Cartas a un peregrino (III): Lefebvre vive…

Arzobispo Marcel Lefebvre. Foto FSSPX/HSSPX

Querido feligrés de la Misa de siempre:

Tú no consumes Misa tradicional como un artículo de lujo. Tú estás realmente comprometido con la causa de la Tradición católica y tú sabes mejor que nadie hasta dónde se pueden criticar los desmanes del papa Francisco (porque, evidentemente, hay mucho que criticar) y dónde se encuentra la línea que separa a los católicos tradicionales como tú, de esa gente despreciable que «no está en plena comunión con Roma», los tradicionalistas.

Los tradicionalistas (tradifachas o tradilocos, como os gusta llamarnos), tenemos una malísima noticia que daros: existís porque existimos. En román paladino: la antigua comisión Ecclesia Dei y sus hijas sólo tienen derechos de ciudadanía en la Iglesia 2.0 porque Roma sigue estando muy preocupada con el «cisma de Monseñor Lefebvre». ¿No me crees? ¿Creerás, desventurado, al propio Papa?

Cuando Francisco publica su demoledor motu proprio Traditionis custodes el 16 de julio de 2021, lo hace acompañándolo de una carta dirigida a todos los obispos, en la que se expresa nítida y cristalinamente acerca de los motivos profundos (y, si me lo permites, nada teológicos, más o menos pastorales y, ante todo, espuriamente políticos) de la política de apaciguamiento —y de confinamiento en reservas litúrgicas— de los tradicionalistas: «La facultad [de utilizar el Misal Romano promulgado por san Pío V, editado por san Juan XXIII en 1962,] concedida por un indulto de la Congregación para el Culto Divino en 1984 y confirmada por San Juan Pablo II en el Motu proprio Ecclesia Dei de 1988, estaba motivada sobre todo por el deseo de favorecer la recomposición del cisma con el movimiento guiado por Mons. Lefebvre» [el subrayado es nuestro].

No sé si estás muy impuesto en Historia de la Iglesia, pero quizá deberías, ya que reivindicas una identidad como católico que se remonta, en cuanto a sus expresiones estrictamente jurídicas, al menos a 1570… No te pido que retrocedas tanto en el tiempo: bastan cuatro siglos más tarde, cuando el entonces papa Pablo VI publica el Novus Ordo del rito romano y en el curso de los años siguientes, lamina más o menos por completo todos los movimientos de oposición a esa «Misa ecuménica» que surgieron acá y allá. No es menor el de los sacerdotes españoles (unos 5.000) que acabarían fundando la Hermandad Sacerdotal Española… Y sometiéndose a los dictados de Mons. Bugnini, en última instancia.

Que yo sepa, corrígeme si me equivoco, dos focos de resistencia a la nueva Misa prosperaron, cada uno a su manera: por una parte, la revuelta «intelectual» de los católicos ingleses, que contó con un inesperado apoyo de primeras figuras de la cultura británica de muy diversas (y de ninguna) confesiones y que, en una dura misiva al papa Pablo VI, cuestionaban su «derecho» a abolir el inmemorial rito de la Iglesia católica. Entre las muchas y muy célebres firmas, la de la afamada novelista anglicana Agatha Christie, que acabó dando su nombre a todo el asunto: el indulto Agatha Christie fue aceptado por el Papa para los sacerdotes católicos ingleses que deseasen seguir celebrando la Misa de siempre. El otro foco, es el foco «malo»; el único verdadero éxito en la defensa de la Misa de siempre porque, precisamente, no se contentó con conservar como una reliquia de tiempos prehistóricos una determinada liturgia, sino que planteó una enmienda a la totalidad al nuevo caldo de cultivo teológico, eclesiológico y pastoral, surgido de las postrimerías del Concilio, en el que pudo gestarse la nueva Misa: el «cisma» de Monseñor Lefebvre.

Qué bien que Lefebvre derrapase y se pusiera a consagrar obispos a diestro y siniestro, ¿no? Gracias a su huida hacia delante, en 1988 nacía la Fraternidad Sacerdotal San Pedro y a Juan Pablo II le faltaba tiempo para reconocer a los cismáticos de entre los cismáticos el derecho a «volver» (como si alguna vez se hubiesen ido) al seno de la Santa Madre Iglesia, con un flamante indulto general para la Misa de siempre en el seno de sus congregaciones: siguieron Le Barroux, los canónigos agustinos de Lagrasse, el Instituto de Cristo Rey, el del Buen Pastor…

Vuestra candidez ¿era tal o era una impostura? Cuando Traditionis custodes os atribuye (con cierta falta de justicia, hay que reconocerlo) el fracaso en la extinción del «cisma» lefebvrista, ¿de verdad pensabais que al acogeros al paraguas canónico de la comisión Ecclesia Dei habíais roto todos los puentes con el siniestro archipámpano de Ecône y sus esbirros? La sombra de Lefebvre es alargada…

Misa en el seminario de La Reja, FSSPX/HSSPX

Está muy, pero que muy bien que Nuestro Señor haya querido pagar el mismo denario de sueldo a los obreros de la primera y a los de la última hora. Eso habla maravillas de la inagotable generosidad del Señor. Pero no olvidemos que hay quienes han aguantado los rigores del sol durante toda la jornada: hay quienes han luchado por la Misa de siempre cuando nadie luchaba por la Misa de siempre; hay quienes han aceptado ser excomulgados, por defender el derecho de que vosotros disfrutáis con tanta tranquilidad de conciencia como desprecio displicente hacia los pioneros. Hay quien ha aceptado ser anatema por sus hermanos para que vosotros tengáis hoy la Misa de siempre. ¿Tronos a las consecuencias y cadalsos a las causas? Sería ocioso embarcarse en digresiones ucrónicas sobre qué habría sucedido si Lefebvre no hubiera «perdido la cabeza» y fundado la Fraternidad San Pío X, pero creo que hay muchas, muchas posibilidades de que hoy no tuviésemos Misas tradicionales en absoluto. Lo que es indudablemente cierto es que, sin la FSSPX, no habría ni sanpedros ni buenpastores porque, ¡ironías de la vida!, los fundadores de ambas fueron ordenados por el malvado ogro de Flandes…

A lo mejor a ti te pasa también eso de que la Misa de siempre te gusta y ya está, sin pretender hacer de ella causa ninguna; te beneficias de lo que otros consiguieron pero, como no quieres pagar el precio que ellos pagaron (y que siguen pagando), a saber: tener que celebrar en garajes, en graneros, en pisos, ser despreciados y perseguidos por la autoridad y relegados a la misma categoría de «cristianos en la periferia de la Iglesia» (como las obispas lesbianas de Suecia y los verdaderos cismáticos de Oriente), te dices, muy francesamente: avant moi, le Déluge! [«¡antes de mí, el Diluvio!»]. No te importa cómo hayas llegado hasta la cumbre, ni cómo hayan llegado el Misal de San Pío V y las dalmáticas: tú eres el que hace las cosas bien, en comunión con la Roma de la Pachamama y con la Roma de Trento. Y, además, sin intermediarios.

Quizás es más simple y es un fenómeno sociológico tan viejo como el mundo: los hijos de los parias también reniegan de sus orígenes cuando consiguen ser aceptados por la sociedad. Sólo que, en esta sociedad que es la Iglesia, está prohibido renegar de los propios padres, aunque sean unos parias… Un buen ejemplo lo dio San Vicente de Paúl, cuando recibió a su pobre e ignorante hermano labriego ante el pleno de su Congregación.

Lefebvre no vive, pero su lucha sigue… Y a nadie le interesa más que esa lucha siga que a los que recogen las nueces del árbol que agita la FSSPX.  (Continuará)

Con mis oraciones,

Justo Herrera de Novella.