Valencia: crónica de la sesión de don Miguel Ayuso en el Círculo Alberto Ruiz de Galarreta

Tras la exposición, se plantearon una serie de ideas sobre las que don Miguel pudo profundizar

Don Miguel Ayuso durante un momento de la sesión

El pasado viernes 8 de marzo, el Círculo Cultural Alberto Ruiz de Galarreta, junto al Círculo Carlista Abanderado de la Tradición – Nuestra Señora de los Desamparados, convocamos un encuentro de formación con el Profesor Miguel Ayuso Torres. La sesión se estructuró en torno a algunos comentarios sobre su libro La crisis de la cultura política católica (Ed. Dykinson, 2021). Podemos afirmar que la convocatoria fue un éxito, por los asistentes (unas 60 personas, entre las que se encontraban viejos amigos del Círculo), por el ambiente cordial y afable, invitando a la reflexión, y por la enjundia de las consideraciones suscitadas en la intervención del profesor, que se prolongaron en un pequeño ágape posterior.  

El presidente del Círculo Cultural Alberto Ruiz de Galarreta comenzó agradeciendo la labor del profesor Ayuso, principalmente por su magisterio para tantos y tantos correligionarios, que acogen así lo que él recibió de sus maestros, y por el constante sacrificio de su tiempo, de sus actividades y de su obra personal en favor de una obra colectiva al servicio de la tradición católica, que se concreta en un rosario incesante de iniciativas culturales y políticas, viajes, reuniones, jornadas, libros y proyectos. Tras el habitual ruego al Espíritu Santo, comenzó la sesión.

Dada la vastedad de los contenidos de la intervención del profesor, nos limitaremos únicamente a comentar algunas líneas fundamentales. La ponencia versó sobre la cultura política católica, tres palabras que, ya de por sí, tomando cada una por separado o en relación las unas con las otras, dan para cursos enteros, pues, ¿existe realmente una cultura política católica, o simplemente hay católicos que hacen cultura y participan en la política?

Momento en el que el Padre Juan Retamar le hace la entrega a Don Miguel de un regalo de parte de todo el Círculo Cultural Alberto Ruiz de Galarreta: un socarrat, que es un azulejo artesanal típico valenciano

La Modernidad se caracteriza por el devenir de sucesivas rupturas, una revolución permanente, de Lutero a mayo del 68. A comienzos del s. XX, se desarrolla una discusión sobre si había o no una filosofía cristiana como tal: algunos plantearon que fe y razón discurren separadamente, de lo que se deriva la negación de una política católica. Aquellos que quiebran la tradición escindiendo la política y la filosofía de la fe llevan al fideísmo o al laicismo (explícito, o implícita y sutilmente en el «católico que interviene en la vida pública»). Frente a esto, Miguel Ayuso afirmó que se puede y debe hablar propiamente una filosofía cristiana y una cultura política católica, de orden natural comunicada con la fe, que no aparta la naturaleza de la gracia, a diferencia de lo que afirmó Lutero. En otras palabras, la naturaleza abierta a la gracia lleva a una política natural dada la sociabilidad consustancial del hombre. Se tiende a olvidar que la mayoría de los elementos de la «política católica» no pertenecen a tal categoría por ser católicos (que también), sino porque antes son de orden natural. Es decir, la mayoría de los ingredientes que componen la doctrina social de la Iglesia son, en el fondo, de orden natural —propios de la naturaleza humana—, y es la Iglesia con su autoridad quien los ratifica y custodia. Este matiz es relevante, primero, para no derivar en un fideísmo o en una hierocracia, donde la potestad política depende directamente de la eclesiástica; segundo, porque el drama de hoy es que los elementos atacados en ese estado permanentemente revolucionario son directa y primariamente de orden natural (p. ej. la familia y la sexualidad). Es cierto: antaño el ataque provenía del naturalismo hacia el orden sobrenatural; pero el naturalismo no dejaba de ser profundamente antinatural

El liberalismo supone un rotundo punto de quiebra en lo político. Por tanto, en la defensa de un orden político católico es fundamental comprender que difícilmente puede desarrollar la Iglesia su labor bajo unas líneas filosóficas y civilizacionales que se han creado frente a ella. ¿Podemos rechazar el lecho donde se ha creado, armado y desenvuelto la labor de la Iglesia durante siglos de Cristiandad uniendo moralmente a la Iglesia y la comunidad política, para abrazar el del laicismo naciente de la Revolución Francesa, o el de un paradigma liberal, que es el del protestantismo llevado a la política?, ¿cómo expresar la fe sin los instrumentos conceptuales que le son propios y adecuados? De aquí surgen unas tentaciones con sus particulares «sistemas» que rompen la unión moral entre la comunidad política y la Iglesia.

Por un lado, existe la visión abiertamente laicista; por otro, la tentación clericalista-conformista, por la que se tiende a pensar que, si la Iglesia bendice males abrazando al mundo, de algún modo terminarán convirtiéndose en bienes, o en males menos dañinos.  

La fractura entre Iglesia y comunidad política en el sistema francés de raíz masónica – el Gran Oriente francés – es abiertamente laicista, frontal, total y maligno; la Iglesia no puede participar en la vida comunitaria. Sin embargo, existe otro modelo, originado en la fundación de los Estados Unidos. En el americanismo la separación se hace en términos «amistosos». La Iglesia (las iglesias) se convierte en una asociación más dentro del mar de confesiones religiosas que cada uno puede escoger a voluntad: es la idea del supermercado de religiones que coexisten en paz. Por esta vía se ensalza la libertad de conciencia, opinión y religión, fruto de la de una moral kantiana pasada por Locke: «mi libertad termina donde empiezan la de los demás». Lo que desemboca en una disolución deletérea de ambas, de la Iglesia y de la comunidad política.

Ambas vías son revolucionarias y apuestan por la separación Iglesia – Estado; una a cara descubierta, la otra, de un modo sibilino, pero a la larga, no menos pernicioso. El veneno de acción lenta resulta más letal al ir carcomiendo la sana doctrina que languidece lentamente hasta su aniquilación. Cuando abrazamos el americanismo, podemos los católicos encontrarnos, casi sin darnos cuenta, defendiendo posiciones ya muy adentradas en la penumbra del espeso bosque liberal, progresivamente más lejos del lugar de partida de la morada paternal de la Tradición. A este propósito, conviene recordar la apertura de capillas protestantes durante el régimen del general Franco tras su acercamiento a Estados Unidos, el problema de la Acción Católica y la democracia cristiana en Italia, o el «menendezpelayismo político» —a decir de Elías de Tejada— a principios del siglo pasado.

Tras la exposición, se plantearon una serie de ideas sobre las que don Miguel pudo profundizar. Entre algunos de estos temas, se sugirió una breve disertación sobre el concepto de los Derechos Humanos, señalando que son de invención moderna, más allá de si alguno de los elementos que pretenden captar se hallaba o no en el cristianismo con anterioridad. También discurrió sobre el conservadurismo. Y es que el hombre de hoy tiene la tendencia a perder la dimensión de la historia, magnificando su propia relevancia creyendo vivir en un perpetuo adanismo. Desde este punto de vista, nos asombramos y creemos descubrir en los acontecimientos vividos una suerte de novedad histórica, cuando en rigor, no suelen ser más que ecos del pasado. El conservadurismo de nuestros días no es novedoso: podemos encontrar su antecedente directo en el partido moderado del siglo XIX, compuesto por quienes, sin ver con malos ojos a la Iglesia como institución benefactora para el pueblo, no dan ni al orden natural ni a la Iglesia el papel que corresponde en la estructuración de la comunidad política. Estos grupos frecuentemente han recogido el caudal de tradicionalistas desesperanzados. Ya entonces muchos pensaron que, ante la malignidad del laicismo francés más valía la «sana laicidad» del americanismo. «Por encima de la política que divide, la religión que une». Sin embargo, de aquellos partidos moderados, estos conservadores de hoy, ambos -más o menos conscientemente-, en la práctica, apuntalando el régimen liberal; no son el atrecho revolucionario francés, pero el camino, más sinuoso, lleva finalmente al mismo destino.

El pequeño ágape de después de la charla. Miembros del círculo y demás amigos llevaron algunas cosas de picoteo (que respetasen la abstinencia cuaresmal) al que se invitó a toda la gente que vino a escuchar la charla.

No obstante, en la particularidad del contexto hispanoamericano tras las independencias, sí que hubo movimientos conservadores —el ultramontanismo— que en ciertos momentos históricos captaron una genuina política católica; se puede pensar, por ejemplo, en el pasado del partido conservador colombiano.

El profesor Ayuso, continuando el examen de los puntos donde se ha perjudicado a la cultura política católica, realizó algunos comentarios sobre la cuestión del Ralliement. León XIII —quien en lo doctrinal era antiliberal—, en 1884 publicó Nobilissima gallorum gens, recomendando tácticamente, con ingenuidad, la aceptación de la República como régimen gubernamental, pensando que la Revolución así se avendría a entablar una política amistosa con la Iglesia. Así, a finales del XIX, surge el «partido católico», que acepta el régimen republicano a cambio de prebendas, como la libertad de educación. Estos partidos suelen tener una forma abogadesca de entender la política, llegando a pactos con la Modernidad, la cual, por su naturaleza permanentemente revolucionaria y «autodeterminista», se devora a sí misma sin fin.

Finalmente, se planteó una última pregunta que enlazaba con lo anteriormente expuesto. ¿Se va a revertir la situación fruto de la descomposición del Estado liberal? —se cuestionó—. El profesor Ayuso respondió, sin entrar en elucubraciones sobre futuribles, que podemos constatar algunos elementos de orden natural por los que parece que el régimen liberal presenta claros síntomas de disolución avanzada, por ejemplo, el suicidio demográfico y cultural de Occidente, el problema de la autodeterminación y el agotamiento de la política, etc. No obstante, apuntó que es ingenuo creer que tras la caída del Estado liberal necesariamente vendrá el Reino de Cristo. Esto es algo que no sabemos, pues podría simplemente venir una época de confusión y vacío, como ya ha sucedido previamente en la historia. A fin de cuentas, el curso de la historia en su sentido más profundo está en manos de Dios. Mas nosotros, como católicos, tenemos el imprescriptible deber de combatir por el Reino de Cristo y de estar preparados doctrinal y prácticamente, prestos a su restauración. En ese sentido, animó a que nuestros Círculos perseveren en su afán apostólico.

Círculo Cultural Alberto Ruiz de Galarreta

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