La hiedra y la encina

El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, junto a Pablo Casado, dirigente del Partido Popular. EFE, F. Villar

Escribía Rafael Gambra en los cincuenta La Monarquía social y representativa en el pensamiento tradicional,  obra imprescindible para entender la fundamentación teórica del gobierno tradicional español. Allí abordó breve pero clarividentemente el supuesto «problema de España», motivo intelectual de la época. Intentar una definición conceptual de España es tarea fútil e infructuosa, pues no hay definición de lo particular.

Las sociedades se fundan en un mismo fin, el cual reconocen como justo y bueno. Es evidente que en España ese fin existió. Sin embargo, Gambra arroja el problema político real de España. ¿Qué sucedería si esa misión común que nos forjó como pueblo desaparece? ¿Puede quedar enterrada por otra corriente ajena, hasta el punto de diluir a la misma España? Así Francia, primogénita de la Iglesia, fue ahogada por la Revolución.

Si esto llegara a ocurrir, la restauración del orden político cristiano, basado en la unidad religiosa, se dificultaría de modo extremo. En una patria hecha a medida de la Revolución, hasta el propio nombre de España no tendría otro significado que el geográfico o jurídico, como una cáscara huera. Eso no sería España.

Gambra afirma con serenidad, junto a Mella, que las ideas disolventes en España han sido siempre minoritarias. Sin arrastrar al grueso de la población española. No obstante, 70 años después de su obra cabe preguntarse si esas ideas no han adquirido una extensión mayor.

La atada y bien atada Transición ha acelerado una revolución insospechada. Dios ha sido expulsado de todos los ámbitos de la vida pública. La ley natural es conculcada y vilipendiada. Casi se ha renunciado a defender los requisitos básicos que permiten una mínima coexistencia social.

Ante esta desolación entran en juego los hombres de bien de nuestro tiempo. Los que deben luchar, defender y velar por el bien común de España, hasta las últimas consecuencias. Con Gambra, si «el proceso de secularización y pérdida de la unidad religiosa hubiera llegado a consumarse en la nación, y la monarquía quedase en estado de guerra con la sociedad misma, deber suyo sería desaparecer luchando».

Éste es nuestro deber: luchar, hasta morir si fuera necesario, por la  restauración de la unidad católica de España y de la monarquía tradicional.

Juan Monzó, Ntra. Sra. de los Desamparados.