Anteriormente señalábamos que un español tradicional sólo podía serlo un legitimista. Todos aquéllos que, no siendo legitimistas, se presentaban como «tradicionalistas», no eran más que derechistas conservadores de la Revolución y defensores racionalistas de ideas sociopolíticas abstractas, ajenas a la realidad jurídica española. Como decía el Rey Alfonso Carlos en una carta a Fal Conde de 10 de Julio de 1935: «es impropio que nadie se titule tradicionalista fuera de nuestra gloriosa Comunión, que es la única con derecho a llevar ese nombre».
Los ultramontanos también persiguen que los legitimistas abandonen su defensa de la ley y el derecho, y van más allá: pretenden una supuesta unión superior abogando por los principios católicos genéricos del derecho público cristiano. Es el conocido lema sofístico: «¡Católicos ante todo!», que implicaría no sólo hacer abstracción de la realidad jurídica concreta española —«somos indiferentes en cuestiones dinásticas»; «las cuestiones dinásticas dividen a los católicos españoles». También haría abstracción de la realidad sociopolítica del derecho tradicional español —«somos indiferentes en formas de gobierno»; «¿qué más da Monarquía o República? Lo importante es que somos católicos». El sofisma radica en pretender una incompatibilidad entre ser católico español y legitimista, contraponiendo artificialmente ambas circunstancias. Cuando, en realidad, ser legitimista es la única forma de ser un católico español políticamente coherente.
Del mismo modo que el principal denunciador de la farsa pseudotradicional conservadora fue Elías de Tejada, podemos considerar a Francisco Canals Vidal como el principal debelador de la espuria táctica «catolicista». Aunque se eche de menos en sus análisis el protagonismo de la desnortada línea diplomática vaticana, promovida por todos los Papas preconciliares que tuvieron que tratar con los regímenes revolucionarios occidentales, desde Pío VII a Pío XII. Del mismo modo que se habla con razón de una espuria Ostpolitik vaticana con los países orientales socialistas a partir del Vaticano II, habría también que señalar la no menos desastrosa Westpolitik vaticana de los Papas del siglo XIX y primera mitad del XX. Fue una línea tendente a consolidar a los poderes revolucionarios en la práctica, debilitando al máximo a las fuerzas legitimistas contrarrevolucionarias.
A los legitimistas españoles les bastaba con aducir algunas de las proposiciones condenadas en el Syllabus para justificar su plena y bendita intransigencia contra la usurpación liberal. Así, por ejemplo, la Proposición condenada nº 59: «El derecho consiste en el hecho material; todos los deberes de los hombres son palabras vacías de sentido, y todos los hechos humanos tienen la fuerza del derecho». O la Proposición nº 61: «Una injusticia de hecho coronada por el éxito, no perjudica en modo alguno a la santidad del derecho». O la Proposición nº 63, que viola el Cuarto Mandamiento de la Ley de Dios: «Es permitido negar la obediencia a los Príncipes legítimos, y aun sublevarse contra ellos».
Aunque hemos distinguido conceptualmente entre el «pseudotradicionalismo político conservador españolista» y el «ultramontanismo o pseudotradicionalismo catolicista», lo cierto es que en la práctica ambas tendencias casi siempre han aparecido unidas. Con independencia de las diferencias accidentales que pudieran surgir entre ellos: apologistas balmesianos; sector neocatólico de los moderados; pidalistas-canovistas; Congresos Católicos (1889-1902); integristas; regionalismo católico catalanista y vasquista; Ligas Católicas (1901); la Asociación Católica Nacional de Propagandistas; mellistas-mauristas; Acción Católica; Acción Española; Opus Dei; «Generación del 48»; Democracia Cristiana de Ángel Herrera Oria; Fuerza Nueva; etc.
Félix M.ª Martín Antoniano, Círculo Tradicionalista General Calderón de Granada