Querido hermano en Cristo:
Qué maravilla la Misa «de siempre», ¿verdad? ¡Qué sensación estar rodeado de tantos católicos tradicionales, de tantos «curas de siempre», de un tal fervor por el Reinado de Nuestro Señor Jesucristo!; tal, que hasta habéis tenido todo un monseñor para celebrar la Misa de clausura con solemnidad pontifical. Tal, que hasta el arzobispado de Oviedo ha hecho un vídeo y os ha prestado instalaciones… ¿Será que el arzobispo Sanz Montes también comenzará a celebrar la Misa tridentina…? «Bueno, eso no nos importa».
No, si ya lo sé. A ti lo que te gusta es una Misa que te ayude a estar «cerca de Dios». Hace un par de semanas estuviste en un concierto de Hakuna y el mes pasado asististe al musical cotidiano de Iesu Communio. Y, lo mismo: ¡qué fervor! ¡Cuánto amor al Señor y del Señor! Te gusta la Misa de siempre porque, en ella, todo el mundo parece estar tomándose en serio lo que hace. Pero también te acuerdas de una Misa del obispo de cierta capital de provincia de hace unos años, que no era en latín ni nada, pero revestía una tal solemnidad y tenía una coral tan magnífica (que cantaba cancioncillas de Kiko Argüello, pero no pasa nada) que te provocó las mismas sensaciones que la Misa tradicionalista [ojalá poder decir que me invento la expresión] de Covadonga. El caso es que la «experiencia de fe» eleve el alma hacia Dios.
Sí, porque las Misas, los «eventos litúrgicos» (de los cuales, la Misa parece ser tan sólo uno más) son, como dijo el Concilio Vaticano II (¿o era Lutero…?), un regalo de Dios al hombre y no al revés. Para lo que sirven es para excitar la fe y el fervor de los feligreses. En segundo lugar, tal vez, es posible, habría que hablar de todo ese rollo del sacrificio y de la representación de la Cruz de Nuestro Señor y tal… Pero eso se lo dejamos a los teólogos.
A ti, joven católico que has «descubierto» la Misa tradicional eso no te importa demasiado. Te has dado cuenta, tú y muchos otros, de que la Misa del Concilio de Trento atrae a mucha gente a la Iglesia y con eso te has quedado: con una especie de fascinación estético-folklórica, alimentada (¡cómo no!) por una peregrinación en la que se han sucedido sin solución de continuidad, una Misa solemne tras otra. Maravilloso, pero la inmensa mayoría de las Misas de siempre no son solemnes: no hay tantos diáconos y subdiáconos. Es más, ni siquiera son mayoritariamente cantadas. La Misa de siempre que te encontrarás con más frecuencia es, en público, la simple Misa rezada, con un acólito en el mejor de los casos. Pero, estadísticamente, en el seno de las congregaciones «de Tradición», la mayoría de las Misas son sin feligreses, sin acólito y, te aseguro que, los sacerdotes que las celebran saben perfectamente que eso de «excitar la fe de los fieles» es una idea bastante risible cuando uno se encuentra solo delante del altar del Señor, dispuesto a ofrecerle a Su propio Hijo en sacrificio… A lo mejor, porque la Misa es, ante todo, algo distinto que un «servicio» que se presta «cara al público».
Pero tú, hermano en Cristo, sólo estás interesado en la teatralidad de la Tradición. Que la tiene, dónde va a parar: la codificación de la Santa Misa procede, mayoritariamente, del Concilio de Trento, que es a la vez cabeza y corazón del Barroco. Se trataba, entonces (y, no lo olvidemos, también ahora), de reivindicar el aspecto sacrificial de la Sagrada Eucaristía y, en particular, la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo, frente a las sacrílegas negaciones de los protestantes. Que San Pío V haya conseguido, con su Misal, enardecer la fe de unos cuantos jóvenes católicos del siglo XXI es maravilloso, pero es un efecto secundario: te parecerá una locura, pero la gente que se puso a trabajar en la codificación de la Santa Misa en los años de 1560 tenía la peculiar idea de que la gente que va a Misa ya tenía la fe. Vamos, que no concebían la Misa (ni ninguno de los Sacramentos ni oficios litúrgicos), como una especie de presentación en sociedad, espectáculo o evento de captación de nuevos feligreses.
Evidentemente, cuando dejamos de pensar la Fe como una virtud que tiene su asiento en la inteligencia (aunque ésta precise de la voluntad para llevar a cabo el acto de fe) y nos hacemos cábalas místico-sensibleras acerca de la Fe como un «encuentro personal con el Señor» que acaba degenerando en el más burdo voluntarismo espiritual, la Misa, sea cual sea, deja de ser el acto central del culto de la Iglesia, al que acudimos por su maternal mandato, a rezar con ella implorando la misericordia del Señor, para convertirse en el «suplemento vitamínico» de nuestra tibieza espiritual: «tome una dosis de Misa de 300gr (la Misa nueva) cada dos días o una dosis de Misa de 650gr (la de siempre) una vez a la semana».
Con una arrogancia que sólo puede disculpar la corta edad, tomas posición desde el pedestal del que acaba de descubrir un mundo nuevo, contra todos los que te han traído a ti hasta aquí y, hasta hoy, todos esos preciados tesoros de liturgia: «He aquí que hacemos nuevas todas las cosas: tenemos la Misa de siempre, pilar y baluarte de la Tradición secular de la Iglesia, pero nos hemos deshecho de todas las rémoras doctrinales, teológicas, eclesiológicas y pastorales que tenía adheridas; toda una serie de excrecencias que empañan la BELLEZA abstracta y absuelta del rito», como si el rito hubiera caído del cielo (o hubiera salido de la pluma de Benedicto XVI) anteayer. Poco importa de dónde venga la Misa en cuestión y, realmente, tampoco importa demasiado adónde vaya. «Si, total, una Misa Novus Ordo bien celebrada, de acuerdo con las rúbricas, es exactamente igual de buena».
Vuestro «combate» (por llamarlo de algún modo), tiene una cierta nobleza de quijote en retirada: es cierto que conseguiréis tener un montón de Misas de siempre en un montón de capillas laterales, pero no sé qué aporta al bien común relegar, una vez más, el tradicionalismo a las sacristías. Aunque las sacristías se pongan nombre de contrarrevolucionarios franceses… [¿Habría sido mucho pedir una Sacristía de Estella, por ejemplo?]. Por supuesto, harás todo lo posible para que no te cuelguen ningún sambenito: nada de tradicionalistas, aquí todos somos católicos «a los que les gusta la Misa de siempre»; de tarde en tarde, para «cargar las pilas espirituales». Está bien que exista, pero tampoco nos vamos a jugar el respeto del episcopado español por un quítame allá una capa pluvial…
He aquí que, desligados de todos los que han combatido por la Misa de siempre durante los peores tiempos de la persecución post Vaticano II, vosotros hacéis nuevas todas las cosas: habéis convertido el templo de la Iglesia de Trento en un supermercado litúrgico en el que se consumen productos de calidad, pero sobre todo, sobre todo, sin denominación de origen.
Más valen catacumbas y combate de la fe que zoológicos litúrgicos, pero allá cada cual… (CONTINUARÁ)
Con mis oraciones,
Justo Herrera de Novella