Inmaculada

La Inmaculada Concepción de los Venerables

En esta vigilia de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, en La Esperanza queremos venerarla con la publicación de una primera poesía que nos ha enviado Juan Pablo Timaná, desde el Círculo Gaspar de Rodas de Medellín. El autor es el gran poeta carlista salmantino (de Frades de la Sierra) José María Gabriel y Galán. 

***

I

Dime coplas, musa mía.

¿Me las niegas por vulgares?

¿Me reprendes la osadía

de que en coplas populares

quiera cantar a María?

¿Murmuras avergonzada

porque en la ruda tonada

de esta mortal criatura

no cabe la gran figura

de María Inmaculada?

¡Bien lo sé yo, musa mía!

El gran himno de María

no lo rima ni lo canta

miel de humana poesía

ni voz de humana garganta.

Ni tú, porque eres tan ruda

que vives con la desnuda

Naturaleza en amores,

amante extática y muda

de encinas, piedras y flores,

ni esotra sutil y grave

musa de rica realeza

que dicen que tanto sabe,

daréis jamás con la clave

del himno de la pureza.

Ese gran himno bendito

ya está en los cielos escrito

por Dios con cifras de estrellas…

¿Qué no sabrán decir ellas,

letras de un libro infinito?

Pero escucha, musa mía:

la música reverente

del poema de María

es la total armonía

del Universo viviente,

y todo lo que es cantar

y todo lo que es bullir,

entero se le ha de dar,

porque cantar es amar,

porque agitarse es sentir.

Y yo, corazón de arcilla

que adoro tanta grandeza,

le debo mi tonadilla…

Negársela por sencilla

fuera negar mi pobreza.

II

Yo he cantado cosas puras:

radiosas noches serenas,

empapadas de dulzuras,

de castos silencios llenas

y henchidas de hondas ternuras.

Hele rimado cantares

al candor de las palomas

de mis blancos palomares

y a la miel de los aromas

de mis ricos tomillares.

He cantado la blancura

de la azucena sencilla,

la purísima tersura

de la nieve de la altura,

que es la nieve sin mancilla.

He cantado la pureza

de las fuentes naturales,

la gentil delicadeza

que en los blancos recentales

expresó Naturaleza;

la sonrisa matutina

de los días abrileños,

la disuelta purpurina

con que tiñen la colina

los crepúsculos risueños;

los arrullos guturales

y los ósculos caídos

en las caras celestiales

de los niñitos dormidos

en los brazos maternales…

Cosas puras he cantado,

cosas puras he sentido,

y con ellas embriagado,

como un niño me he dormido,

como un ángel he soñado…

Mas ni en mis noches divinas

con estrellas diamantinas,

ni en mis caseras palomas,

ni en la miel de los aromas

de mis natales colinas,

ni en las puras azucenas,

ni en las fuentes de la umbría,

ni en las auroras serenas,

ni en las dulces tardes llenas

de profunda melodía,

ni en los besos ideales,

ni en las mieles musicales

de las madres cuando cantan,

ni en las risas celestiales

de los niños que amamantan,

encontró la musa mía

pobre símbolo siquiera

que con miel de poesía

interpretarme pudiera

la pureza de María…

III

¿Qué nombre darte hechicero?

Nada me dice el grosero

decir del humano idioma,

ni cuando dice paloma

ni cuando dice lucero.

¿Cómo bosquejar tu alteza

con pobre imagen oscura

que ofrezca Naturaleza,

si no hizo Dios criatura

gemela tuya en pureza?

Fuente de aguas celestiales,

crisol de amores humanos

que tus ojos virginales

depuran de los livianos

sedimentos mundanales;

sol del más dichoso día,

vaso de Dios, puro y fiel;

¡por Ti pagó Dios, María!

¡Cuán pura el Señor te haría

para hacerte digna de Él!

Manantial de los consuelos,

plenitud de los anhelos,

luz que toda luz encierra,

embeleso de los cielos,

alegría de la tierra…

¿Qué más decirse podría

en tu alabanza y loor,

después de decir que un día

fuiste sin mancha, ¡oh María!,

la Madre del Redentor?

Corazón que ante tu planta

no adore grandeza tanta,

¡muerto o podrido ha de estar!

Garganta que no te canta,

¡muda debiera quedar!

IV

Musa mía campesina,

que vives enamorada

de la fuente de la encina,

de la luz de la alborada,

de la paz de la colina,

del vivir de mis pastores,

del vibrar de sus sentires,

del pudor de sus amores,

del vigor de sus decires

y el callar de sus dolores…

¿No me has dicho, musa mía,

que te placen cosas bellas?

¡Pues viértete en armonía,

que es centro de todas ellas

la belleza de María!

¿No me dices, cuando cantas

el candor y la humildad,

que te placen cosas santas?

Pues María es, entre tantas,

la más grande santidad.

¿No tienes para la alteza

de cosas puras tonada?

¡Pues la esencia, la riqueza,

el sol de toda pureza

es María Inmaculada!

¡Rima y canta, musa adusta!

¡Canta el misterio insondable

cuya grandeza te asusta!…

¡La divina Madre Augusta

con los pobres es amable!

Yo la he visto sonriente

escuchando el balbuciente

decir de rudos cantares

que ante míseros altares

le rimaba ruda gente…

Gente de sano vivir

que al sentirla Inmaculada,

le cantaba su sentir.

¡El del alma enamorada

es el más bello decir!

¡Madre mía! ¡Madre mía!

¡Que beba mi poesía

pureza de tu pureza!

¡Que aprenda a tomar belleza

de tu belleza, María!

¡Que suba tu amor ardiente

del corazón del creyente

a la mente del poeta,

y oirás el himno ferviente

que el gran misterio interpreta!

¡Que el mundo pura te adore!

¡Que te cante y que te implore!

¡Que tú le mires amante

cuando rece, cuando llore,

cuando bregue, cuando cante!

Y que a una voz concertada

diga ante tanta grandeza

la Humanidad prosternada:

¡Gloria a Dios en la pureza

de María Inmaculada!

José María Gabriel y Galán.