En la festividad de Santo Tomás de Aquino

Santo Tomás de Aquino

Como cada 7 de marzo según el calendario litúrgico tradicional, celebramos la festividad de Santo Tomás de Aquino, «el más santo entre los sabios y el más sabio entre los santos», o «el más santo entre los santos y el más sabio entre los sabios»; lo mismo da, pues de ambas maneras se ha calificado al Doctor Angélico. Sirvan estas breves líneas para recordar la importancia doctrinal de tan descollante figura.

Pese a ciertas corrientes antitomasianas surgidas a su muerte (encarnadas en personajes como el obispo de París, Étienne Tempier o el arzobispo de Canterbury, Roberto Kilwardvy), ni 50 años se tardó en canonizar al aquinate, llevando a cabo dicha tarea Juan XXII el 18 de julio de 1323, quien dijo de Santo Tomás que «él iluminó a la Iglesia más que todos los otros doctores, y más se aprende en sus libros en un año que durante toda la vida en los libros de los demás».

El 11 de abril de 1567, el Papa San Pío V declara a Santo Tomás Doctor de la Iglesia Universal, a través de la bula Mirabilis Deus. El Papa tilda a nuestro santo de «luz clarísima de la Iglesia», cuya doctrina «es regla ciertísima de la doctrina cristiana, con que iluminó a la Iglesia apostólica, refutados infinidad de errores». En este caso, es probable que el Papa no estuviera pensando solo en aquellos errores propios de la época de Santo Tomás o de la antigüedad, sino también en errores posteriores, como es la herejía protestante. Y es que es representativo que, durante el Concilio de Trento, se colocara a la Suma Teológica sobre altar junto con la Sagrada Biblia, como libros de orientación y consulta. «La Iglesia misma ha hecho suya su doctrina, por ser la más cierta y segura de todas», dice el mismo Pío V.

León XIII, conocido como «el Papa de Santo Tomás y del Rosario», escribirá en 1879 la encíclica Aeterni Patris, «sobre la restauración de la filosofía cristiana conforme a la doctrina de Santo Tomás de Aquino», donde el Papa insiste machaconamente en la necesidad de enseñar la doctrina del santo, pues «la misma sociedad civil y la doméstica, que se halla en el grave peligro que todos sabemos, a causa de la peste dominante de las perversas opiniones, viviría ciertamente más tranquila y más segura, si en las Academias y en las escuelas se enseñase doctrina más sana y más conforme con el magisterio de la enseñanza de la Iglesia, tal como la contienen los volúmenes de Tomás de Aquino».

Ante la insistencia de numerosos prelados y fieles, el 4 de agosto de 1880, León XIII declarará a Santo Tomás «Patrón de todas las escuelas católicas», además de ordenar una edición crítica de todas sus obras (y por eso se llama edición leonina). León XIII, a su vez, dedicará estas vigorosas palabras a nuestro santo: «El nombre de Santo Tomás es algo sagrado, y deben avergonzarse los que no quieren seguir como jefe y maestro a aquel que fue aprobado por el mismo Jesucristo». Esa aprobación del mismo Jesucristo tiene su fundamento en la experiencia mística que tuvo el santo, cuando el crucifijo le habló, asegurándole que había escrito bien sobre Él. «Si otros autores, aunque graves y respetables, discuerdan del común maestro de todos, Santo Tomás, ya saben todos por donde deben ir: por el camino señalado por el Angélico», insiste el Papa.

San Pío X, por su parte, en su motu proprio Doctoris Angelici de 1914, ordenará que la filosofía escolástica sea el fundamento de los estudios eclesiásticos, y aclara: «entendiendo por tal filosofía principalmente la de Santo Tomás», a la vez que señala que «los principios básicos de la filosofía de Santo Tomás no deben ser considerados como meramente opinables o discutibles, sino como fundamentos de lo humano y de lo divino».

En 1917, Santo Tomás será incluido en el Código de Derecho Canónico en los siguientes términos: «los profesores han de exponer la filosofía racional y la teología e informar a los alumnos en estas disciplinas, atendiéndose por completo al método, al sistema y a los principios del Angélico Doctor y siguiéndolos con toda fidelidad».

Por último, valga decir que en los 16 documentos del Concilio Vaticano II, Santo Tomás es mencionado explícitamente hasta en 25 ocasiones y su magisterio es recomendado un par de veces (Optatam Totius, n.16 y Gravissimum educationis, n.10).

Hasta aquí este breve repaso de la autoridad doctrinal de Santo Tomás. Lo cierto es que se han tenido que dejar de lado cientos de declaraciones de distintos Papas, obispos, sacerdotes, teólogos o filósofos. Por desgracia, la inmensa mayoría de las facultades de teología, seminarios o universidades católicas no acatan lo más mínimo las exigencias de los Papas y Concilios. En cualquier caso, sirvan estas líneas para recordar la importancia de la doctrina de Santo Tomás, tanto en el ámbito académico de aquellos que se estén formando en filosofía, como en el caso de los estudiantes de teología.  

Javier C. Díaz Perfecto, Navarra