La avanzada animalista, un retroceso nacional

El matador de toros tolimense Pepe Cáceres junto a las damas grises de la Cruz Roja Colombiana en la corrida de la beneficencia de 1985. Fuente: Archivo La Patria.

Caminar por los pasillos del Congreso de la República de Colombia es inmiscuirse en un mundo de salones fríos que la mayoría de veces parecen desprenderse de toda realidad social. Este desdoblamiento se da a pesar de que el capitolio se halla anclado en una zona hostil, la del centro de Bogotá, donde a unas cuantas cuadras está tirada una parte de los 22.790 seres humanos consumidos por la drogadicción; donde las calles están repletas de cachivacheros que engrosan las filas de los 19.5 millones de colombianos que trabajan por el diario vivir y que hacen parte de ese 58,3% de trabajadores informales; donde sobre la Avenida Jiménez corre de lado a lado ese 10,4% entregando hojas de vida para puestos de trabajo rapados; donde la inseguridad culebrea y donde campesinos e indígenas desplazados del campo por la violencia armada se aglutinan para mendigar.

Allí donde se yergue el pilar legislativo de la Nación se encuentran en carne viva los problemas del país, y allí mismo podemos evidenciar las preocupaciones banales del Congreso, pues al encontrarse la política en las «portentosas» nubes de la democracia no se le permite, siquiera por un instante, aterrizar y tocar el tierrero colombiano. Hay bancadas que disfrutan esta prominencia, y una de ellas es la de la avanzada del animalismo, que pretende creer que los verdaderos problemas nacionales son acerca de la «bellaquería» humana de consumir carne o la terrible acción de generar empleo a través de expresiones culturales como los toros o las riñas de gallos. Aún peor es que ellos, incluso, ven inconveniente en el orden ontológico de los colombianos que, según dicen, necesita medidas tajantes para ser sustituido sí o sí.

Recuerdo que durante la pandemia el sector taurino sufrió terriblemente, no solo por el sacrificio oscuro y silencioso de reses de casta debido a la crisis y la falta de dinero para sostener su vida, sino que también por el impacto económico que tuvieron muchas familias al quedarse sin un empleo directo o indirecto alrededor de la economía de la fiesta brava. Para ese entonces, momento de incertidumbre, donde no se podían dar espectáculos públicos, y tras la negativa del gobierno para brindar apoyos, la Unión de Toreros de Colombia organizó un Festival Taurino Virtual con el fin recaudar fondos para aquellos colombianos cercanos que estaban prácticamente en la calle.

¡Cómo olvidar que todos los amantes del toreo comenzamos a comprar boletas para una corrida mixta, que se presentaría por una plataforma virtual, pero que tenía un fin social! Y es que la tauromaquia históricamente se ha caracterizado por esa tendencia de ayudar al prójimo, véase el festival que se dio en Madrid en el año 86 con Antoñete, Paco Camino, Andrés Hernando, El Cordobés, Palomo Linares, Joselito y Macareno de Colombia con toros de El Torreón, Hermanos de Carlos Núñez, Torrestrella y Sepúlveda en beneficio de los damnificados por la tragedia de Armero; o contemos cómo del dinero de la tauromaquia surgió el primer centro de salud público de Bogotá e incluso podríamos mencionar cosas más recientes: los inmensos fondos reunidos por parte de la Corporación Taurina de Manizales para el Hospital Infantil y los festejos en Choachí (Cundinamarca) para sostener el ancianato del municipio.

Pero, oh, sorpresa. Una vez anunciado el cartel benéfico por las secuelas del paro laboral durante la pandemia, allí mismo saltó el animalismo que sin valerse de caridad o sin siquiera preguntar para qué, alteró las redes sociales y los medios de comunicación con el fin de descargar sobre nosotros las más duras calumnias por realizar festejos «ilegales». Tanto fue así que propusieron fuertes multas. La vida humana, el hambre de ancianos y niños, el olvido total del estado no importaba, lo que importaba eran las ganas de figurar, el odio desmedido, la necesidad de captar votos con mentiras y sin tregua alguna.

Antes el debate giraba en torno a cómo lograr que todos los colombianos consumieran carne, a cómo hacer que esta no fuera exclusiva para pocos, también en cómo generar más empleos, no en como destruíamos aquellos que quedaban, se discutía la necesidad de acabar la informalidad en la economía y en cómo se lograba desarrollar el país; ahora todo es distinto, y hasta torpe y cegatón, se pide que se obligue a los bogotanos a no consumir carne por un día a la semana, se busca acabar empleos tanto de toreros como de trabajadores de granjas avícolas, cárnicas, etc., se piden (con mentiras) dar reubicaciones laborales imposibles que solo llevaran a la población a la informalidad y al aumento de la pobreza; ahora lo que se discute es cómo hacer para que Colombia se hunda en la miseria y la bobaliconería.

El animalismo es una ideología que no parece importarle para nada el país ni su gente, es un movimiento capaz de mirar al costado, una fogata que quema recursos y tiempo presentando reiteradamente proyectos de ley antiespecistas, antilaborales, antinormativos que solo pueden ser aplicados en un mundo utópico. Una bancada que vitupera, persigue y estigmatiza a trabajadores, indígenas, campesinos y a todo aquel que no se alinee con su extremismo. Un grupo ruidoso dentro del legislativo que con cada cosa que plantea solo demuestra la necesidad que tiene de hacer retroceder al país en lo económico y en lo social. Ellos necesitan que se les recuerde que estamos en un momento coyuntural que clama políticas aterrizadas y realmente fundamentales, no peroratas y fábulas sobre el «existencialismo» de los animales.

Johan Paloma, Circulo Tradicionalista de Santafé de Bogotá