La Inmaculada Concepción y su vinculación a la Monarquía Hispánica

Fiesta de la Inmaculada en Sevilla 1616

Ha sido España la espada que defendió, por donde fuere, la Inmaculada Concepción, siglos antes de su definición dogmática. Ha sido la Hispanidad el germen del clamor del pueblo fiel que, desde la tierra de María, reclamaba por su proclamación solemne. Y fue la Monarquía Hispánica la abanderada de la fiesta, que hoy con gozo, celebramos.

Las primeras referencias que poseemos acerca de la devoción en la monarquía española hacia la Inmaculada Concepción, se remontan al siglo XIII, con Fernando III el Santo. El rey llevó a la conquista de Córdoba una imagen con rasgos de Inmaculada y que se venera en la ermita de Nuestra Señora de Linares, cercana a la ciudad. Igualmente, en Úbeda habría dejado una talla de la misma advocación y una capilla dedicada a Ella en el convento de los Trinitarios.

Tras él, su hijo Alfonso X el Sabio, se refiere a la Inmaculada Concepción en la primera de las «Cantigas das cinco festas de Santa María». En uno de los pasajes de la Cantiga décima, dedicada a la Asunción, dentro de un conjunto de alabanzas o bendiciones, aparecen más versos:

Na quál aquela noite

est´ é cousa sabuda,

foi na bêeita Anna

a Uirgen conçebuda,

a que pelos prophetas

nos fora prometuda

ante que esto fosse

mui gran sazon passada.

E logo que foi viva

no corpo de sa madre,

foi quita do pecado

que Adan nosso padre

fezera per consello/ daquel

que, pero ladre

por nos levar consigo,

a porta ll´é serrada

Do inferno. Ca esta

lle pos a serradura,

e abriu paraíso,

que per malaventura

serrou nossa madr´ Eva,

que con mui gran loucura

comeu daquela fruita

que Deus ll´ouve vedada.

Bêeyto foi o dia

et benauenturada

a ora que a Uirgen

Madre de Deus foi nada [nacida]

Del Reino de Castilla llega la labor de la esposa de Juan II, la reina María, hija de Fernando I de Aragón y Dª Leonor, quien hizo en la Catedral de Sigüenza una fundación destinada a aumentar la solemnidad de la fiesta de la Inmaculada.

Del Reino de Aragón, Jaime el Conquistador, le encargó la misión de defender la devoción en la Inmaculada Concepción a San Pedro Nolasco, fundador de la Orden de la Merced. Y es creencia común que el infante Don Sancho, arzobispo de Toledo e hijo de Jaime el Conquistador, por ser discípulo de San Pedro Pascual, sería también firme defensor de la doctrina inmaculista.

Tanta y tan crecida era ya la devoción que Pedro IV el Ceremonioso, todavía príncipe, fundaría en Zaragoza en 1333 una cofradía bajo el título y protección de la Concepción Inmaculada.

Aquí cabe señalar la gran labor de difusión que haría entre nobleza y monarquía aragonesa el mallorquín Ramón Lulio, con el apoyo expreso de Juan I (su esposa, la reina Violante, favoreció la prosperidad de la cofradía de la Concepción), quien fundó una escuela en este sentido en el palacio real, haciendo celebrar solemnemente la fiesta de la Concepción en su capilla real hacia 1390, así como en 1394 promulgando un discutido edicto en el que, defendiendo el misterio, prohibía a los predicadores cualquier palabra contra tal devoción, exhortando a los que la profesaban a «publicarla y sostener».

A su hermano Don Martín, la reina Dª María, esposa de Alfonso V y Don Juan II de Navarra, hermano de Alfonso, les pareció escaso el edicto, y promovieron la cofradía y la fiesta, interviniendo para que en el Concilio de Constanza se extendiese a toda la Iglesia.

La Cofradía de la Concepción de Barcelona, pediría al Emperador Segismundo en 1414, 1425 y 1431 que defendiese la doctrina inmaculista y se extendiese a todo el Imperio.

En 1456, Juan I de Navarra y Aragón, convocó las cortes catalanas, donde reunidos nobles, clérigos y plebeyos en la Catedral de Barcelona, pidieron formalmente al rey la promulgación de una norma que prohibiese expresar pública o privadamente la menor duda sobre la Inmaculada Concepción. Don Juan, aceptó.

Ya reinantes los Reyes Católicos, el Papa León X, en 1517 otorgó el poder celebrar los oficios divinos de la festividad en España. La reina Isabel creará tres capellanías en honor de la Inmaculada Concepción: en Guadalupe, en Sevilla y en Toledo. Las dos primeras fueron fundadas como acción de gracias por la victoria sobre el reino de Portugal en 1476. Su esposo, el rey Fernando, pertenecía a la cofradía de la Concepción, donde participó en su procesión en 1480, en Barcelona. Y ambos, fundarían Granada la Hermandad de la Pura y Limpia Concepción.

Pero la devoción de nuestra Santa Reina, llegará más lejos: la amistad entre ella y la noble Beatriz de Silva, facilitaría la fundación de las religiosas Concepcionistas en 1484 (consiguieron la aprobación de la institución por parte de Inocencio VIII ese mismo año), con doce doncellas, en el Palacio de Galiana, en Toledo (y con la licencia para la celebración de las horas canónicas mayores y el oficio divino del misterio de la Concepción). Entrando así, en el elenco de los teólogos que participaban en el debate inmaculista, la misma Beatriz de Silva y Sor Isabel de Villena.

Carlos I tenía cuatro arneses que llevan esculpidos la imagen de la Concepción Inmaculada. Asimismo, en el guion que llevaba delante de sí en las batallas, también llevaba una imagen de la Inmaculada. El Papa Adriano VI, a petición de Carlos I, erigió en archicofradía de la Concepción aquella que había sido fundada por Cisneros en Toledo.

Los Tercios que luchaban contra los herejes protestantes, bajo Felipe II, llevaban el estandarte con la Virgen Inmaculada. Confirmó el rey el decreto de Juan I contra los maculistas. Su hija Isabel Clara Eugenia sería una de las primeras que se dirigió al Papa pidiendo ya la definición dogmática de la Inmaculada Concepción.

Pero sería con Felipe III, es en tierras del sur de España, donde arrancaría la mayor campaña inmaculista jamás vista y, más concretamente en Granada y en Sevilla, desde donde se expandiría al resto de Andalucía.

Fue el arzobispo don Pedro de Castro, que primero lo fue de Granada y posteriormente de Sevilla, quien comenzó tamaño revuelo con fiestas, procesiones y ceremonias que se organizaron a favor de la proclamación dogmática del misterio, tanto en Sevilla (1615) como en otras ciudades españolas, pidiéndole a Felipe III hiciera propia el defensa del dogma, y todo a raíz de los hallazgos de la Torre Turpiana en 1588 y, sobre todo, de los libros plúmbeos del Sacromonte a partir de 1595.

Los historiadores llegan a poner fecha a lo que formaría parte de la esencia del ser español: 1613.

Y así se lo hace saber al Obispo de Astorga:

«…que en el Reyno de Granada donde esta opinión començo y tuuo vida, y en el Reyno de Seuilla y Andalucia que lo an abraçado tan fervorosamente»

Hasta ahora, estimado lector, no hemos hecho mención de los defensores de las tesis maculistas, que «haberlos, haylos», y dado el carácter pasional hispano, el enfrentamiento no se hizo esperar.

En 1612, en Córdoba predicaba un dominico contra las tesis inmaculistas. Al año siguiente, otro dominico, Cristóbal de Torres, hizo lo mismo. Las quejas no se hicieron esperar: revuelo de los fieles y altercados y, más calmadas, las quejas del canónigo Don Álvaro Pizaño de Palacios. Pero el dominico no se retraía, y repitió el sermón por cuantos púlpitos sevillanos pasaba, en la fiesta de la Natividad.

¿La respuesta primera? Más fiestas y más procesiones, para desagraviar.

En Sevilla se calientan los ánimos, las discusiones se recrudecen y la espada, en ocasiones, sale a relucir, en reyertas más acaloradas que teológicas.

Pero entran en escena Don Mateo Vázquez de Leca, arcediano de Carmona y canónigo de Sevilla, al sacerdote Bernardo de Toro y Fray Francisco de Santiago, que serán los más fervientes defensores concepcionistas, que lograrán rubricarla en el pueblo.

Pensaron los dos primeros que no hay mejor forma para propagar la devoción, que la tan probada pedagogía de una buena coplilla con melodía pegadiza. Y así se lo encargaron al buen Miguel Cid, quedando para la posteridad:

«Todo el mundo en general,

a voces, Reina escogida,

diga que sois concebida

sin pecado original»

Tanto éxito tuvo, que eran canción popular hasta de los más pequeños.

Irritados los dominicos (recordemos que su postura, por aquel entonces, era tan válida como la contraria, ya que aún era cuestión en debate) intentaron dar réplica, pero el arzobispo Don Pedro de Castro, bajo la excusa del alboroto y las posibles revueltas, se lo prohibió.

Más enfado, más respuestas. Un sevillano colocó en la puerta de la Catedral un letrero que rezaba:

«María concebida sin mancha de pecado original»

Corrió el ejemplo como la pólvora: no había puerta, cancela o verja en la que no colgara cartel igual. Como era de esperar, la integridad física de los dominicos estaba en entredicho. Se quejaron ante la Corte y acusaron al arzobispo de desamparo. El Duque de Lerma, en nombre del rey, mandaría cartas tanto al presidente de Castilla como al Nuncio, para que intentasen solventar el problema.

Don Pedro de Castro se excusa sin cambiar su actitud; tanto es así que dirige una carta al Felipe III animándole a que solicitase al Papa la definición dogmática de la devoción. Pareciéndole poco, el 26 de julio de 1615, envía a la Corte a Mateo Vázquez y Bernardo de Toro, siendo recibidos en audiencia en Valladolid y, posteriormente en Burgos. El rey, al comienzo de la exposición no se mostraba proclive para terminar, al escuchar la argumentación completa, uniéndose a las tesis de arzobispo de Sevilla. Aquí ayudó la infanta Margarita, inmaculista, mientras que el confesor del rey, Fray Luis de Aliaga y el Nuncio, se mostraron contrarios.

En 1615, volvieron a insistir.

María Dolores Rodríguez Godino, Margaritas Hispánicas