¿Es posible un liberalismo católico?

ALGUNOS CONFUSIONARIOS TIENEN OBSESIÓN POR CONSULTAR AL MAGISTERIO PONTIFICIO PARA REFUTAR TESIS QUE CON LA MERA RAZÓN NATURAL PUEDEN SER ZANJADAS

León XIII, retrato de Philip de László

La crítica situación que padecemos parece resucitar viejos errores presentados como novedosos. En esta línea, algunos pretenden forzar los términos para acabar encajándolos con ideas preconcebidas, encubriendo una actitud justificadora operativa a la confusión. Resulta paradójico que se llegue a abanderar la claridad doctrinal en tiempos oscuros, al mismo tiempo que se resucitan debates zanjados por la razón natural y la experiencia político-jurídica.

Los protagonistas de estas confusas empresas comienzan tomando la Libertas Praestantissimum. Con el texto leonino como «referencia», arguyen que los principales adalides contemporáneos del liberalismo católico no pueden ser encuadrados en los diversos grados de liberalismo que figuran en los números doce y siguientes. Al margen de que resulta algo pintoresca la afirmación de que lo sostenido por los papas hasta hace pocos años —en el papel— ha sido universalmente malinterpretado, lo que sólo ha sido advertido hoy en día por el iluminado de turno, que suele —además— ser el mismo, no voy a abordar los errores hermenéuticos de estas confusas estrategias. Me resulta más interesante detenerme en la obsesión por consultar al magisterio pontificio para refutar tesis que con la mera razón natural pueden ser zanjadas. Así, que haya algún autor que —supuestamente— parece no cumplir al pie de la letra la caracterización de la encíclica no es óbice para afirmar que sus ideas han de ser rechazadas en el orden natural.

La evidente actitud obcecada en relegar al ámbito de lo discutible principios e ideas por el mero hecho de no estar positivamente condenadas denota una equivocación mendaz y clerical. Primeramente, porque dicha distinción no es unívoca en todo caso; la libertad de conciencia o la laicidad afirmada por todos los liberales católicos, ¿no afecta al orden sobrenatural? ¿Es discutible porque el autor afirma a la vez su creencia en Dios o en la «ley natural»? Por otra parte, se aprecia un cierto juego clerical, que concede a los eclesiásticos facultades que descansan en el juicio racional del hombre. Clericalismo y afianzamiento del liberalismo, una vez más, de la mano.

En otro orden de cosas, los interesados en la confusión se enzarzan en la distinción tesis-hipótesis con intenciones que no escapan a nadie. Tampoco es un descubrimiento original; la prudencia moral y las indicaciones magisteriales han señalado la cuestión de forma permanente. Las llamadas cuestiones de hecho y de derecho responden, efectivamente, a una circunstancia notablemente alejada de la meta propuesta. Así, ha de realizarse un juicio prudencial en torno a cómo la ciudad católica —cuestión de derecho— puede verse restaurada de la forma más amplia en la circunstancia actual —cuestión de hecho—. Ahora bien, la cuestión de hecho o hipótesis no puede, como es evidente, confundirse con la mutabilidad de los principios que —supuestamente— se pretenden restaurar; por ello, tomar la cuestión de hecho como pretexto para rechazar la doctrina que informa la cuestión de derecho es, pues, una equivocación. Equivocación no lejana a la táctica perenne de la Secretaría de Estado Vaticana desde finales del siglo XIX, pretendiendo separar la ideología de las instituciones nacidas a su calor. Así, por ejemplo, un sistema que reconoce la soberanía se torna, en sí mismo, contrario a la cuestión de derecho, dado que descansa sobre la convicción de que lo bueno es determinado por la mayoría de voluntades. Ejemplos como los «provida» y su actual estado son prueba de ello.

Los confusionarios optan por lo que creo poder caracterizar como una selección subjetiva. Dentro de la cuestión de derecho, descartan principios en función de sus impresiones, rectius intenciones. Así las cosas, aquellos principios —qué casualidad— rechazados por el liberalismo de todo tiempo, como la unidad católica, son condenados al cajón de «lo deseable», dejando paso a «lo posible» que —qué casualidad— se reduce a la inviolabilidad de la libertad individual y los pseudo derechos liberales —baste leer los artículos 14 a 22 de la constitución de 1978 para corroborarlo—. Quisiera mostrar la inconsistencia de estos posibilismos con un ejemplo. Siendo rechazada la unidad católica por la inviabilidad contemporánea en función de la mayoría social, ¿tiene sentido combatir el crimen del aborto? ¿Acaso alguien cree que la mayoría social no se ha tornado abortista en pocos años? ¿Debemos condenar dicho combate al cada vez más amplio cajón de «lo deseable»?

En definitiva, estas selecciones arbitrarias, animadas por intenciones partidistas, que casualmente acaban desembocando en la importancia de la unión con grupos de matriz liberal en nombre de la efectividad o la practicidad, ni son acertadas ni son nuevas. Es la reedición de las múltiples reediciones de los liberales católicos para embaucar a los pocos católicos que queden fuera de su redil, aunque se envuelvan en títulos de resonancias contrarrevolucionarias. La historia contemporánea es muestra de ello; los resultados de dichas tácticas, también.

Miguel Quesada/Círculo Hispalense

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