A la definición dogmática de la Inmaculada Concepción

Deseamos a nuestros lectores feliz festividad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Lo hacemos con otra magnífica poesía, obra del insigne poeta carlista salmantino José María Gabriel y Galán, que también nos ha enviado nuestro correligionario Juan Pablo Timaná. 

***

Era venido el suspirado día,

por el dedo divino señalado,

para que el Cielo oyera la armonía

del himno más sublime que ha cantado

el mundo, enamorado de María.

La mano augusta que grabó indelebles

en el seno de todo lo creado

las sabias leyes que la vida rigen,

la que movió el abismo de la nada,

la que del tiempo señaló el origen,

la que la vida conoció increada,

la que en el caos derramó armonías

y en el vacío modeló grandezas,

y en los abismos encendió los días

y con su luz iluminó bellezas;

la que en los días del vivir primeros

selló los hechiceros

secretos de las grandes maravillas,

la que en el cielo derramó luceros

como en la tierra derramó semillas;

la que en los montes despeñó torrentes;

la que en los valles ocultó palomas

y desató las brisas y las fuentes,

pintó los lirios y esenció las pomas:

la que endulzó el sonoro

de aves cantoras incontable coro;

la que a los ojos de belleza avaros

les mostró de los días el tesoro

con ocasos teñidos de escarlata,

bellas auroras de oro

y mediodías de bruñida plata…

La mano omnipotente

que hizo del limo la gentil figura

de la primera humana criatura,

carne hermosa con alma inteligente…,

aquella sabia mano,

providente, magnánima, divina,

quiso en un ser, por bello soberano,

compendiar la hermosura peregrina

que vertió en lo divino y en lo humano,

y con la luz de todas las blancuras,

con la clave de todas las grandezas,

con el fuego de todas las ternuras,

con la esencia de todas las purezas,

con las mieles de todas las dulzuras

y la cifra de todas las bellezas,

graciosa, exuberante,

casta, ideal, magnífica y triunfante,

más sencilla y gentil que las palomas,

más hermosa que el día,

más pura que la luz y los aromas,

más hermosa que el sol… ¡hizo a María!

Y ¿cómo no creerla pura y bella,

si morada de Dios iba a ser ella?

Y fue limpia morada

del que pasó por Ella, Cristo vivo,

puras dejando sus entrañas puras…

¿Mancha el beso del sol la inmaculada

nieve de las alturas?

El Dios que la creó quiso que el mundo

sin su mandato Pura la sintiera…

Y el mundo bueno, con amor profundo,

la sintió como era…

Ancianos patriarcas venerables

videntes y profetas,

mártires incontables,

teólogos y poetas,

cenobitas y santos adorables,

filósofos y extáticos ascetas…

Mundo meditador, mundo creyente…

¡Todos en santa universal porfía

tuvisteis en el pecho y en la mente

la fe de la pureza de María!

Pero faltaba el eco soberano

de la voz del Señor, nota primera

del divino Poema mariano…

¡Indigno de ella fuera,

sin preludio de Dios, un canto humano!

Y aquel sublime y venerable anciano

que el místico rebaño dirigiera

con luces celestiales en la mente,

con llaves áureas en la augusta mano

y corona de espinas en la frente;

el mártir generoso

de alma de fuego y corazón piadoso,

que vivió sangre santa derramando

y pasó la vida bendiciendo

y descendió al sepulcro perdonando;

el justo, el perseguido,

el del ardiente corazón herido

que en santa Caridad se derretía,

¡aquel fue el elegido

para exaltar la gloria de María,

para apagar el infernal rugido

con el preludio santo

del más sublime canto

que de boca del hombre el Cielo ha oído!

Oraba el justo con fervor profundo,

callaba el Cielo y esperaba el mundo…

Arrobado en coloquios divinales

con el más grande amor de los amores,

paladeando mieles edeniales,

bálsamo de agudísimos dolores,

en los ojos el fuego de los llantos

y el del amor dulcísimo delirio,

en las sienes el nimbo de los santos

y en la mano la palma del martirio,

extático, magnífico, sereno,

ebrio de Caridad, de gracia lleno,

cuando del Cielo descendió el torrente

de la divina inspiración gigante,

tornó a sus hijos la mirada amante

llena de amor ardiente

y grande, mayestático, triunfante,

con las mieles de todos los consuelos,

en una voz que resonó en la anchura

del ancho mundo y de los anchos cielos

llorando de alegría y de ternura,

clamó radiante: «¡Inmaculada y Pura!»

«¡Inmaculada y Pura!», repitieron

los ángeles que asisten a María;

y la creyente muchedumbre humana

con voz de amores, honda y soberana:

«¡Inmaculada y Pura!», repetía.

¡Y toda la armonía

con que sabe latir Naturaleza

se derramó en la inmensa sinfonía;

y del aire en el ámbito profundo

y de las almas en la fresca hondura

flotó un ambiente de ideal pureza,

segundo redentor de todo un mundo

puesto a las plantas de la Virgen Pura!

Y herida nuevamente

con honda herida la infernal serpiente,

silbó blasfemias con su lengua impura

moviendo al Cielo guerra,

y su chata cabeza ensangrentada

golpeó sobre el polvo de la tierra,

con rabia loca de soberbia hollada

y sus fauces cargadas de veneno

polvo amasaron con su baba horrible,

y el cuerpo innoble, en convulsión terrible

se retorció sobre su propio cieno…

¡Gloria a Ti, Madre mía,

que con tus plantas al abismo huellas,

y con tu luz disipas las negruras,

áurea alborada del dichoso día

de quien un rayo son las cosas bellas,

de quien un rayo son las cosas puras!

Gloria canto a tus plantas,

sol del edén, de perfección dechado,

de quien átomos son las cosas santas,

que el Señor en la vida ha derramado;

de quien son un reflejo peregrino

las estrellas de luz resplandecientes

y el coro de querubes refulgente

que forman el divino

nimbo de luz de tu divina frente:

¡Dios te salve, María Inmaculada,

de la gracia de Dios favorecida,

y con todo el poder de Dios creada,

y con todo el favor de Dios henchida,

y con todo el amor de Dios amada,

la sin pecado original nacida,

la sin mácula Virgen coronada!

Flor de las flores, adorable encanto,

gloria del mundo, celestial hechizo…

¡Dios no pudo hacer más cuando te hizo!

¡Yo no sé decir más cuando te canto!

José María Gabriel y Galán.