Corría el año de 1539. El Emperador acababa de clausurar a finales de Marzo las Cortes de Castilla en que había convocado y reunido a los tres brazos en Toledo, a principios de Noviembre del año anterior, para tratar principalmente de la guerra contra el Turco y su principal aliado el Rey de Francia.
Los gastos de las múltiples guerras que sostenía se le iban por encima de sus rentas tributarias ordinarias, y necesitaba nuevos servicios extraordinarios que cubrieran los déficits incurridos. El desarrollo de las Cortes no fue del todo satisfactorio para sus intereses, pues, aunque había conseguido de la mayoría de las Ciudades el otorgamiento del servicio extraordinario (solamente se lo denegaron Burgos, Salamanca y Valladolid), el brazo de la nobleza denegó toda contribución. Alegaron que ésta era la forma propia de los labradores de auxiliar al Rey, mientras que «los hijosdalgo y Cavalleros, y grandes de Castilla nunca sirvieron a los Reyes della con dalles ninguna cosa, sino con aventurar sus personas y haziendas en su servicio, gastándolas en la guerra y otras cosas»; y le aconsejaron que moderara sus gastos.
Así pues, tras esas tumultuosas Cortes, el Emperador se fue a relajar a los bosques de El Pardo, a practicar el arte de la caza. Habiendo seguido a una pieza, se apartó mucho de los suyos, matándola finalmente en el Camino Real, a dos leguas de la villa de Madrid. Llegó allí un labrador viejo que llevaba un borrico cargado de leña. El Emperador le propuso pagarle más de lo que valía la carga de leña, a cambio de llevar el venado en su jumento a la villa. Pero el labrador, que no le reconoció, le contestó que el ciervo pesaba más que el burro y la leña juntos, y que más sensato sería que el joven Emperador cargara a cuestas con el burro y la leña.
Éste decidió, pues, esperar a que apareciera alguien que pudiera cargar con el ciervo, y, mientras tanto, entabló conversación con el viejo labrador. Le preguntó cuántos años tenía y cuántos Reyes había conocido. El labrador le respondió que era viejo y que había conocido a Juan II, Enrique IV, Fernando El Católico, Felipe I y al actual D. Carlos. El Emperador le preguntó cuál era de todos ellos el mejor, y cuál el peor.
El labrador no dudó un segundo: para él, el mejor había sido D. Fernando, «que con raçon le llamaron el Catholico»; y el peor, el actual Carlos, pues «harto inquietos nos trae, y él lo anda yensose unas veces a Italia, y otras a Alemania, y otras a Flandes dexando su muger e hijos, llevando todo el dinero de España; y con llevar lo que montan sus rentas, y los grandes tesoros que le vienen de las Indias, que bastarían para conquistar mil mundos, no se contenta, sino que hecha nuevos pechos y tributos a los pobres labradores que los tiene destruidos. Plugiera a Dios se contentara con solo ser Rey de España, aunque fuera el Rey más poderoso del mundo».
Pero el Emperador se defendió contestándole que el Rey tenía la obligación de proteger la Cristiandad, y para ello tenía que hacer muchas guerras, para las cuales no bastaban las rentas ordinarias que pagaban los Reynos; y también le contestó que el Emperador (hablando de sí en tercera persona) amaba mucho a su mujer e hijos, y que le gustaría mucho estar con ellos si no se lo impidieran sus obligaciones.
Estando en esto, llegaron al Emperador muchos de sus acompañantes, y viendo el labrador las reverencias que le hacían, se dio cuenta finalmente de que era el Rey, si bien le señaló a continuación que, si hubiese sabido desde el principio que lo era, más cosas le habría dicho. Riéndose el Emperador, «le agradeció los avisos que le avia dado, y le rogó se satisfaciesse con las raçones que en su descargo le avia dado de sus ydas y gastos». El labrador, finalmente, con timidez, le pidió unas mercedes para sí y para casar a una hija suya, concediéndoselas el Emperador.
Nos lo cuenta Fray Prudencio de Sandoval, en el segundo Tomo de su Historia de la vida y hechos del Emperador Carlos V, publicada en 1614.
FARO/Círculo Tradicionalista General Calderón de Granada. F. M.ª Martín Antoniano