El trato dado a los abuelos a lo largo de esta época de pandemia han sido bochornoso. Acabamos de conocer los escandalosos traslados a mayores de residencias en Cataluña. La situación pandémica muestra claramente el lugar marginal que ocupan los abuelos en la sociedad liberal.
Un árbol sin raíces no puede crecer. No tiene sentido cuidar las hojas de un árbol cuyas raíces no se riegan. Así, una sociedad que olvida y repudia a sus abuelos es una sociedad perdida. La tradición en sentido amplio no es «la transmisión de la cultura […] que se produce de unas generaciones a otras en un mismo pueblo», nos enseña J. M. Gambra en su obra La sociedad tradicional y sus enemigos. Esta transmisión requiere el cuidado de las generaciones precedentes. Son las transmisoras de aquello que las generaciones posteriores custodian. Para el católico es inadmisible que los abuelos se traten como personas apestadas. Es inadmisible que no se honre a nuestros mayores, y peor, que se les deshonre del modo más atroz.
Chesterton dice: «la tradición rechaza la discriminación basada en la muerte». El reloj no marca el curso de la verdad. Estamos en una tradición en continua perfección: el modo de alcanzar una sociedad católica. Si repudiamos la discriminación basada en la muerte, nos oponemos a la discriminación de nuestros abuelos. Son las raíces firmes sin las que los jóvenes no podemos crecer. Olvidar la valía de los padres y los abuelos nos lleva a perder de vista la valía de Dios Padre. La virtud de la familia, la importancia crucial de la Tradición. Así como un niño no aprende a hablar sin padres, la comunidad política no se realiza si falta la tradición que la articula. La transmisión de la tradición es la continuidad de la comunidad política.
El hombre tradicional es el hombre a secas, el hombre sencillo, el hombre natural. Debe amar y honrar incondicionalmente a sus mayores. No existe amor sin atención, ni sin cuidado. Éste es un deber de piedad al que estamos obligados como católicos. La contrarrevolución se asienta en la piedad. Nada más contrarrevolucionario que mantener firme el amor a nuestra familia y querer verdaderamente a nuestros abuelos.
Ricardo Ruiz Rodríguez, Navarra