Dos años de ausencia: las procesiones de Popayán

Alcaldía de Popayán

Por segunda vez consecutiva, las calles de Popayán no serán escenario de las tradicionales procesiones de la Semana Mayor. El COVID ha sido la razón que las autoridades tanto religiosas como civiles han aducido para cancelar las ya famosas celebraciones, que sin lugar a duda eran las más significativas en todo Colombia a propósito de la Semana Santa.

Las procesiones de Semana Santa, tan abandonadas en el resto del país, hasta hace poco habían sido un patrimonio esmeradamente custodiado por la ciudad de Popayán. No sólo era la ocasión para lucir las innumerables tallas barrocas que componen cada uno de los pasos, sino de ofrecer a todos los habitantes y visitantes uno de los festivales de música religiosa más elaborado de América.

Era también un espectáculo, si se permite el término, que congregaba a todos los sectores de la sociedad. Se trataba de un ambiente auténticamente católico en que las diferentes gremios y clases sociales se unían en un esfuerzo común por reverenciar los pasos sagrados. Desde las damas y los caballeros que, vistiendo rigoroso luto, observaban las procesiones desde los engalanados balcones del centro, hasta los miles de paisanos que se congregan en los andenes para alumbrar los pasos con incontables cirios.

La primera de las procesiones evidentemente tenía lugar el Domingo de Ramos. Se destacaban especialmente el paso del Señor Caído y el del amo Ecce Homo, terminando en la Catedral con la misa solemne dicha por el Arzobispo.

Lunes, Martes y Miércoles Santos ofrecían varias procesiones en donde los protagonistas eran la parroquia de San Agustín y el templo de la Ermita, todas preparativas para la gran procesión del Jueves Santo.

El desfile del Jueves salía a las ocho de la tarde del templo de San Francisco, una joya arquitectónica del Siglo XVIII, quizás la mejor muestra del barroco tardío neogranadino. No se debe olvidar que, durante el período monárquico, junto con Quito, Popayán fue la capital más representativa de la zona suroccidental del Virreinato de la Nueva Granada. Con Casa de la Moneda propia, se acuñaba la mayor parte del metálico extraído de las minas del Chocó, además de ser cabecera de comercio por el Océano Pacifico entre Lima y Panamá.

Lo anterior explica que las iglesias y las estatuas de los pasos estén finamente ornamentadas con orfebrería de primerísima calidad, tallas en la mejor madera de origen andaluz y quiteño, así como altares y púlpitos que brillan por el pan de oro que los recubre.

Esta procesión, la del Señor de la Veracruz se extendía hasta altas horas de la noche, representando un viacrucis con las 14 estaciones de rigor, más tres añadidas, a saber: la Magdalena, el Señor del Huerto y San Juan apóstol – quien la encabeza–, pues la procesión del jueves se inspira en su evangelio.

Cada uno de los 17 pasos era cargado por una cofradía, tenía uno o más síndicos, y era precedido por una sahumadora. Hasta que las procesiones fueron suspendidas por causa del COVID, aún representaba un gran honor para los varones de la ciudad ser cargueros de un paso, lo que se consideraba un verdadero privilegio.

La noche, sumada al clima fresco de Los Andes medios, permite que las damas vistan sus atuendos tradicionales que incluyen mantillas, Era habitual el uso de traje y corbata por parte de las autoridades e incluso la utilización de Frac y capa castellana por parte de los caballeros de la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén, quienes preceden el paso del Santo Sepulcro.

A pesar del ambiente sobrio que impone la tradición – no había bares abiertos o discotecas por el centro durante los jueves y viernes–, cierto tufo carnavalesco podría sentirse en los andenes, abarrotados de familias que pasan varias horas observando la procesión, mientras conversan y comen.

Tanto más relajado era el ambiente en los balcones de las antiguas casonas, cuyos dueños aprovechaban para hacer un evento social, y tras el balcón se organizaba todo un evento generosamente acompañado por platos típicos y licor. Ni que decir de los balcones situados en el Hotel Monasterio o el Club Popayán, palcos privilegiados para observar las procesiones con una vista panorámica inmejorable.

La procesión del Viernes Santo, la más significativa de todas, llamada de El entierro del Santo Cristo, partía a las 8 de la tarde de la Iglesia de Santo Domingo. El primer paso, el de la Muerte con su hoz, preguntaba a los espectadores la frase de San Pablo: ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? De los 13 pasos que siguen se destacan especialmente el Descendimiento, la Piedad, el Sepulcro y la Virgen de la Soledad, que la culmina. La gran mayoría de pasos constan de tallas en madera, primorosamente revestidas, encargadas por los síndicos de los pasos desde el siglo XVI. Las que se lucen en la actualidad son en su mayoría del Siglo XVII y XVIII y obedecen al barroco quiteño de la época.

Pasa otro año sin que Popayán renueve la tantas veces centenaria tradición las procesiones de Semana Santa. Quiera la voluntad tanto de las autoridades civiles como religiosas no aumentar esta interrupción, la cual causa una herida proporcional al tiempo que dure la suspensión.

Con el final de las procesiones de la Semana Mayor en Popayán se extingue una tradición de más de cinco siglos y uno de los últimos vestigios vitales del virreinato de la Nueva Granada.

FARO/Círculo Tradicionalista de Santa Fe de Bogotá