
Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles gobernaron el país durante los años 20 y fueron ellos, principalmente el segundo, quienes impulsaron una cruenta persecución contra los católicos; lo que traería como resultado la Guerra Cristera entre 1926 y 1929; heroica epopeya en la que el auténtico pueblo campesino de Méjico defendió con las armas y con la propia vida, su derecho a ser fieles al Dios creador, gritando en sus labios el grito: ¡Viva Cristo Rey!. En el contexto de esta guerra, un católico devoto influido por las teorías acerca del tiranicidio tomó un arma y acribilló a Obregón, dejando a Calles como el caudillo único con el prestigio suficiente para gobernar el país.
Se podría considerar que la última etapa de la Revolución Mejicana fue la del gobierno de Lázaro Cárdenas entre 1934 y 1940; quien también le dio la espalda a su antecesor, mentor e impulsor Calles, hasta lograr su expulsión e inició una política de tintes izquierdistas y populistas como el reparto agrario, la educación socialista o la expropiación petrolera. Además de ello Cárdenas impulsó un control sindical mediante un pseudo-corporativismo en el que a través de una central sindical denominada Confederación de Trabajadores de Méjico. El gobierno tendría el control de las masas obreras, lo cual sería muy útil en las décadas siguientes con los gobiernos posrevolucionarios del Partido Revolucionario Institucional.
Los sucesivos caudillos revolucionarios, procuraron mantener un poder público cuyas instituciones se hallaban ya ampliamente estructuradas para actuar contra el espíritu religioso del pueblo; por lo cual , la Revolución Mejicana no fue otra cosa que un paso más en el proceso que aceleró la consolidación de la descristianización de amplias masas de la población, cuyas consecuencias se observan hoy en día con el enorme indiferentismo religioso visible en la mayor parte de la población.
Austreberto Martínez Villegas, Círculo Tradicionalista Celedonio de Jarauta