En un artículo anterior se trató de mostrar algunas evidencias innegables del fracaso pastoral del último Concilio Vaticano.
Por lo que se refiere a Chile, su Conferencia Episcopal, por ejemplo, ha publicado ciertas cifras que vale la pena conocer y comentar. Para comprenderlas en todo su valor, pongamos como horizonte los antiguos censos que divulgaban la calidad religiosa de los chilenos. En 1902, el censo estableció que el 98% de los habitantes de este país se consideraban a sí mismos católicos. Claro está que no se medía para nada la adhesión de los tales a su Iglesia. Recién cerrado el Concilio, el censo de 1970 estableció que esa adhesión había bajado a 91%. Es decir, en 68 años se había retrocedido 7 puntos. Desde entonces esta cifra no ha dejado de bajar. Tal parece que la adhesión ha descendido a poco más de 67%, incluso podría bordear el 64%, según otras estimaciones. Por desgracia, los últimos censos no preguntan por la religión. Vale decir, mientras en 68 años descendió 7 puntos, en la actualidad habría perdido 14 o 17 puntos adicionales. A esta velocidad es posible que apenas sobreviva a finales del presente siglo. ¿Le parece que exagero? Veamos, pues, cifras que nos ofrece la Conferencia Episcopal.
El número de bautizos realizados en 2002 ascendía a 157.479; en 2006, a 149.782 y en 2011, a 133.239. Es decir, se trata de un descenso del orden del 15,3%, en el caso de que la población de 2011 fuera la misma que la de 2002; lo que nos da indicios sobre el futuro que le espera a nuestra querida Iglesia. Pero si comparamos estas cifras con el número de nacimientos, el panorama se hace más ominoso. El número de niños nacidos vivos en 2001 fue de 202.208; es decir, tan sólo un 60% de los niños fue bautizado. En 2011, los nacidos vivos fueron 256.542, lo que implica que sólo el 51,5% fue bautizado. Como estas cifras de bautizos incluyen a algunos jóvenes y adultos, la cifra es aún peor. Notemos que, si se confirma que el número de católicos hoy alcanza, como máximo, al 64% de la población, y los bautizos siguen descendiendo, nuestro futuro no es halagüeño. La Iglesia está envejeciendo a ojos vista.
Las primeras comuniones confirman la tendencia. En 2001, éstas ascendieron a 110.086; en 2005, a 91.952, y en 2011, a 73.564; es decir, una caída de 33% si la población se hubiera mantenido estable. Como no es el caso, la pérdida es bastante mayor. El sacramento de Confirmación nunca ha sido tan popular como los anteriores. Las cifras son: en 2001, 92.219; en 2005, 87.680, y en 2011, 61.234. Vale decir, una pérdida del orden del 25% si la población se hubiese mantenido estable. Cosa curiosa, si bien no alcanzan al número de primeras comuniones, han descendido menos.
Los matrimonios son afectados de manera similar. Se casaron en la Iglesia 28.644 parejas en 2001; 22.973, en 2006 y 17.400 en 2011. La caída alcanza a un impresionante 39%. Como sólo los matrimonios católicos bautizan a sus hijos, ya podemos pensar en lo que nos espera. No está mal comparar estas cifras con las de los matrimonios civiles. En 2001 alcanzaron los 66.132, y en 2011, los 65.290. Como es más fácil divorciarse y volver a casarse en el Estado que en la Iglesia, no es posible sacar una conclusión convincente. En todo caso, llama la atención que el número de matrimonios católicos alcancen a ser tan sólo un 43%del total en 2001, y un 35% en 2011. Tal parece que entre los jóvenes sólo un 35% es suficientemente católico como para ir a la Iglesia a casarse.
Si hay un aspecto de la pastoral que es prioritario es el que lleva a los católicos a la práctica sacramental. Las cifras no dejan lugar a la duda: estamos ante un fracaso pastoral impresionante.
¿Por qué me limito a citar cifras un tanto pretéritas?[1] Debido al escándalo que ha acompañado al reconocimiento de la violación del voto de castidad de tantos religiosos, puesto que alguien podría achacar el fracaso a ello. Es cierto que se ha agravado, pero en el período anterior ya era público y notorio. Por lo demás, en Europa las cifras son aún más alarmantes y, en nuestra América varían bastante de un país a otro; pero en todas se confirma el desastre pastoral.
Mientras nuestras autoridades sigan alegando otras causas ¿qué podemos hacer nosotros? De ninguna manera declarar la sede vacante o algo parecido. Bien sabemos que san Pedro gobernó mal la iglesia de Antioquía a juicio de san Pablo y de san Agustín de Hipona. Nos resta recordar el Evangelio. En cierta ocasión, los discípulos no pudieron expulsar un demonio que atormentaba a un niño. Lo llevaron ante Jesús, el cual lo increpó y éste dejó libre al niño. Cuando los discípulos le preguntaron la razón de su fracaso, Jesús les respondió: «… en cuanto a esta ralea, no se va sino con oración y ayuno» (Mt. 17,21).
Pablo VI reconoció que el humo del infierno había penetrado en la Iglesia, pero jamás indicó por dónde. Para nosotros está claro: el concilio ecuménico Vaticano II y su afán de novedades en cuyo nombre se impuso una nueva pastoral. Ya ha pasado suficiente tiempo para no seguir esperando un fruto que nunca llega ni llegará. El día que nuestros obispos lo reconozcan y regresen a la Tradición, ese humo pestífero será expulsado de la Iglesia.
[1] Cada vez es más difícil hallar estas cifras, tal vez, porque son peores. Las citadas son suficientes para nuestro propósito.
Juan Carlos Ossandon Valdés, Círculo Tradicionalista Antonio de Quintanilla y Santiago, Chile