En el día de ayer, celebración de la Asunción de la Virgen María, también se celebró en la República Dominicana el centenario de la Coronación canónica de la Virgen de la Altagracia, efectuado un 15 de agosto de 1922 en la ciudad de Santo Domingo, durante el pontificado de Pío XI, y en una segunda ocasión, un 25 de enero de 1979, por Juan Pablo II.
La celebración de este acontecimiento reviste una importancia capital para el pueblo católico dominicano, que, además de fiel y devoto a su Reina y Protectora, constituye uno de los más preclaros ejemplos de la defensa de su fe e identidad a lo largo de su tumultuosa y aguerrida historia. Los orígenes de la advocación mariana en nuestra isla se remontan a los inicios de la Conquista y Evangelización del Nuevo Mundo, es decir el siglo XVI, más concretamente en el año 1506, cuando los hermanos Alonso y Antonio Trejo, provenientes de Plasencia, en Extremadura, traen la imagen a la villa de Salva León de Higüey. Es en esta ciudad en donde se conserva hoy en día la imagen original de Nuestra Señora de la Altagracia, y a la que cada año asisten miles de fieles y peregrinos a rendirle devoción los 21 de enero.
Su celebración cada 21 de enero tiene su origen en la victoria militar que tuvieron las tropas novohispanas y dominico-hispanas en contra de los ejércitos franceses en la Sabana Real de la Limonade, durante el período en que los bucaneros y filibusteros hugonotes comenzaron a usurpar la parte occidental de la isla por el lado norte. En dicha batalla, muchos de los soldados que componían las filas hispanas provenían de la villa de Higüey, y estos imploraron la intercesión y protección de la Virgen para obtener la victoria y regresar a casa.
El 15 de agosto de 1922 también reviste una importancia histórica y religiosa en nuestro país. Para esas fechas, el país se encontraba bajo la intervención del gobierno militar norteamericano, que ya tenía 6 años de ocupación, al mismo tiempo que sufría un gran rechazo por parte de la población dominicana y de gran parte de las autoridades civiles y eclesiásticas. En ese espacio de tiempo, el arzobispo de Santo Domingo, Monseñor Alejandro Adolfo Nouel, solicita a S.S. Benedicto XV que realizará la Coronación Canónica de la Virgen de la Altagracia. Sin embargo, Benedicto XV no viviría para ver la coronación canónica, y quien le sucedería en el papado, S.S. Pío XI, enviará como Legado Papal a Monseñor Sebastián Leyte de Vasconcellos. Un mes después de la coronación, un 23 de septiembre, los norteamericanos abandonarían el país con la firma del tratado Hughes-Peynado. Es importante recalcar que, para esta coronación canónica, Monseñor Nouel compuso una oración dedicada a Nuestra Señora de la Altagracia, en la cual la declara como «Reina y Soberana» de los dominicanos, en contraposición a los estadounidenses que pretendían erigirse en dueños y soberanos de todos los dominicanos, así como de los principios liberales de la soberanía nacional.
Julio Alberto Franjul Mejía, Santo Domingo, República Dominicana.