe Católica o nada de boda.
Celebrada la boda, Don Javier y Doña Magdalena pusieron a disposición del joven matrimonio el castillo de Lignières, con muchas hectáreas de terreno. Ya inicialmente Doña Irene confirmó que las cosmovisiones se extrapolan hasta la elección de un estilo de decoración; empezó a cambiar ésta, arrumbando muebles, cuadros y objetos que eran a la vez símbolos gloriosos, y dio al conjunto un aire de modernidad en el que no faltó la construcción de una piscina. El proceso continuó correlativamente con el deslizamiento de Don Carlos Hugo hacia el socialismo autogestionario, y culminó con arrojar fuera del palacio, a la calle, el mobiliario del «ancien régime», que tuvo que ser recogido por Doña Magdalena con la angustia de la sorpresa y de la improvisación. (Comunicaciones verbales de Don Ángel Romera Cayuela al recopilador.)
Doña Magdalena llegó a su Calvario […] cuando en aras de la más pura fidelidad a su vocación católica y monárquica tuvo que desautorizar y desautorizó pública y definitivamente a su hijo primogénito, Don Carlos Hugo, víctima de las ideas de la Revolución.
Continúa el Vía Crucis.
Hemos visto ya en varias ocasiones […] que se presentaba al Infante Don Sixto como un mecanismo de seguridad para la continuidad de la Dinastía Legítima en el caso de que Don Carlos Hugo no pudiera establecerla. Pura especulación rutinaria, entonces. También eran medidas especulativas y rutinarias las de preparación de Don Sixto para la eventualidad, insospechada, de que tuviera que sustituir a su hermano, el Príncipe de Asturias, estudiando en los Maristas de Vitoria, exhibiéndose por España y haciendo el servicio militar en la Legión […].
Pero mediada la década de los años sesenta, Don Carlos Hugo perdía adhesiones en sus propias filas por sus ideas progresistas y su conducta absolutista. Los ojos de muchos empezaron a mirar a Don Sixto como al posible y verdadero continuador de la Dinastía si Don Carlos Hugo continuaba descalificándose. Empezaron las fricciones y los recelos entre los dos hermanos aun dentro y, sobre todo, después de nuestro período [1963]. Se encendió una guerra civil dentro de la familia Borbón Parma, de la que es una muestra la información del diario de Madrid «El Alcázar» de 8-III-1977 [en el que se reproduce la declaración de la Reina de ese mismo día: https://carlismo.es/declaracion-de-dona-magdalena-de-borbon-de-8-de-marzo-de-1977/ y una noticia sobre una supuesta declaración de Don Javier, que fue distribuida por los carloshuguistas].
[…] Don Carlos Hugo obtiene la nacionalidad española por Real Decreto de Don Juan Carlos I , el 5-1-1979, al precio de aceptar que en él se diga que ha contribuido al establecimiento y consolidación de la democracia en España, que solamente es presidente de un partido político y que presta juramento de fidelidad al Jefe del Estado y de obediencia a las Leyes.
El día de Santiago de 1981 el Infante Don Sixto Enrique suscribe en Santander un Manifiesto a la Comunión Tradicionalista Carlista en el que se presenta como «Abanderado» de la misma.
La Reina Doña Magdalena sufrió en su corazón los desgarros de esta guerra civil y se mantuvo inequívocamente y en todo momento fidelísima a la Religión y a la Monarquía Tradicional, como una heroína del Antiguo Testamento. En su honor el ilustre carlista Don Francisco Guinea Gauna escribió el siguiente soneto:
«A S.M. la Reina Doña Magdalena:
Traición, mentira, engaño y vil patraña
en tanta proporción que al mundo espanta
llevaron a la tumba a Reina Santa,
flor de la Cristiandad y flor de España.
En ella se cebó la negra saña
de un grupo criminal que se agiganta
con terror contagioso al que hoy se canta
como acción victoriosa y noble hazaña.
Que la Reina del Cielo, mi Señora,
os lleve de su mano hacia la Gloria
en eco de oraciones del que os llora.
Y los santos carlistas de la Historia
os prendan con honor y sin demora
las Cruces del Martirio y la Victoria.»
Fuente: Apuntes y documentos para la historia del tradicionalismo español 1939-1966 (Manuel de Santa Cruz), tomo 25 (I), p. 73 – 77
[1] El apéndice documental del tomo XXVIII de la «Historia del Tradicionalismo Español», de Don Melchor Ferrer es generoso en mostrarnos la relación entre los legitimistas franceses y españoles. Veamos sus páginas 9, 25 y 45, y sobre la muerte de Chambord, en la pág. 74.
Juan Pablo Timaná, Círculo Tradicionalista Gaspar de Rodas de Medellín