Podemos ha exigido la eliminación de todo rastro religioso público en Jaén. Y no es la única ciudad. Las ofensas vendrán de todos los ámbitos, en nombre de unos sentimientos religiosos heridos. También habrá algunas más soeces que recurran al patrimonio y a la cultura. Detengámonos en las primeras, por más farisaicas y más revolucionarias.
Una vez destronado Cristo Rey, eliminado de los principios rectores de la sociedad, las consecuencias son obvias. No existen grados en el rechazo. No hay que perder el tiempo en sutilezas para diferenciar entre aconfesionalidad y laicidad. O entre laicidad positiva y negativa, a lo Benedicto XVI.
Nuestro Señor Jesucristo dice que el que no está con Él, está contra Él. No existe el diabólico consenso, ni los grados de confesionalidad. La retirada de Dios es una consecuencia lógica del régimen del 78. Y animada con trompetas y trombones de la libertad religiosa ecumenista.
Llevamos ya más de dos centurias combatiendo cobardías y rendiciones. El enemigo siempre es el mismo: con corbata o sudadera. Vociferando en la puerta de la iglesia o dentro, celebrando que Cristo es un Rey en cielos lejanos.
Permítanme hacer de oráculo: en tres años, los ahora escandalizados defenderán que no haya una cruz que presida la entrada del cementerio. O que ninguna imagen de Nuestra Madre cuelgue de mi balcón, cara a la plaza. Nuestra bandera será delictiva.
Esos que mañana serán sus delatores serán aquellos que no hace tanto defendían la vida, y ahora asumen los supuestos del aborto. Los que ya ven el divorcio con normalidad y lo aplican en sus vidas. No echan de menos a Dios en las calles, en el trabajo, en las fiestas, en las instituciones… Porque su subjetivismo encierra a Dios en el antro de su conciencia, donde lo esclavizan a su yo entronizado. Los que antaño rehuían estas degeneraciones son ahora sus paladines.
Vayan comprando un crucifijo discreto para estrechar entre sus manos mortecinas dentro del ataúd. Los escandalizados de hoy serán los censores de mañana: le impedirán colocarla sobre la tapa. Y escoja bien al sacerdote que le entierre. Quizá muchos, ante el pavor de la Cruz, se nieguen a darle sepultura cristiana.
Roberto Gómez Bastida, Círculo Tradicionalista de Baeza