Vía Crucis en tiempo de pandemia

Crucifixión de Gaudenzio Ferrari. Convento de Santa María de las Gracias

Por la señal de la Santa Cruz… Señor mío Jesucristo…

Oración

A los pies de tu cruz, Señor, inicio un camino de dolor, itinerario de amor divino, de justicia y redención. En este Viernes Santo distinto a todos los demás, mi alma quiere acompañarte y así unirme a tu Pasión. Ahora que tu Providencia me obliga a quedarme quieto, ahora tengo tiempo para ocuparme de Ti y poderme salvar a mí. Ahora que los gobiernos nos han privado del tesoro litúrgico tantas veces despreciado por los cristianos.

Este año el viaje será distinto al de otras veces, cuando ocupaba este día en amenas vacaciones. Itinerario nuevo y eterno que el alma emprende cuando sigue el camino de salvación que nos abriste, estación por estación.

Como ya no se nos permite reunirnos, dejaré a mis amigos en sus casas y me iré, colmando mi soledad humana, con la compañía espiritual de los tuyos, de tu Madre y de San Juan, de la Magdalena y la Verónica, el Cirineo y el Centurión; haré así un viaje mejor.

Hoy se trasladará mi alma hasta las profundidades de ese misterio de amor que es tu Redención, lo hará mi espíritu, te acompañaré hasta el Calvario, a la montaña del dolor, para entrar en tu Corazón abierto por la lanza: es un océano de amor. En este viaje tomaré al menos una fotografía para que nada se pierda en el olvido y guardaré como un tesoro una sola idea que será un bendito recuerdo, los guardaré en mi interior como guardo en mi casa un guijarro de la montaña o una caracola del mar. Buscaré una sola gracia para mi alma, una sola basta, de esas que no se pueden pagar con oro; un manojito de mirra en mi pecho, que con su aroma reanimará mi alma agobiada.

Hoy he debido dejar mis trabajos y negocios, mis estudios y deportes, mis actividades y rutinas habituales, para ocuparme del único negocio importante: la salvación de mi alma.

Dame Señor dolor de mis pecados, dame la gracia de una cotidiana conversión y de saciar mi alma con los frutos de tu Pasión.

I Estación. Jesús sentenciado a muerte.

Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi, quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Ilustraciones de la Pasión de Cristo de Hippolytes Lazerges

La malicia de los judíos y la tibieza del romano condenaron a muerte a nuestro Rey y Señor. Pilatos, a pesar de haber reconocido en varias ocasiones la inocencia de Jesús, pidió una jofaina y se lavó las manos.

Actualmente este gesto miserable se repite una y otra vez entre nosotros, pecado de cobardía, de indiferencia culpable; con harta frecuencia nos venimos lavando las manos de tantas responsabilidades, pero en el pecado está la penitencia, y ésta ha llegado.

Hoy por cada cosa que hacemos, por cada objeto que tocamos, nos debemos lavar las manos. Cada vez que las freguemos con agua y jabón, recordemos cuántas veces por cobardes, por tibios, por mediocres, como Pilatos nos hemos lavado las manos manchadas de sangre inocente. Silencios culpables, diplomáticas indecisiones, miedos y temores disfrazados de prudencia. Tantas vidas inocentes rotas al amanecer por el aborto, o al ocaso por la eutanasia, y siempre escondidos tras la misma respuesta cainita: «¿soy acaso el guardián de mi hermano?».

El primer ajusticiado por nuestra indiferencia e indolencia, nuestra primera víctima inocente es el mismo Jesús; digámosle hoy al lavarnos, que ya no queremos que sea solamente un gesto profiláctico, sino un gesto de purificación espiritual, y que al lavarnos las manos, lavemos el corazón. Aunque la que lavará nuestras conciencias de tantas obras muertas, será la misma sangre que Pilatos despreció y que sobre sí reclamaron los judíos, pero que a nosotros nos lava en cada confesión, donde si nuestros pecados son rojos como el bermellón quedarán más blancos que la lana; esa misma sangre que en el cáliz de la Santa Misa se ofrece al Padre Eterno por la salvación de muchos.

Padre nuestro, ave María y Gloria.

 

II Estación. Jesús carga con su cruz.

Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi, quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Nuestro Señor fue sentenciado a morir en la cruz, como lo eran los peores criminales. Sin embargo, Él abraza el leño repugnante, el ignominioso leño, que será para nosotros el árbol del cual pronto penderá el fruto de vida, la serpiente de bronce que nos cura del infernal veneno de la diabólica mordedura. «Nosotros contemplamos a Cristo crucificado en la cruz, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles» (I Cor. I- 23).

Nosotros, que nos hemos comportado como paganos enemigos de la cruz, la hemos rechazado no sólo quitándola de nuestras instituciones públicas, de colegios y universidades, de los tribunales, sino desgraciadamente, también de los altares. No sólo la hemos negado, también hemos perdido el sentido del sacrificio cuando perdimos el altar. El dolor dejó ya de tener sentido cristiano, rechazando en nuestras vidas todo lo que signifique sufrir, morir a nosotros mismos.

Las tres concupiscencias: la de la carne, la de los ojos y la soberbia de la vida, se han adueñado de nuestras existencias. Hemos preferido nuestro confort, vivimos como paganos defendiendo el famoso «estado de bienestar», sin cruz ni sacrificios. La cruz que hoy no vemos, no nos la robaron los malos, la quitó del centro de nuestra sociedad la tibieza de los buenos.

Pero hoy Jesús nos dice: «Toma tu cruz, niégate a ti mismo y sígueme». ¿Cuál es tu cruz? La que pesa, la que duele, la que raspa, la que hiere, la cruz en la que mueres. Anímate a morir en ella, a morir con Cristo, así podrás resucitar con Cristo.

En este Viernes Santo de pandemias físicas y espirituales, Dios en su Divina Providencia, nos coacciona de una manera enérgica, violenta, casi como si se sintiera impotente ante la dureza de nuestra cerviz.

Estos días te habrás preguntado muchas veces: ¿quiénes son los responsables de la cruz presente? ¿es Pilatos, Herodes o es Anás, o tal vez Caifás? (que representan tan bien al poder político y religioso contemporáneo).

Ni tú ni yo conocemos aún a quién beneficia el crimen de la actual pandemia. Es muy probable que pronto queramos hacer justicia en las urnas, por lo tanto, una vez más tendremos como resultado el triunfo democrático de Barrabás. Pero quienes sabemos que Cristo es Rey y que «Dios reinó desde el madero» (regnavit a ligno Deus) debemos seguirle para reinar con Él, abrazando la cruz cotidiana con resignación cristiana; empapándonos de su doctrina, para poder salir de la demoníaca trampa mundialista en la que ha caído la sociedad.

Nos invita una vez más: «abraza tu cruz de cada día y sígueme». Él nos pide la de cada día: no sumes al peso muerto de tu cruz, ni las cruces pasadas ni tampoco las cruces futuras. Sólo tu cruz cotidiana, y con ella basta, todo lo que le agregues no te lo pide Él.

Él la abraza por ti, te toca a ti hoy abrazarla por Él. Donde te encuentres confinado. Hazlo por amor a Jesús y encontrarás la paz, el justo sentir en medio de la contradicción, la razón entre tantas paradojas y el quicio en medio de las incongruencias, la Vida en medio de tanta muerte, la gracia en medio de tanto pecado, la esperanza en la desesperación. Abraza tu cruz y síguele: «Per crucem ad lucem».

Padre nuestro, ave María y Gloria.

 

III Estación: Jesús cae por primera vez.

Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi, quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Abrumado, agotado, bajo el peso de la cruz, cae por primera vez Jesús, el Amor es semilla sembrada en el camino.

Durante toda mi vida, Señor has esparcido muchas semillas que no pudieron crecer, porque mi alma, mi corazón, mi vida, no han sido otra cosa que un camino donde todo pasa de prisa. Los amores son fugaces, las pasiones voraces, sólo desatino y locura. Las verdades que siembras en mi mente no germinan, pisoteadas por mil tonterías, vanidades y fruslerías, distracciones y pasatiempos. Los talentos que sembraste en mi corazón están enterrados bajo mil egoísmos y mezquindades, el grano de trigo no quiso morir a sí mismo y nunca jamás dio fruto.

Ahora que aún tengo tiempo, levántate Señor y muéstrame tu rostro, quisiera caer en tus brazos compungido, caer sembrado en la excelsa tierra de tu Corazón Divino, en Ti que eres Camino, Verdad y Vida, para que mi alma se levante, crezca vigorosa y dé frutos en tu gracia; llévame al celestial destino que nunca niegas al que de verdad está arrepentido. Postrado te adoro, mi Dios caído.

Dadnos Señor la fuerza para levantarnos del estado de postración que nos tiene vencidos. Porque no pusimos en Ti nuestra confianza, ahora estamos confundidos. Las enfermedades causan estragos, el contagio se propaga y nos tiene abatidos, aterrados, aislados, confinados. Y ya que nos tienen, como a Lázaro, físicamente amortajados y maniatados espiritualmente; volvamos a la vida, escuchando la voz que nos llama a salir del sepulcro donde tantas almas yacen sepultadas por el pecado.

Señor te suplico que nos protejas de las peores enfermedades que se propagan de alma en alma por toda tu Iglesia. Como si fuera la lepra, los escándalos la cubren, se va quedando sin anticuerpos como si tuviera sida, peor aún que el coronavirus, se contagian unos a otros la peor de todas las herejías: la modernista. El cáncer del cisma ha hecho metástasis. Paralítica, no avanza, el falso ecumenismo ha detenido los pies de los misioneros que ya no pueden hacer proselitismo. Está muda, pues no puede predicar otra verdad que no sea la «políticamente correcta». Señor, sólo puede venir de ti el vigor y la salud. Perdona el trato sacrílego que se le da a tu Cuerpo Eucarístico, que nos permite deducir que, si así te tratan a Ti en la Eucaristía, no nos extrañe el trato que podamos recibir cada uno de nosotros, que somos partículas de tu Cuerpo Místico. Te ofrezco las ofensas que recibimos y espero que las aceptes en reparación por todos los ultrajes que recibes cada día en la Santa Eucaristía.

Ayer lloraste sobre Jerusalén y hoy derramas tu sangre por tu Iglesia, para que sea hermosa, sin arruga ni mancha. Y de camino al Calvario, a ofrecer el cáliz de la nueva alianza en el Gólgota, te has caído. Levántate Redentor de mi alma, levántame Dios mío, levanta a tu única Esposa: la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana.

Padre nuestro, ave María y Gloria.

 

IV Estación: Jesús encuentra a su Madre.

Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi, quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Muchas distancias habían caminado juntos la Madre y el Hijo. De Nazaret a Ain Karim recorrieron una distancia que oscila entre los cien y ciento cincuenta kilómetros, (y debemos sumar el regreso). En íntima unión con Dios, María le llevaba en su seno, luego en sus brazos, después a su vera y ahora en su Corazón. Años antes habían viajado juntos de Nazaret a Belén, de Belén a Egipto huyendo de Herodes. Transitaron por mil vericuetos, sorteando caminos concurridos y salteadores, una distancia que a vuelo de pájaro son 450 km. Más tarde regresaron a Nazaret y al ir en peregrinación al Templo de Jerusalén, distante algo así como 150 km, el Niño se les perdió en aquel lugar sagrado, donde lo encontraron enseñando a los doctores. Durante la vida pública, de cerca o desde más lejos, María siempre le acompañó. Este es el último trayecto de su vida, el de la despedida.

Quién pudiera aprovechar estos días de confinamiento para darle alas al alma en la contemplación y acompañar a Nuestra Señora y Nuestro Señor por esos caminos de Dios, cruzando valles, desiertos y montañas, de cueva en cueva, un día bajo la lluvia otro bajo el sol; para adentrarnos en otra dimensión, más mística, más alta, acompañados por algunos santos, hasta penetrar el insondable océano del Corazón Inmaculado, y morada tras morada, alcanzar el interior mismo de esta Mística Ciudad de Dios, para vislumbrar ya sea un instante, este encuentro con el Señor en la vía dolorosa camino de la Redención, para venerar como es debido el misterio de la Corredención.

Como María Santísima fortaleciendo a su Hijo en la Divina Misión, algunas madres valientes alientan con generosidad a sus hijos, aunque tengan el corazón arrugado con tantos miedos, naturales aprensiones que no conocen quienes no tienen experiencia de la vida. Madres heroicas que se sobreponen, y una vez más nuestro Dios, que ya se sirvió de ellas para darnos la vida, se vuelve a servir para hacernos llegar esa fuerza divina que la mujer fuerte y generosa alberga en su corazón, la que anima a ser valientes a tantos que, fieles a su vocación de servicio, se enfrentan a la muerte. Mujeres fuertes, como la que elogia la Escritura, son las que necesitamos hoy. Sin ellas jamás podrán existir héroes y santos. Por eso a María la eligió Dios.

Pensemos en tantas Madres olvidadas en residencias, para quienes no tuvimos ni tendremos ya más tiempo, cegadas en gavillas por la hoz de la muerte. Ellas, que dieron a sus hijos el primer aliento, no tuvieron a nadie a su lado para recoger de sus labios el último suspiro.

¿A quién le has dado tus afectos? Nadie como ellas los merecen ni como a ellas se los debemos. De los gemidos de tu madre no te olvides. Hoy en especial al contemplar su tristeza, no olvides jamás que eres hijo de María Santísima, de sus lágrimas y dolores. Tú al menos procura consolarla.

Padre nuestro, ave María y Gloria.

 

V Estación: Simón el Cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz.

Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi, quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

El Cireneo, honrado y buen campesino, vuelve del campo donde dejó todas sus fuerzas y energías, allí, donde con el sudor de su frente redime su alma, sembrando el pan de sus hijos. Vuelve a paso lento y se deleita pensado en el merecido descanso a la sombra del mediodía, en saciar su sed con el agua fresca del cántaro, y el hambre con el plato que le preparó su esposa con cariño; ya imagina la ternura y el abrazo de Alejandro y Rufo, sus hijos. Todo el programa lo tiene previsto, uno de los tantos itinerarios que comienzan y terminan en uno mismo.

De pronto en una curva del camino, la brisa le trae un murmullo sordo que al acercarse es el ruido y el tumulto de una abigarrada chusma que lleva a otro condenado al patíbulo. Haciéndose el distraído, mirando de soslayo, pensó poder pasar desapercibido; pero hete aquí que una mano vigorosa le detiene por el brazo y le ordena, arbitraria e imperiosamente, que ponga sus músculos al servicio de Condenado. Quiso balbucear una excusa y decirles que aquello no era lo que tenía pensado, nada que ver con lo que él había previsto. Pero coaccionado, no tuvo más remedio que comenzar un nuevo itinerario, insospechado por lo divino que iba más allá de aquella senda para perderse en la historia del misterio de Dios.

Le fuerzan a ayudar a llevar la cruz del Señor. Hoy estoy obligado por las circunstancias, forzado por el confinamiento, no tengo más que una sola posibilidad para poder evadirme del encierro que me ahoga, que caminar espiritualmente a tu lado y por amor al Dios que no veo, ayudar con caridad a llevar la cruz del hermano que sí veo, como el Cirineo, aunque no entre en los planes egoístas, de ese hombre que soy, moderno e individualista.

Cirineo, ayúdame a serlo también de cada uno de aquellos que hoy a la vera de mi camino sienten el peso de su propia flaqueza, ayúdame a poner a su servicio con mucho amor, mis pocas fuerzas.

Señor, al sopesar tu cruz, veré lo que pesan sobre tus hombros mis pecados, aquellos que cometo tan fácilmente, tan a la ligera. Sopesar así la gravedad de mis culpas, antes de que su peso sea eterno. Te daré gracias un día por esta oportunidad que me das de constatar por mí mismo que no es necedad ni locura, sino santa sabiduría, la que irradia tu cruz que ilumina mi interior con su luz. Quiero aprovechar esta ocasión de hacer contigo este itinerario. Ahora mientras estoy quieto, mi alma se evade meditando, lejos de sanciones legales, por caminos que nunca había transitado. Caminos espirituales, sin atascos, ni retenes.

Padre nuestro, ave María y Gloria.

 

VI Estación: Verónica limpia el rostro de Jesús.

Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi, quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Como un grano de trigo, el grano Divino es molido por las muelas del dolor, (tan grandes como aquellas a las que deberían estar atados muchos, en lo más profundo del mar), Él es la hostia de tantas comuniones a la que muchos se acercan con tan poco amor. ¡Si supieran que por consideración a nuestra debilidad permanece oculta la realidad bajo la apariencia del pan!

No hay en Él hermosura alguna, pero hay alguien que con intuición divina descubre un diamante en el lodazal. Ve más allá de las apariencias sensibles y con su piedad valiente, se acerca al Cordero en medio de los chacales sedientos de sangre, cegados por el odio. Descubriendo su rostro, da la cara y pone el corazón en el velo que enjuga de polvo y sangre, de esputos y lágrimas, la Faz Divina de Dios.

Sin respetos humanos ni cálculos diplomáticos, sin devociones afeminadas ni cortapisas convencionales, corajuda y viril Verónica, enséñame a despreciar el «qué dirán» y las presiones de lo políticamente correcto, a ver más allá de las apariencias, con tu fe.

Concédeme una Fe así sea tan grande como un grano de mostaza, para ver aquello que los ojos de mi cara no podrán jamás ver, más allá de tantas repugnancias, con tu amor; más allá de las derrotas, con tu esperanza. Te lo pido como aquel ciego de Jericó, hijo de Timeo–Bartimeo—, que gritaba: «¡Señor, haz que vea!» (Mc X, 51) Y el ciego vio.

Concédeme una Caridad, más fuerte que la muerte, aquella que ama a Dios y a su hermano con el olvido de sí mismo, que no le mueve ni el interés ni la simpatía. Y cuando a mi prójimo se le borre de la cara su condición humana y ser su amigo sea escarnio, ser su vecino una vergüenza, acercarse a él una maldición, hablarle un compromiso, escucharle una molestia y enojoso prestar un servicio o administrar un sacramento arriesgando el contagio, dame un corazón generoso que le devuelva a su rostro la dignidad de hijo de Dios.

Padre nuestro, ave María y Gloria

 

 VII Estación: Jesús cae por segunda vez.

Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi, quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

No fue muy largo el trecho recorrido desde aquel lecho de polvo y de guijarros del que se levantó el Señor por primera vez. Una curva y un repecho, más arriba, cae exhausto, rendido, por segunda vez. Besan sus labios el mundo, ese barro y ese barro con el que el Padre hizo al primer hombre y a los demás también. Al besar sus labios el polvo del camino, pone todo su amor en un beso por cada hombre, pues ser polvo es el destino del hombre sobre esta tierra.

Los médicos una y otra vez advierten a sus pacientes que deben ser mil veces prudentes ante los riesgos que suponen las recaídas para la salud. Cuando se trata de la salud del alma esto es menos visible y si es en el confesionario, inaudible. ¡Cuántas son las ocasiones en que se previene al que reincide con tibieza! El peso de los malos hábitos, de esos vicios ocultos y callados, secretos o inmundos, es el que mantiene caídos a los que deberían ir veloces por caminos de virtud y santidad.

Por tu caída Señor levántame de mi pecado, despiértame de mi letargo, porque santo no es aquel que nunca tropezó, ni el que jamás se cayó, sino el que Tú levantaste y al que dijiste como al paralítico: «Levántate y anda» (Lc. V, 23).

Padre nuestro, ave María y Gloria.

 

VIII Estación: Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén.

Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi, quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

San Lucas nos deja en su evangelio este episodio profético: (Lc XXIII- 27): Lo seguían muchos del pueblo y un buen número de mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por Él. Pero Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo: « ¡Hijas de Jerusalén!, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Porque se acerca el tiempo en que se dirá: ‘¡Felices las estériles, felices los senos que no concibieron y los pechos que no amamantaron!’ Entonces se dirá a las montañas: ‘¡Caed sobre nosotros!’, y a los cerros: ‘¡Sepultadnos!’ Porque si así tratan a la leña verde, ¿qué será de la leña seca?».

«Leña seca», leña estéril, higuera maldita, sarmientos muertos, todos sin frutos, es la preocupación trascendental de Nuestro Señor, quien nos exhorta a que «produzcamos frutos de una sincera conversión, los frutos de una fe viva madurados en la perseverancia» (Mt III-8), porque Él vino a salvar a quien quiera salvarse.

Sin ser sospechoso de profesar ninguna ideología ecológica, Nuestro Señor al hacer referencia al leño verde y al leño seco, no está tan preocupando por la tala de los bosques ni del exterminio del osito panda, sabe muy bien que la tierra gime esperando que se manifiesten los hijos de Dios y así poder ser liberada por los trabajos y sudores, de quienes por sus crímenes contra el orden natural la sometieron y ultrajaron, sujetándola a las consecuencias terribles del pecado, que involucran al hombre y perjudican la creación, «que gime esperando redención». Su prioridad es la salvación de mi alma (Rom. VIII-19).

Mientras estamos en esta tierra los castigos de Dios son siempre medicinales; para aquellos que los reciben con humildad y arrepentimiento, son una oportunidad única de pedir perdón y agradecerle al hortelano que con su tijera pode, remueva la tierra y abone, para que le demos al Dueño de la Tierra los frutos que de cada cual espera con todo derecho, de creación y de conquista; para que Él no tenga que pronunciar la eterna maldición. El Señor ya nos pedía: «Permaneced en Mí, como yo permanezco en vosotros. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco vosotros, si no permanecéis en Mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos el que permanece en Mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de Mí, nada podéis hacer». (Jn. XV, 4-5).

Los tiempos que vivimos no toleran mediocres. Más que nunca es tiempo de héroes y de santos; creo que por eso Jesús reprocha a los sentimentales que sin ánimo viril lloran a la vera del camino, no le siguen y no le acompañan; por eso desprecia esa compasión que es sólo emocional, sentimental que llora al gato muerto en la cuneta, a los bebés focas y al osito panda.

Ofrezcamos nuestros sacrificios, especialmente aquellos que Dios nos pide y nosotros no elegimos, ofrezcámoslos mediante nuestro Santo Rosario, por las almas más necesitadas de su misericordia, que se están yendo de esta vida por causa de la peste y otros muchos motivos, y se presentan ante Dios con las manos vacías. Para que en este trance de dolor no reaccionen con las blasfemias de Gestas, increpando a Dios, que teniendo tan cerca al Señor no alcanzó la gracia que concedió a San Dimas de pedir perdón.

Señor unimos nuestras lágrimas a las de Nuestra Señora, la que te siguió hasta el Calvario, la que te acompañó hasta el final y llora por tantos hijos suyos que son «leño seco», que son peores que leña de pirul, que no sirve más que para hacer llorar.

Padre nuestro, ave María y Gloria.

 

IX Estación: Jesús cae por tercera vez.

Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi, quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

El peso de la cruz, el peso de mis pecados vence con su gravedad a un Jesús exhausto en sus menguadas fuerzas y por tercera vez contemplamos a Nuestro Dios Omnipotente caído en tierra. Quisiera acercarme a Él para ayudarle, pero el tiempo ya no lo permite. Sin embargo, este misterio que por ser Divino trasciende los tiempos, nos urge por la caridad a acercarnos como el buen samaritano al que esté tendido en el camino para darle una mano y levantarlo.

Muchos son los cofrades, numerosos los costaleros que levantan al Cristo Caído sobre sus hombros en los hospitales, médicos y enfermeras, que se echan encima el dolor de tantos hermanos caídos al pie del camino. Cuántos nazarenos, cofrades de hermandades se dan cuenta que de todas ellas la primera es la que por el orden natural forman los que están a mi lado, en familia, por vínculos de sangre y espiritualidad, a quienes la enfermedad o el desánimo, la depresión o el pesimismo los deja decaídos. No podemos mirarlos, pasar y dejarlos tendidos. ¡Hay que levantarlos! Mira a tu lado y verás que más de uno espera tu mano tendida: ¿Quién es?

Levantémoslos con la caridad que hubiéramos puesto si se tratara del mismo Jesús, pues es a Él a quien ayudamos cuando por su amor levantamos a los más pequeños. Llevan una cruz pesada muchos trabajadores, muchos soldados que tendrán que levantar una Patria postrada, abatida por el liberalismo y el comunismo. Hoy la Providencia exige a su fe obras cristianas, a su caridad el «plus ultra» el ir más allá de lo filantrópico, que nunca podrá alcanzar la solidaridad, y a su esperanza ponerla en ese fin último que está al final del vía crucis: el cielo.

Vamos queridos hermanos, los que no lleváis este año los cirios en las manos junto a la Imagen amada, como vírgenes prudentes tened encendida vuestra lámpara, hoy más que nunca, cuando la noche es cerrada, mantened encendida vuestra esperanza, nazarenos de tantas procesiones que hoy van por dentro, levantemos a tantos cristos postrados ¡Ánimo!, con ellos ¡Al cielo!

Padre nuestro, ave María y Gloria.

 

X Estación: Jesús es despojado de sus vestiduras.

Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi, quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Despojado con violencia de la túnica inconsútil que su Madre le hilara, pegada como la llevaba a su cuerpo por las heridas de la flagelación, se la arrancan con violencia. Nuestro Divino Señor de quien hemos recibido todo, se deja despojar como un cordero de su lana. Con la misma generosidad con que va a entregarnos su Madre y su vida. Reparando por tantos pecados en que la lascivia llevó a desnudarse, despojándose sobre todo del vestido bautismal de la gracia, sin el cual no podremos participar en el banquete celestial; porque el que allí se presente sin la etiqueta que la ley de Dios exige será expulsado, atado de pies y manos a las tinieblas exteriores donde hay llanto y crujir de dientes (Mt.XXII-13).

El Señor nos muestra con su ejemplo aquello que nos enseñó en Lc.VI 29: «Al que te quite el manto, no le niegues la túnica». Los soldados la echan a suerte y hoy tú, que tanto la necesitas, puedes ganártela. Vestirte de luz y de gracia, de modestia y castidad. Hoy puede ser tuya y con amor de Madre te vestirá la Virgen Pura, con aquella vestidura que está hecha a tu medida.

Ofrezcamos el sacrificio de las humillaciones de tantos enfermos en los hospitales como remedio a tantos pecados contra la pureza en lupanares cibernéticos y reales, en las playas y las calles, en las casas o los campos. Reparemos por aquellos que con sus difamaciones despojaron a otros de su honra y de su fama, que con sus calumnias y murmuraciones pusieron al desnudo las vergüenzas de su prójimo.

¡Hay tantos a los que la crisis, la pobreza y la necesidad los despojará de todo! Que el amor a la pobreza que nos enseñaste, sea la virtud que permita guardar una serenidad confiada, la que tienen los pajarillos que valen menos que cada uno de esos hijos que jamás se vestirán, ni tan bien ni tan bonito, como lo están los lirios del campo a los que engalana nuestro Padre Celestial.

Recemos en esta estación por la Santa Iglesia, pues la túnica inconsútil es la figura en la que tantos santos Padres ven una imagen de Ella, para que el ecumenismo modernista no la rasgue ni los cismas la desgarren.

Padre nuestro, ave María y Gloria.

 

XI Estación: Jesús es clavado en la cruz.

Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi, quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Descoyuntando sus brazos, los estiran con cuerdas y una vez estirados, casi hasta arrancarlos, suena el ruido seco del martillo que sujeta con clavos las manos bienhechoras de quien hizo todo bien al madero de la cruz. Resuenan los golpes del martillo y hacen eco en el alma de quienes, impotentes, no dan crédito ni a sus ojos ni a sus oídos. Gruesos clavos mantienen sus brazos abiertos para acoger al corazón contrito y humillado, al que jamás desprecia, sólidos clavos retienen sus pasos, y allí de pies clavados no se puede ir, nos está esperando.

Escándalo de la Cruz, necedad, locura para quienes cuestionan y no entienden la manera que tiene de proceder Nuestro Señor, tan distinta a la manera de pensar y sentir de la mayoría de los hombres como distante está el cielo de la tierra. Porque no entendemos que la justicia divina exige reparación si se quiere salvar al hombre de la condenación eterna. Porque no entendemos las dimensiones infinitas de su amor, la anchura, la altura y la profundidad de su Corazón. Que Él nos amó hasta la muerte y muerte de cruz.

Deberíamos preguntarnos ¿cuán grave es el pecado que exige el mismo sacrificio de Dios? A la luz de este misterio y del ejemplo de Jesús podemos sacar nuestra propia conclusión, y llorar por tanta rama seca que cuelga del árbol y que nunca más tendrá hojas verdes, ni flores ni frutos; por tantas almas que llegarán con las manos vacías ante quien repartió talentos, esperando en justicia el rédito.

Privados de libertad hay muchos prisioneros, muchos enfermos en sus camas, muchos hermanos confinados en sus casas. Todos de una u otra manera clavados a una cruz que podemos aceptar como Dimas o rechazar blasfemando como Gestas. El mundo de hoy que presume de aquello que más adolece– de ser libre–, nos ha privado de la libertad a base de mentiras. Podrán ponerle cadenas hoy a nuestra carne pero jamás a nuestro espíritu. La verdad nos hace libres y nuestra alma, poniendo nuestro libre arbitrio, del que tantas veces hemos hecho mal uso, en manos de Dios puede ser libre del orgullo por la humildad, de los vicios por la virtud, del pecado por la gracia.

Por los clavos de tus manos y tus pies perdona las veces que fui sordo a las invitaciones de tu amor, por las muchas veces que me dijiste «si quieres» y usando mal de mi libre arbitrio, me hice merecedor por mi ingratitud del suplicio que hoy al ser clavado sufres por mí en la cruz.

Padre nuestro, ave María y Gloria.

 

XII Estación: Jesús muere en la cruz.

Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi, quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Clavado de pies y manos está Nuestro Señor en lo alto de la cruz, debido a que por amor a los hombres. Él mismo se hizo pecado (II Cor. V-21) fue abandonado de Dios. Lo exigía la justicia por la gravedad infinita de las ofensas. «Padre, ¿por qué me has abandonado?» «Elí, Elí, ¿Lama sabactani?» (Mt, XXVII, 49) y el silencio le responde: por mi pecado. Abandonado de Dios en cuanto hombre, pues se hizo pecado cargando sobre sí la culpa, y abandonado de los hombres en cuanto que es Dios, porque por el pecado el hombre se separa de Dios. Abandono total que nos da cierta percepción de lo que puede llegar a ser para el alma condenada lo esencial del infierno mismo.

Jesús atribulado, te ruego que no abandones a tantos cristianos que sienten la angustia terrible del abandono divino y humano. Algunos, desatendidos espiritualmente por su Madre la Iglesia, en este tiempo de prueba se preguntan angustiados si aquella promesa de que «non praevalebunt» (las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella) no es ahogada por el grito nietzscheano «Dios ha muerto», al no poder acceder a los sacramentos, al no ver a los clérigos, por andar éstos camuflados entre seglares, y por encontrar los templos cerrados. No perdáis las esperanzas, Cristo y su Iglesia están por la eternidad unidos, pero hoy es Viernes Santo.

Otros sienten la impotencia cuando sus seres queridos agonizan en soledad en una camilla de hospital o en un geriátrico, sin nadie que les dé a besar una cruz, les cierre sus ojos, les sostenga la mano. Otros sufren desvalidos físicamente al no encontrar remedio a las enfermedades que les aquejan por limitaciones del Estado. Y otros, confinados en sus hogares soportan el desamparo en la soledad de las urbes, víctimas anónimas del individualismo moderno. Quiera Dios que, en medio de este abandono, en realidad y en sentimiento, recuerden hoy que Jesús también fue abandonado y ya no se sentirán tan solos si aborrecen sus pecados.

En lo alto de la cruz el cuerpo entero de Jesús, para poder respirar, flexiona las rodillas y cae con toda la fuerza de su peso sobre sus llagas, sobre los clavos. Como tantos de nuestros hermanos, el Señor tampoco tuvo un respirador a mano.

Ardiendo sus labios de sed y su corazón en sed de amor exclamó: «tengo sed». Oyeron su voz y en la punta de una lanza le ofrecieron un hisopo empapado en mirra y aloe para calmar su dolor, pero Él lo rechazó para sufrir sin atenuantes por todos aquellos que sufren sin calmantes, y por los que buscan con narcóticos y sedantes escapar al dolor.

Hazles oír a los que mueren arrepentidos las palabras que colmaron de esperanza tanto al Buen Ladrón como a todos aquellos que no desesperan en tu amor: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso».

Hay tantos que clavados en la cruz oyen, como Jesús, la cínica burla tentadora del enemigo y de sus pasiones, desafiándoles a que «se bajen de la Cruz». Que el recuerdo de Quien en ella permaneció por nuestro amor, los fortalezca y no cedan a la tentación de bajarse y de abandonarla en la tribulación. En estos tiempos de persecución anticristiana, en que cada vez resulta más difícil vivir cristianamente, recordemos que «si al dueño de casa lo llamaron Belcebú, ¡cuánto más a los de su casa!». Teniendo en cuenta que «el discípulo no es mayor que su Maestro», en la hora de la prueba suprema «no temáis a quienes matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Temed más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo a la Gehena» (Mt. X) pidamos humildemente la gracia de «morir con Cristo», si fuera necesario.

«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Dijo el Señor y exhaló su último suspiro con un grito sobrehumano de una fuerza inusitada, tanta, que convirtió al Centurión, quién nunca había visto morir un crucificado como expiró el Señor. Fue un grito tan violento que se rasgó el velo del Templo y aún hace eco de siglo en siglo, de alma en alma e incluso ahora lo oigo sobrecogido de dolor hacer eco en la mía. Hoy en nuestra oración te rogamos por todos los agonizantes que, por la pandemia u otros males, están prontos a rendir su espíritu. No permitas que se pierda ninguna de estas almas que tan alto precio costaron.

Padre nuestro, ave María y Gloria.

 

XIII Estación: Jesús es descendido de la cruz y puesto en brazos de su madre.

Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi, quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Quedan los ojos anclados en ese mar sereno y profundo del dolor cuando contemplan a la Madre, Inmaculada Patena, con la Hostia en su regazo, Hostia de propiciación. No vemos sufrir a Cristo, la muerte se lo llevó, sufren los que se quedan en esta vida y esperan reunirse con Él en otra vida mejor. Recibe Padre Eterno como plegaria piadosa las lágrimas de los que se quedan; se quedan con el alma rota. Cuántas separaciones, cuántas familias desgarradas, cuántas Madres desconsoladas, huérfanos sin alero, coro de lamentos. Dales Señora de la Piedad Serena el consuelo que nos queda de volvernos a encontrar en aquella vida que es eterna y que nadie nos podrá arrebatar.

Virgen de la Soledad, soledad y silencio fecundo donde se encarna el Verbo, sea tu Corazón refugio seguro donde pase este tiempo de confinamiento, recogidos mis sentidos, callados los sentimientos, domando las pasiones y sanando los resentimientos. Para así poder conocer mejor la verdad, amar sólo el bien y no equivocarme de camino, eligiendo el bueno, el que de verdad me lleve a mi eterno destino, en medio de tantos laberintos. No te metas en tu casa huyendo, entra en ella buscando, cierra la puerta y Dios te hablará al corazón.

El peso de la soledad abruma en su encierro a muchas almas porque no conocemos el valor inmenso que tiene con respecto a la eternidad, es soledad que debemos llenar de Dios. Es un confinamiento para que nos quedemos quietos y nos pongamos a recapacitar, y mirando un Crucifijo nos comencemos a preguntar esas cuestiones que eludimos por miedo a lo que puedan contestarnos.

Padre nuestro, ave María y Gloria.

 

XIV Estación: Jesús es sepultado.

Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi, quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Dios ha abierto un surco en tu alma con el arado del dolor para que caigan semillas de esperanza, de vida y resurrección. No da frutos el grano si no muere.

¿Dónde lo habéis puesto? Pregunta la Magdalena al hortelano. Como ella, hoy muchas almas lo buscan azoradas creyendo que nos han robado el Cuerpo que ya no está en el sepulcro vacío, igual de vacío que muchos sagrarios.

Al acercarnos al Sagrario, donde está Nuestro Señor envuelto en el sudario de las apariencias de pan, por la fe en su resurrección resucita en mi alma, con esa fuerza divina de la gracia, que nos debe permitir decir con la misma certeza de San Pablo: «Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí, la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí». (Gal II-20).

Cuando lo recibimos en la Santa Comunión, semilla de trigo celestial que viene a morir en nuestro surco, que muchas veces es más bien un sepulcro pétreo, recordemos que igual que la sepultura del Señor nunca había sido utilizada, nuestra alma no ha de tener obras muertas, que eso son nuestros pecados, debemos comulgar siempre en estado de gracia. Y que, junto con las mujeres que van a la tumba y encuentran que el sepulcro sin Dios está vacío, comprendamos que vacío está todo aquello, que no contiene a Dios. Nada sin Dios.

Aprovechemos este tiempo de prueba, este tiempo excepcional, que tiene para quienes lo quieran gracias extraordinarias, dándonos la posibilidad de una mayor intimidad con Dios, para orar como nos enseña Santa Teresa cuando nos dice que rezar es «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (V 8, 5). El hecho de podernos alejar del tráfago humano por el confinamiento, no lo desperdiciemos abriendo nuestra alma inconsideradamente al flujo invasor de los medios de comunicación, a la telebasura y el internet tóxico, que son ventanas al mundo y que causan una gran disipación, letal para la vida interior.

Y que podamos decir junto con un alma grande, como la de San Agustín: «¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí, y yo fuera, y por fuera te buscaba, y me lanzaba sobre las cosas hermosas creadas por Ti. Tú estabas conmigo y yo no estaba contigo. Me retenían lejos de Ti todas las cosas, aunque, si no estuviesen en Ti, nada sería. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera. Brillaste y resplandeciste y pusiste en fuga mi ceguera. Exhalaste tu perfume y respiré y suspiro por Ti. Gusté de Ti y siento hambre y sed. Me tocaste y me abraso en tu paz».

A muchos les preocupa el uso inescrupuloso de quienes quieren someter la sociedad por estos medios tecnológicos, pero éstos no tendrán más poder que aquel que cada uno les otorgue. Efectivamente, si no es a Dios a quien le confiamos nuestra intimidad y el fuero interno, tendremos mucho de que preocuparnos. Es hora de adentrarnos más en este confinamiento providencial, para acrecentar nuestra unión con Dios en un recogimiento monacal jamás soñado y burlaremos así a quienes quieran atraparnos y privarnos de la libertad espiritual de la que tan pocos gozan hoy en día.

Y cuando Pentecostés llegue con la fuerza del Espíritu, el Señor nos conceda lo que al Padre Eterno le pedimos: Santo Señor, Santo Padre, omnipotente y eterno Dios, que ungiste a tu unigénito Hijo y Señor nuestro Jesucristo, Sacerdote eterno y Rey de todos, con óleo de alegría, para que, ofreciéndose a sí mismo en el ara de la cruz, como Víctima pacífica y sin tacha, obrase el misterio de la humana redención, y, una vez sometidas a su imperio todas las criaturas, entregase a tu infinita majestad un reino eterno y universal, reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz.

Quiera Dios que en este Viernes Santo nos encuentre muertos al mundo: muramos con Cristo para que podamos resucitar con Cristo. Y al final de este itinerario espiritual, el de nuestro propio vía crucis por este valle de lágrimas, abrazando la cruz de cada día y siguiendo a Nuestro Señor, no sea otro que aquello que Dios tiene preparado para los que en Él esperan: el cielo.

Padre nuestro, ave María y Gloria…

Rvdo. Padre José Ramón García Gallardo, Consiliario de la Comunión Tradicionalista