Cartas a un peregrino (y IV): Rey a quien reyes adoran

Sagrado Corazón de Jesús. Santuario de la Gran Promesa, Valladolid

Querido correligionario:

Tú que has asistido a la peregrinación de Nuestra Señora de la Cristiandad. Sé que no te das por aludido, ni como confusionario de banderas, ni como consumidor de artículos litúrgicos, ni como combatiente de la Tradición a medio vapor. Por eso me sorprende todavía más.

Tú sabes lo que es llevar una bandera y no sólo llevarla, sino militar bajo ella. Y por «militar», entiendo «comprender y compartir lo que esa bandera significa y por qué es justo, noble y virtuoso defenderla».

Tú sabes lo que es la Tradición de la Iglesia y que la Misa de siempre es sólo la expresión visible de una doctrina multisecular.

Tú sabes quién se ha batido, con riesgo de honra, alma y vida, por esa Misa y esa Tradición y quién sólo se viste los trapitos de tradicionalista, sin mérito ni fundamento.

Tú sabes, en fin, distinguir al tradicionalista del que no lo es; al liberal del contrarrevolucionario; al patriota de boquilla del caballero español. ¿Cómo, entonces, te veo en tan extrañas compañías?

A lo mejor me dirás que, por una vez, más allá de pequeñas diferencias de rito y de doctrina, toda una legión de tradicionalistas rezaba por España a los pies de la Santísima Virgen de Covadonga. Que eran verdaderamente legión. Que los carlistas hace décadas que no tenemos una tal capacidad de convocatoria; qué decir, ya, de los tradilocos lefebvristas en España…

¿Acaso ahora prestamos más atención a los números que a las ideas? ¿A la cantidad que a la calidad? Porque, si estamos dispuestos a ser un pelín laxistas en materia religiosa para atraer a una mayor cantidad de gente, reconozcamos que una «macedonia de Misas de siempre» que atrae a 1.000 fieles, no es nada (¡nada!), comparado con una «macedonia episcopal» a los pies del Apóstol Santiago que, estos mismos días, ha atraído a la capital gallega a cerca de 12.000 peregrinos. Todos menores de 35 años, además. Así que… ¿Dónde ponemos el límite a nuestra bajada de expectativas? ¿Se trata de buscar un equilibrio inalcanzable entre asistencia posible y grado de Tradición deseable? Un cálculo condenado al fracaso, a mi parecer…

Pero, además, que es lo que más me preocupa, ¿de cuándo acá nos permitimos rebajar nuestras exigencias? O, mejor, ¿de cuándo acá las rebajamos en unas cosas y no en otras?

No recuerdo la última vez –y, ya que estamos, tampoco la primera vez– que la Comunión Tradicionalista de D. Sixto Enrique de Borbón participó en un acto conjunto con la «Comunión Tradicionalista Carlista» (de rey a determinar…). «No nos mezclamos con los cetáceos en nuestra actividad política». Lógico. Menos aún nos deberíamos mezclar con los falangistas, con los de Familia y Vida y con los de VOX. En esto parece que estamos todos de acuerdo. No se admiten componendas ni compromisos en el servicio del Rey.

Se me caen, naturalmente, los palos del sombrajo, cuando veo que tan laudable y tan santa intransigencia con la Causa del Rey terrenal, desaparece como por arte de magia cuando se trata de la Causa del Rey de Reyes.

Sabemos, y lo sabemos por la triste experiencia del 36, que la Causa tiene pocos combatientes pero que, no por ello, debemos echarnos en los brazos de cualquiera que se nos parezca, que defienda cosas semejantes a las que nosotros defendemos, que sea accidentalista en materia de forma de gobierno, porque sabemos que la Causa se encarna en el Rey y que, sin Rey, no hay Causa. Sería un sinsentido.

Sabemos, por tanto, que eso del mal menor no es para nosotros. Lo sabemos con ejemplos difíciles, como cuando a nuestros correligionarios les condenaron prácticamente a la muerte civil, los mismos que unos años antes los saludaban como héroes, por no querer alistarse en la División Azul. Porque hay que acabar con la hidra comunista, sí; pero así no. Sabemos que, por muy católicos que parezcan, los hijos de la Constitución de 1978 (aunque lleven alabardas y morriones y se vistan con banderas de España), no son aliados fiables y no cooperan a la restauración de la Ciudad Católica. En el mejor de los casos, son socios inconscientes de nuestros enemigos. En el peor, son ellos mismos nuestros más encarnizados enemigos, tanto más peligrosos cuanto que se presentan como «amigos de la Tradición».

Sabemos que los que se dicen carlistas pero son «accidentalistas» en materia de Rey aún tienen muchas cosas en las que reflexionar, para empezar, en su propia condición de carlistas. Desde luego, son muchas más las sinergias que las disensiones, pero parecen estar caminando con gran determinación hacia ningún sitio en particular.

No. No hacemos causa común en política con quienes no luchan por la Causa. ¿Por qué, pues, no dudas en hacerla con aquellos que, o no luchan bien o, directamente, no luchan en absoluto en el combate por la Tradición de la Iglesia?

Si me dijeras (aunque no te creería), que todos los peregrinos eran valientes correligionarios, fieles súbditos de D. Sixto Enrique de Borbón, quizá podríamos discutir cómo es posible ser leal a quien nunca ha vacilado en su apoyo a la Tradición y a Mons. Lefebvre y, al mismo tiempo, asistir a Misa nueva o a Misas indultadas. Y sería una cuestión interesante. Pero es que ni siquiera ése es el caso: demócratas, franquistas, «carlistas» sin rey y carlistas con, se dieron cita en las escarpaduras de Covadonga; fieles de Misa nueva con asistencia esporádica a Misa de siempre, fieles Ecclesia Dei, lefebvristas impenitentes. Una mezcla curiosa. ¿El nexo común? «Nuestro amor a la Misa de siempre». Ya, pero, ¿como reliquia, como curiosidad, como patrimonio de la Iglesia o como la única expresión legítima de la lex orandi de la Iglesia Católica? Porque va un mundo de una a otra. La Misa de siempre no es una bandera que vestirse como poncho, ni un pasatiempo litúrgico más, ni una preciosa liturgia antigua que hemos conservado sin sobresaltos desde 1969…

¿Me dirás, con honestidad, que os une a todos el amor a la misma Misa? ¡Si ni siquiera seríais capaces de poneros de acuerdo sobre por qué conviene conservarla!

Y tú, querido correligionario, súbdito leal de D. Sixto Enrique de Borbón, quien sólo adora a Cristo Nuestro Señor como la Iglesia lo ha hecho siempre, ¿serás más exigente en la elección de tus compañeros de armas, cuando se trate de servir  al Rey, que cuando se trate del Rey a quien Reyes adoran?

Con mis oraciones,

Justo Herrera de Novella