No sé quién me da más miedo: Vox o el episcopado español. Pero empecemos con Vox: es evidente que los católicos, a fortiori, los carlistas, no podemos votar a Vox. Esto parece de Perogrullo, pero hay mucha gente muy confundida.
En los últimos años –vale decir en las «últimas campañas electorales» que últimamente votamos en España más que en Suiza– se ha venido repitiendo entre un servidor y muchos de sus parientes y conocidos (católicos y «de derechas» en su mayoría) una escena con tintes del Hollywood dorado:
«- Gildo, ¿vas a votar?
- Entiendo que no quieras votar al PP… Pero, al menos, vota a Vox.
[Aquí suspiro, mirada al cielo, gesto airado de asco…]
- Abascal no te cae bien, ¿verdad?»
Hoy no discutiremos la condición católica del PP; como partido que apoya el infanticidio, el homosexualismo con sanción legal, el covidianismo desatado y a Angela Merkel, su catolicidad está fuera de duda. No. Hoy hablamos de Vox y de Abascal que merecerían, al menos, el desdén y el desprecio a que finalmente se hace acreedora la epónima antagonista de Eva al desnudo.
Mediada ya la película, pareja pregunta a la que a mí me formulan sobre Abascal, le dirige la excéntrica aunque genial actriz Margo Channing a su confidente y gran asistente Birdie, quien comienza a sospechar de la no–tan –candorosa Eve Harrington, mosquita muerta de manual («Guárdate del agua mansa» que dijo nuestro inmortal Calderón de la Barca) con su incansable revoloteo, servicial hasta el extremo y rendida adoratriz de Margo.
« – Eva no te cae bien, ¿verdad?»
La respuesta de Birdie es impecable:
«- ¿Quieres una respuesta o una discusión?»
Es obvio que ni a Birdie le gusta Eva ni a mí me gusta Abascal. Pero Eva, pérfida, manipuladora e insaciable como es, no pone en peligro más que su propia alma y al puñado de incautos –todos ellos con sus cuentas pendientes: vuelvan a ver la película– que se dejan embaucar por ella. Vox, con su españolismo de cartera llena y morrión vacío, con su folklore cristianizante y con su programa económico, entre el anarcocapitalismo e Isabel Díaz Ayuso, pone en peligro muchas más cosas. Y aún se nos insiste, incluso desde nuestras filas, en que son el «mal menor». En cuanto a esto último, les remito al artículo sobre el particular del profesor José Miguel Gambra, Elecciones, mal menor y culpa. Pero es que no estoy de acuerdo en absoluto, con que sean un mal menor.
El PP –o su equivalente «derecha conservadora demócrata-cristiana» para los españoles de Ultramar- , si pretendió alguna vez, cosa que dudo, presentarse como un partido católico, de familia y tradición, hace ya mucho que ni lo intenta. Si el PP sigue siendo oficialmente «de inspiración democristiana» lo hace, seguramente, para no perder su fidelísima legión de beatas de edad provecta que siguen votándole lealmente comicios tras comicios. El PP ya hace mucho que ni siquiera es un partido de unidad nacional centralista: solo hay que ver y oír a Feijoo en Galicia y a la caterva de infiltrados del PNV que presenta el PP últimamente a las elecciones en Vascongadas –hecha alguna excepción–. El PP ya no es sólo –y no parece que le vaya mal– el partido de las cuentas saneadas: las propias, mayormente y, con cierta frecuencia, también las de las Administraciones donde gobiernan. Y, sobre todo, es el partido de los deberes europeos bien hechos; el que no se desvía de la Ley –de Bruselas, no de Moisés. Pero no me tiren de la lengua–, ni a derecha ni a izquierda. Es un partido de orden en el más puro sentido de la expresión. Es el gobierno de los burócratas, de los autómatas y de las logias masónicas e inteligencias artificiales que rigen los destinos de esta pobre humanidad.
Vox es una caja de bombas. Como Bildu solo que en sentido metafórico. Vox es un partido de la nueva derecha lo que, según mi corta experiencia en sectas, parece significar siempre (o casi) «derecha no católica». Aparte de la coincidencia de años natalicios, no sorprendería nada que Vox compartiese con Podemos estrategias políticas: en particular la de la «hegemonía cultural» que tanto interesaba al bueno de Gramsci, es decir, grosso modo: «consigue que discutan de lo que tú quieres, aunque se te opongan, y ya habrás ganado».
En particular, Vox parece haber orientado las mientes de los españoles de orden a dos grandes asuntos: «lo de Cataluña» y «la inmigración». Que son dos asuntos graves, ciertamente, pero ni son, probablemente, los más graves, ni las soluciones que proponen los voceros del morrión parecen tener un obvio encaje en la multisecular doctrina política católica.
Esto es lo que nos vinieron a decir muchos obispos (por ejemplo, el arzobispo de Granada) cuando, desde hace ya algunos años se decidieron a romper el (supuesto) silencio político a que (supuestamente) les obliga su cargo y que (supuestamente) habían mantenido desde la (supuesta) Transición: «Vox no es un partido católico». ¡Hombre, no me fastidie, Eminencia Reverendísima! Callaron con la Constitución de 1978, con el divorcio, con el aborto –con las tres reformas, pero muy cobardemente con la del PP–. Algunos, hasta callaron con ETA y aún están los católicos vascos –los que pueden– esperando una disculpa. Han callado y siguen callando cuando la inmensa mayoría de sus fieles votan al PP, cuando no al PSOE, y sólo alzan la voz para criticar a Vox y, encima, desde posiciones progres y chupacirios.
Ya ven el dilema que se me presenta: por un lado, hay que criticar seriamente a Vox por sus prácticas de pesquero de arrastre en las parroquias españolas: ¡Vox no es un partido católico y no podemos dejar que usurpen la posición de portavoces parlamentarios de los católicos españoles! Por otro lado, criticar a Vox desde instancias católicas parece que deba conducirnos irremediablemente al panfilismo francisquista (que no franciscano), al cristianismo socialdemócrata y demás memeces patrocinadas por la ONU a que se han abonado con tenacidad la mayoría de los prelados de las Españas de acá. O sea que, por cierto, Vox no es católico, pero no por las razones que esgrimen ciertos purpurados de lacayuna actitud hacia el régimen y hacia los principales partidos del régimen del 78.
No está nada bien que las logias voceras se dediquen a convertir en votantes a los asistentes a la peregrinación de Nuestra Señora de la Cristiandad. Y está peor aún la general aquiescencia del episcopado español con el PP y el PSOE. ¿Qué hacer y qué decir…?
«- Gildo, Abascal no te cae bien, ¿verdad?
– ¡Pues si te dijera cómo me cae D. Carlos Osoro…!»
G. García-Vao