El Carlismo y el Opus Dei (I)

como era inevitable en una región de tan densa presencia carlista como era Navarra entonces hubo intersecciones con los carlistas

Don Álvaro d´Ors (izquierda), junto Monseñor Escrivá de Balaguer (centro) y Eduardo Ortiz de Landázuri (derecha)

Reproducimos un texto de Manuel de Santa Cruz (nombre de pluma de Alberto Ruiz de Galarreta) titulado El Carlismo y la Universidad de Navarra, extraído del tomo correspondiente al año 1960 de su monumental «Apuntes y documentos para la historia del tradicionalismo español». Lo hacemos retitulando el texto como El Carlismo y el Opus Dei por ser el mismo identificativo de esa relación, como enseguida comprenderá el lector que se asome a estas páginas. El autor, con su inconfundible e incisivo estilo psicológico, relata los orígenes de la significación histórico-política de una institución que mucho habría de contribuir (directa o indirectamente, premeditada o espontáneamente, cuestiones éstas que no por discutidas deben empañar el juicio del historiador sobre el sentido objetivo de los hechos) a la consolidación del establishment eclesiástico liberal en aquella región que precisamente más elementos propicios presentaba para reaccionar contra él tras el II Concilio Vaticano. Por su extensión, dividiremos el texto en tres partes sucesivas.

***

Al comienzo de la década de los años 50 llegaron a Pamplona dos jóvenes recién licenciados en Derecho, absolutamente grises; decían que intentaban ayudarse económicamente dando unas clases de Derecho; pasaron totalmente desapercibidos, como procuraban. Al curso siguiente, abrieron una discreta academia, y al otro consiguieron instalarse, sin publicidad, con un número ya apreciable de estudiantes, en unos locales oficiales abandonados llamados la «Cámara de Comptos». Durante toda la década cambiaron varias veces de nombres y de locales, con maniobras sutiles, siempre creciendo y mejorando. Su identificación formal, difícil y escurridiza, fue fijada por las gentes con la designación de «los del Opus». Finalmente, construyeron de nueva planta sus propias edificaciones y colegios mayores, que en 1960 recibieron el título de Universidad de Navarra.

Este proceso contrastaba con la agitación verbal y grafológica de que fueron poseídos por aquella época varios religiosos de distintas órdenes, que desde algunas revistas suyas hechas en Madrid lanzaban al éter, muy lejos del suelo que pisaban sus pies, una campaña de artículos teóricos y bizantinos, aburridísimos, acerca de los derechos de la Iglesia en materia de enseñanza. Aquel contraste era un ejemplo de las dos maneras posibles de hacer las cosas: de abajo arriba y de arriba abajo.

La presencia en la sociedad pamplonesa de aquel grupo, siempre emprendedor y creciente, a pesar de su deseo de avanzar de puntillas, acabó por crear, como era inevitable, intereses contrapuestos y dos corrientes, una de amigos y otra de enemigos. Poco pudieron éstos, porque la batalla que hubieran podido dar se desplazó muy pronto del ámbito local al nacional, donde se decidían todas las cuestiones importantes; por no decir que también al internacional, pues el Vaticano estaba detrás de aquellos inocentes muchachos.

Naturalmente, también hubo, como era inevitable en una región de tan densa presencia carlista como era Navarra entonces, intersecciones con los carlistas, y pronto, también, a nivel nacional. Los que dirigían la Universidad coquetearon con el Carlismo en los dos niveles, local y nacional, según conveniencias ocasionales, pero cuidando mucho de que nadie pudiera identificar sistemáticamente la Universidad de Navarra con el Carlismo. Lo que sí que era inevitable, porque era real, era la identificación de la Universidad con el Opus Dei, y esto hacía discurrir en buena parte las relaciones específicas con el Carlismo en función de otras genéricas entre el Carlismo y el Opus Dei. Lo mismo le sucedía a la Universidad con todas sus otras relaciones; siempre se involucraba el Opus Dei.

En la Universidad había de todo: Abiertamente carlistas solamente se manifestaban tres catedráticos, Don Alvaro d’Ors, Don Pedro Lombardía, y el norteamericano Frederick Wilhelmsen. Don Federico Suárez Verdeguer había creado en el Seminario de Historia, que dirigía, un ambiente filosóficamente tradicionalista, pero puramente intelectual y nada activo; además, su transbordo desde el Carlismo al cargo de preceptor de Don Juan Carlos de Borbón había producido contra su persona rencores aún no extinguidos. De bien distinta ideología era don Antonio Fontán, juanista, liberal y progresista, que tenía una gran influencia y creaba un ambiente hostil para todo lo carlista. Otros profesores eran o indiferentes en política, o más o menos veladamente progresistas. De los tres mil alumnos que llegó a tener la Universidad, unos treinta estaban afiliados a la A. E. T., pero estaban imbuidos ya del progresismo ambiental que no se les curó en aquellas aulas.

Como en otros asuntos, condensamos en un solo subtítulo, éste, el desarrollo del tema a lo largo de varios años; esperamos que así sea de una más clara comprensión, la cual quedaría dificultada si se mantuviera la real dispersión cronológica.

(Continuará)

Deje el primer comentario

Dejar una respuesta