La bandera patriótica guadalupana como resistencia al porfirismo

«Declaración de independencia» por John Trumbull

La creación de este movimiento pretendía bajo la unidad católica ultramon­tana organizar la política después de la derrota conservadora de Maximiliano de Habsburgo, auxiliado por las encíclicas de Pío IX y León XIII denunciantes de la consolidación del liberalismo.

José Joaquín Terrazas, antes de ser excomulgado por el Obispo Don Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos en 1887 por no cuadrarse al clericalismo y ame­ricanismo colaborador al régimen porfirista, analizó quizás con un lenguaje poé­tico los problemas de alinearse a la visión protestante de los gringos, la cuál tomó fuerza desde 1847. Estas son sus palabras:

«La reciente cuestión habida entre México y los Estados Unidos, ha venido a despertar los ánimos, a engendrar esperanzas, a mostrar caminos y a desva­necer en muchos ese falso prestigio que el americano ha cuidado de difundir a su favor entre nosotros. Pero como las grandes cuestiones internacionales y de raza no se resuelven en un día, y hay espíritus que tienen el don de ver sólo las difi­cultades y no las soluciones, creemos conducente a nuestro propósito, aunque sea a grandes trazos, que la reflexión concordará y perfeccionará, desvanecer algunas falsas ideas que han existido sobre la supuesta civilización y la supuesta viabilidad de los Estados Unidos, cuya fortuna ha sido igual, que muchos que son defectos suyos de calibre, se han hecho figurar entre nosotros como virtudes. Comenzaremos comparando antecedentes históricos.

En los arcanos adorables de la Suma Providencia, se dispuso que aquella región fuese conquistada por protestantes; esta por católicos. Primer rasgo de predilección. El protestantismo, que al quitar a la religión su resplandor divino, turba y desconcierta todas las relaciones individuales, políticas, sociales y huma­nitarias, el protestantismo detuvo el curso de la civilización europea e impidió su homogeneidad, al integrarse en aquellas regiones de América, produjo los frutos que producir debía.

El dogma del valor del hombre sólo lo tiene el catolicismo, único que puede civilizar, puesto que la civilización es el amor y respeto del hombre por el hom­bre. Por eso, pues, al aparecer en son de conquista el protestantismo en el norte de América, su política fue una política de desprecio al hombre, hasta el punto que, como fieras bravías, fueron extinguiendo a sangre y fuego los antiguos habi­tadores de ese suelo. “No hay temor, dice un escritor con acento de doloroso sar­casmo, no hay temor de que esa raza se encuentre en el centro de los Estados Unidos”. Tal política debía de engendrar lo que engendró, un pueblo áspero, fili­bustero y antihumanitario, cuyas correrías se han comparado a las de los feni­cios y argelinos.

Se dice en lo familiar que la educación se mama en los pechos maternos: lo mismo la civilización y el carácter de un pueblo. Por eso, los Estados Unidos, llamán­dose, dizque modelo de pueblos libres, mantuvo en su suelo la esclavitud que, aunque desecha en el orden legal, queda en las costumbres brutales de tratar a los negros. Por eso “un sólo sentimiento domina a los ciudadanos de Nortea­mérica: yo antes que todo”, y por eso, “ese joven oscuro con la superficial educa­ción de los Estados Unidos y que se crió semi salvaje, es, en concepto un hombre libre”.

México tuvo la dicha de ser conquistado por católicos. No vamos a hacer la apología de la conquista; pero por fortuna, punto es esta ya bastante debatido en que la historia enseña que so los conquistadores cometieron abusos, ni fueron tantos como los de las conquistas protestantes, ni dejaron de sembrar otros bie­nes; y sobre todo, tuvieron en esos abusos la oposición constante de sus propios compatriotas, los sacerdotes católicos, puestos siempre de parte del vencido. “Las más bellas colonias que ha conocido la historia, se deben a España y a otros países católicos, en los tiempos de su mayor catolicidad”, ha dicho Hauleville.

Sin atender los dominicos a los respetos de la política ni al interés personal, dice un historiador, no quisieron relajar en nada la severidad de su doctrina y aún rehusaron absolver y dar la comunión a aquellos compatriotas suyos que tenían indios en la esclavitud. Las Casas tuvo la dicha de contener muchas veces los excesos de sus compatriotas y por nada abandonó la causa de la desgraciada nación que había tomado por su cuenta. Así hablan los historiadores imparcia­les.

Puede verse en la Introducción a los Coloquios Espirituales, de Eslava, cuá­les eran los medios pacíficos y gratos que usaban los misioneros para civilizar a los indios, reducirlos a la vida social, e instruirlos en la religión.

Aún en los mismos abusos cometidos, había generalmente un resplandor de esa consideración al hombre que pocas veces olvidan completamente los católi­cos, y es así que el rey Fernando, aunque hizo repartimiento de indios, en un e­dicto ordenó fuesen tratados suavemente, arregló la naturaleza del trabajo a que se les sujetaba, prescribió el modo de vestirlos y alimentarlos, e hizo reglamen­tos relativos a su instrucción en los principios del cristianismo.

Tal es la diferencia en la conducta de los pueblos que conquistaron esta y las regiones de Norteamérica, debía producir contrastes profundos en la fisonomía moral de las naciones que de allí respectivamente debían surgir». («La Bandera Guadalupano-Patriótica», José Joaquín Terrazas, pp: 37-40).

José Santiago Alvarado, Círculo Tradicionalista Celedonio de Jarauta.