Cartas a un peregrino (I): Eslabones perdidos

Santuario de Covadonga. Commons.

Querido compatriota:

Sólo puedo imaginar la emoción de acercarse al Santuario de Nuestra Señora de Covadonga, a ese reducto impresionante de la Fe y del Valor que Concha Espina no vaciló en llamar «Altar Mayor de la Patria Española», caminando rodeado de flameantes banderas: rojigualdas y con el blasón de las Españas, las unas; rojigualdas pero con el Sacratísimo Corazón de Jesús, las otras; algunas, en fin, blancas y rojas, con una llamativa aspa escarlata, que dicen que es la Cruz de San Andrés o de Borgoña y que quizás algunos de tus compañeros de marcha no sepan qué hace ahí.

Porque uno no puede evitar preguntarse qué hace ahí una Cruz de Borgoña, una bandera «extranjera», anticuada y «pre-constitucional». Sobre todo, cuando la Cruz de Borgoña aparece, codo con codo, con una bandera oficial de España en perfecta conformidad con la Constitución de 1978. Uno no puede evitar preguntarse qué hacen tantas cosas tan dispares mezcladas sin ton ni son y caminando, supuestamente en armonía, hacia una meta común. Quizás es que los participantes no se lo han pensado mucho: han visto una colección variopinta de gente que defiende causas más o menos simpáticas y se han sumado a la comitiva: «La bandera es española y parece católica, ¡allá vamos!». Sí, pero…

Las banderas no valen para nada, en cuanto tales. Las banderas son pedazos de tela de colorines, diseñados con más o menos gusto. Son de tela, pero normalmente no son de una tela muy buena y no son aptas para abrigarse. Las banderas no son prendas de vestir, así que supongo que te sorprenderá tanto como a mí el fenómeno del «poncho patriótico», esa gente, sobre todo jóvenes, que lucen una enseña a modo de capa; un chambergo entre el romanticismo desembridado y el fascismo un poco ya fuera de lugar.

Porque las banderas no son atavíos: son símbolos. Lo que interesa no es llevarlas, es saber lo que significan, convencerse de la causa a la que representan y, si es preciso, estar dispuesto a verter la propia sangre por ella.

Pero, claro… Tú mismo me dices que había muchas banderas distintas:

¿Llevabas tú la bandera «constitucional», con sus proporciones medidas al milímetro de acuerdo con la Ley de Banderas y las perfectas coordenadas de color, con el escudo bien a la izquierda, luciendo las armas de Castilla, León, Aragón, Navarra, Granada, las Columnas de Hércules y, en el centro, el blasón de la Casa de Borbón? Quizás, entonces, tú eres de los de «España una y no cincuenta y una»; quizás seas un demócrata. Un católico, pero un demócrata, de los que vota responsablemente al PP, a pesar de que Casado y Rajoy hayan sido blandos con los catalanes; o un patriota español, que vota a Abascal, porque Abascal los tiene bien puestos. Quizás, entonces, seas un liberal, aunque jamás se te hubiese pasado por la cabeza colgarte esa etiqueta, que «liberales son los de Ciudadanos». En ese caso, no me extraña que lleves la bandera de poncho; ni que lleves ésa bandera: España, para ti, es un sentimiento. Una ficción jurídica que se puede rellenar con conceptos vagos (y perfectamente ajenos a la Tradición española) como democracia, Estado de Derecho y libertad religiosa. Claro, claro. Todo eso puede que esté bien. Pero no nos interesa.

¿Qué dices? ¿Qué era una bandera con el Sagrado Corazón? ¿Qué Cristo Rey reinó en España? Uy, uy, uy… Vamos, que tú habrías preferido llevar una bandera con el águila de San Juan, pero, claro, qué diría la gente. Pues mira, está muy bien y es muy bonita y tal, pero el empleo indiscriminado de simbología del reinado de los Reyes Católicos para darle una pátina de Tradición a un Estado que primero fue burdamente fascista para acabar siendo corporativista e industrial, tampoco es «doctrina tradicional». Aquí somos carlistas de los de Fal Conde y el cardenal Segura, es decir, de los de bajo palio, el Rey de Reyes y, acaso, el Rey de España. Y gracias. No me voy a embarcar, sin necesidad, en la aburrida tarea de explicar por qué, cómo y hasta qué punto somos antifranquistas los carlistas. A lo mejor tú no lo sabes, pero los carlistas sí y sabemos, además, cuán funestas fueron las consecuencias de acercarnos demasiado al «Movimiento Nacional». No, eso tampoco nos interesa.

¿No acierto aún? ¿Qué llevabas una Cruz de Borgoña? Pero, ¿Qué sabes de la Cruz de Borgoña? «Es la bandera de los Tercios, de la gloriosa España Imperial… ¡ Oponiendo picas a caballos, enfrentando arcabuces a piqueros, con el alma unida por el mismo clero, que la sangre corra protegiendo el Reino…!». Vale, vale, ya veo que conoces perfectamente los himnos de ficción de los Tercios de ficción, pero, ¿por qué la Cruz de Borgoña? «La adoptó Carlos V, por ser la enseña de los Duques de Borgoña y fue la bandera de las tropas de tierra, pendón naval e insignia de todas las posesiones virreinales». Vale, pero sabes que estamos en 2022, que los reinos españoles de ultramar consumaron su secesión hace 200 años y que España no tiene territorios allende los mares desde 1898, ¿verdad? ¿Qué pasó mientras tanto con la Cruz de Borgoña? «Pues Franco…». Ah, no, no empieces, no me seas socialista: hay (mucha) Historia de España antes de Franco. Y, si Dios quiere que nos libremos del régimen del 78, quizás la haya incluso después. ¿Qué…? Blanco total, ¿verdad?

Claro, es que os faltan eslabones. Vuestra «cadena de transmisión de la Tradición» tiene muchos agujeros, y no sólo doctrinales. El carlismo os evoca fantasmagorías de nostálgicos de los Tercios que hablaban en vascuence y que estaban liderados por siniestros curas con sotana (que son de diez a quince veces más siniestros que los curas con clergyman). ¿Queréis Cruz de Borgoña? Pues sabed que, si ha llegado a nuestros días como símbolo de la España del Trono y el Altar, no es gracias a la plétora de constituciones fallidas del s. XIX; ni a «Alfonso XIII», el piísimo consagrador de España al Sagrado Corazón; ni al Caudillo. ¿O es que vais a dar la batalla por la Tradición con la bandera de Carlos VII y las ideas de «Juan Carlos I»? Pues buena suerte…

No te diré, querido compatriota, que sueltes nuestra Cruz de Borgoña porque, como ya he dicho, lo que más importa no es la bandera, sino lo que representa. Pero entiende que, ni yo vaya a militar bajo esa bandera tinta, no en sangre de mártires y fieles difuntos, sino de caídos y soldados de la libertad, ni considere que tu Cruz y la mía tengan nada que ver. A lo mejor tenemos que ir a Covadonga por separado: para que nadie me tome por liberal romántico y para que nadie te tome por soldado de la Tradición.

De nada sirve el fervor por una causa sin la verdad que la sustenta; de nada sirven banderas sin doctrina. Y no se restaura el edificio de la Tradición desechando por ajados los pilares de antaño.

Cuando la Cristiandad murió (la mataron poquito a poco y la remataron en 1648), heredó su causa la Monarquía Católica (sí, la de la Cruz de Borgoña). ¿Para cuándo Nuestra Señora de la Hispanidad? (CONTINUARÁ)

Con mis oraciones,

Justo Herrera de Novella