Para muestra, un botón… charro

Foto: Pasión Charra

En gran medida sorprende comprobar cómo los elementos que integran la antigua herencia cultural de los pueblos continúan definiendo su identidad y su personalidad incluso en el día de hoy. En México, a pesar de la invasión de la cultura anglosajona de estos últimos siglos, podemos sentirnos muy orgullosos de nuestra herencia hispánica cristalizada en costumbres tan singulares y auténticas, que han merecido ser valoradas como patrimonio nacional para su cuidadosa conservación. Y como muestra un botón… la charrería.

El legado costumbrista y cultural que une a España y México cautiva por sus similitudes, especialmente en el ámbito de las tareas cotidianas del campo. Es cierto que existen algunas diferencias, pero se puede comprobar con facilidad la pervivencia de la tradición hispánica.

El adjetivo charro significa sobrecargado en la decoración, barroco. La charrería se manifiesta en el vestir, destacando en el conjunto de la indumentaria tradicional española por su carácter recargado. Algunas investigaciones han tratado de encontrar el origen de la vinculación entre el charro salmantino y el mejicano, concluyendo que, con la migración peninsular hacia México, se desarrollaron muchos elementos comunes entre ambos. En Salamanca se reconoce que la charrería mejicana es derivada e hija directa de la charrería salmantina. En cambio, al estudiar la relación entre los charros en España y en México, el Prof. Héctor Medina ha defendido que «no es que uno sea uno hijo del otro, sino que por una serie de coincidencias hay un nacimiento simultáneo y paralelo de ambas realidades».

R. Martínez Ramírez de Arellano

El charro surge como una figura mítica tanto en España como en México durante algunos movimientos sociales. En el caso de España, Julián Sánchez García, apodado el Charro, fue un guerrillero salmantino muy conocido por su participación en la Guerra de la Independencia Española contra las tropas napoleónicas. Por su parte, los charros mejicanos también formaron parte en otros acontecimientos sociales, pero a diferencia de lo sucedido en España, han destacado por su estricta conservación de sus tradiciones, por lo que charrería ha logrado ser considerada como el deporte nacional mejicano.

La charrería comenzó en México como un conjunto de suertes necesarias en el campo para el manejo del ganado. Las suertes iban perfeccionándose y se enseñaban a través de generaciones. Cada miembro de la familia o hacienda iba desarrollando aptitudes nuevas y conocimientos mayores que se transmitían a los más jóvenes. La charrería creó una relación incomparable y muy marcada entre las sucesivas generaciones, siempre bajo el marco de intereses comunes, del orgullo familiar y regional.

Muchas de estas familias resultaron afectadas por los cambios sociales y económicos que fueron produciéndose en México. Podemos citar, por ejemplo, la reforma agraria (muchos perdieron sus propiedades total o parcialmente) y también la urgencia de formar intelectualmente a las nuevas generaciones para afrontar los retos económicos que las haciendas o propiedades en el campo iban a demandar. Esto originó una migración entre 1910 y 1920 de hombres de campo hacia las incipientes ciudades de entonces. La vida del campo estaba casi paralizada y su nueva organización había desplazado a esforzados varones que, recién llegados a la ciudad, añoraban los días felices de sus andanzas campiranas. Renuentes al abandono de esos pasatiempos campiranos, se reunían a las afueras de las ciudades. Todos estos hombres amaban la charrería, porque la habían vivido desde su primera edad y porque la practicaron en su lucha por la vida.

En 1921 se celebraba una fiesta charra en el Hipódromo de la Condesa, en la Ciudad de México, por cuenta y orden de la Secretaría de Guerra y Marina, para conmemorar la Batalla del Cinco de Mayo. Algunos asistentes decidieron retirarse y encaminaron sus cabalgaduras hacia el Bosque de Chapultepec. En camino comentaron la constante improvisación de los festivales charros, y la triste realidad de comprobar cómo los charros y sus prácticas estaban a punto de extinguirse. Tuvieron entonces la idea de agruparse en una asociación que, aparte de permitirles las prácticas charras, les diera oportunidad de iniciar una campaña patriota. El 4 de junio de 1921, quedó constituida nuestra «Asociación Nacional de Charros», como asociación deportiva mejicana.

R. Martínez Ramírez de Arellano

La charrería mexicana es una forma de vida y va la de la mano de la religión católica. Si bien, hubo y habrá muchos charros que no profesen la santa fe; en sus cimientos históricos y actuales, el catolicismo encuentra en la charrería una expresión pública por excelencia ─el santo patrono de los charros mejicanos es el Beato Sebastián de Aparicio─ y, en su gran mayoría, las diferentes agrupaciones charras desfilan entrando al lienzo charro con estandartes religiosos, destacando el de la aparición de la Santísima Virgen de Guadalupe. Antes de cada congreso o charreada, todos los equipos se encomiendan públicamente a Nuestro Señor Jesucristo y a la Virgen. Las actividades de todas las asociaciones están organizadas como cabalgatas a distintos templos o santuarios católicos. No olvidemos que muchos de los cristeros mártires fueron charros. En cada congreso charro o festival importante, antes de comenzar una charreada se asiste en familia a una misa católica, todos los varones portando sus trajes de charros y de adelitas para las mujeres. Al finalizar la santa misa, inicia la charreada y convivencia familiar.

Una charreada consta en primer lugar de un desfile, que es la entrada al ruedo de los equipos de charros participantes en la competencia. La primera suerte es la cala de caballo. La segunda suerte son los piales. La siguiente suerte son las colas o el coleadero. A continuación, la jineteada de toro. La terna en el ruedo es una suerte realizada por tres jinetes que en realidad combina a otras dos suertes diferentes e independientes: un charro florea su reata y laza por la cabeza o por los cuernos a un toro (le coloca el lazo cabecero) y luego otros dos charros hacen lo propio con las patas traseras, es decir, le ponen un pial. La jineteada de yegua consiste en montar a una yegua bruta (nunca jineteada). En las manganas a pie, el charro se encuentra a ruedo cerrado se luce floreando la reata, realizando con ella giros y filigranas en el aire (resortes, arracadas, espejos, etc.), hasta que, azuzada por tres arreadores, entra una yegua corriendo alrededor del ruedo, el charro le laza las patas delanteras o manos y así la derriba. Las manganas a caballo son una suerte básicamente igual a la anterior: el charro se encuentra montado en su caballo y tira la yegua chorreando la reata a cabeza de silla. La suerte más esperada, por su peligrosidad, es el paso de la muerte.

La charrería es vida, porque vive de tradiciones y las actualiza, con lo que no pierde su vitalidad. Reconecta al hombre no sólo con sus tradiciones sino con el campo y su realidad.

El Dr. Antonio Muñoz Pérez ─en el Congreso Nacional Charro de Guadalajara 1989 primer lugar en terna en pial en el ruedo─ comenta: «Gracias a la charrería y, a las enseñanzas de mi padre, mi hermano y yo, desde muy pequeños aprendimos lo que era ser charro, este arte que mi padre había aprendido de sus mayores, desarrollado técnicas junto con sus amigos que vivían en el campo. Por la charrería tuve una relación muy especial con mi padre y mi hermano, nos unió e hizo que nuestra convivencia fuera rica en tradiciones e intereses comunes. Fuimos siempre bienvenidos entre los círculos de los más experimentados, a pesar de nuestra corta edad, ellos tenían claro que debían transmitir sus conocimientos, secretos para ejecutar las suertes y poder continuar con esta tradición. Nuestra familia natural creció por la charrería, amistades generacionales son uno de tantos legados que la charrería nos ha dejado».

Foto: Pasión Charra

Además de la herencia de los charros salmantinos, el desarrollo de la identidad propia mejicana se debe a la transmisión de las experiencias generacionales de los más viejos a los más jóvenes; no había fundamentos nuevos, pero sí, muchas vivencias que heredar. El Dr. Muñoz nos comenta: «se nos enseñaba a escuchar a los viejos y se valoraba todo consejo. Vestirse de charro es vestirse de caballero mexicano. Se nos enseñaba a ser amigos, pacíficos, educados y atentos. Así como en el toreo se categoriza aquello que “se torea como se, es”; para el charro mexicano lo primero es ser caballero honorable de este país». Explica: «Durante la Segunda Guerra Mundial se creó un ejército de 100.000 charros en previsión de un eventual ataque de fuerzas del Eje. Los charros son jinetes que provienen de una antigua tradición originada en el Virreinato y que durante siglos se encargaron de la seguridad en haciendas y zonas rurales. Hoy siguen siendo parte de las fuerzas armadas de reserva de México. Están autorizados para portar armas legalmente. Por eso, en los desfiles militares, los charros forman parte de éstos y son vistos como soldados en defensa de la patria, implican por sus valores al igual que el ejército mejicano, valentía y patriotismo».

El beneficio económico que genera la charrería es amplísimo: artesanía textil para los jinetes y los caballos, talabartería, herrajes, joyería (casi toda la botonadura está inspirada en el botón charro salmantino), carpintería, zapatería, etc.

Gracias a este deporte nacional, que llegó por influencia salmantina, hoy en México la charrería orgullosamente promueve el patriotismo, religión católica, tradiciones y la unión familiar.

Para finalizar, compartimos con ustedes, este poema de Don Delfín Sánchez Navarro, que expresa de excelente forma el sentir del espíritu charro.

Karina Martínez Ramírez de Arellano, Margaritas Hispánicas