La infeliz Alicia camina por un sombrío bosque, perdido el camino para regresar a su casa –y a la cordura- cuando se encuentra con un letrero que reza: «Cuidado con los Momeraths». La escena pertenece a la versión de dibujos animados de Alicia en el País de las Maravillas, novela –por calificarla de algún modo- de Lewis Carroll, que la factoría Disney pergeñó en el año 1951, salpimentándola, como es su costumbre, con tal suerte de seres estrafalarios y multicolores que no aparecían en la obra original (¿se dan cuenta de lo mucho que se parece la factoría Disney al Ministerio de Igualdad?).
A este lado de la frontera entre lo onírico y lo ontológico, la leída Lidia camina también por un sombrío bosque, el de los Feminismos, repentinamente despoblado de casi todas sus antiguas criaturas (y decimos bien, antiguas o, incluso, deberíamos decir bien antiguas) bastante menos coloridas pero tanto o más estrafalarias. También Lidia se topa con una señal de peligro.
En el bosque fílmico, sólo se ve a la infeliz Alicia, los árboles y el citado letrero. En el suelo, a sus pies, como anémonas de diversos colores que brotan directamente de la tierra; parecen simples plantas, de tan inmóviles pero ¡ay! ¡infeliz Alicia, no te fíes! En el País de las Maravillas hay naipes que cantan y ostras que salen del mar para dar un paseo ¡a pie! Nada es lo que parece. Las categorías del mundo real ya no se aplican.
En el bosque ideológico, la leída Lidia ha navegado durante muchos años no viendo ni aquí ni allá más que hombres y mujeres, pero, ¡ay! ¡leída Lidia, no te fíes! En el País de los Feminismos nada es lo que parece. Las categorías del mundo real ya no se aplican.
La infeliz, la incauta Alicia lee en voz alta el letrero: «Cuidado con los Momeraths»
La leída, la incautísima Lidia también lee en alta voz un aviso de peligro.
¡Ay, infeliz Alicia! Esos mochos coloridos no son anémonas de tierra, son los Momeraths a los que has despertado de su letargo al leer en voz alta la advertencia sobre ellos.
¡Ay, leída Lidia! ¡Has cometido el mismo error!
El observador imprudente verá en los Momeraths –una especie de pantalones vaqueros con ojos saltones y un mocho de color sobre lo que parece ser la cabeza- una simpática criaturita del bosque; un inocente y sencillo organismo que sólo quiere vivir en paz sin que nadie le moleste.
Pero siga mirando, siga mirando: verá que los Momeraths con la disciplina de un regimiento del Ejército Prusiano adoptan con presteza una formación de flecha para indicar a Alicia el camino a seguir: ¿Para salir del bosque? Sí, en efecto. ¿Para volver a casa? ¡Ay, no exactamente! La infeliz Alicia acabará saliendo del sombrío bosque para entrar en el laberinto, dominio de la Reina de Corazones que, como aquellos simpáticos filántropos franceses de finales del siglo XVIII cultiva el alegre pasatiempo de separar las cabezas de los cuerpos de la gente. Los Momeraths son criaturas de apariencia inocente pero que indican con estremecedora precisión el camino hacia el afeitado más apurado que existe.
La leída Lidia, que se apellida Falcón, también ha tenido, como decíamos, un encuentro potencialmente fúnebre con ciertas criaturas de fantasía. Que no se llaman Momeraths pero que también se enervan cuando se alerta sobre ellos; que tienen una forma algo más antropomorfa, pero que también se prodigan en las combinaciones de colores más inverosímiles; que no tienen el aspecto de un pantalón vaquero, pero que también tienen los ojos – o, al menos, el órgano pensante que va detrás de los ojos- situado un poco más abajo del cinturón; que no tienen una disciplina de mente-colmena, pero que también adoptan formaciones de filas bien cerradas para indicar a las incautas Lidias de este mundo (¿qué era el de fantasía o el de la realidad? Ya no me acuerdo…) cuál es el camino más directo hacia su condenación; que, en fin, también sirven directa y delicadamente a las aspiraciones criminales de la Reina de Corazones (otro día hablamos de Irene Montero).
Peligrosísimos seres de fantasía de inocua apariencia traspasan las fronteras del País de las Maravillas. Querido lector: ¡Cuidado con los Momeraths!
G. García-Vao