«El Círculo de El Madroño»: Literatos tradicionalistas del Santo Reino de Jaén (y III)

Jaén

Aún residiendo en la capital, no olvida su pueblo natal en deuda de gratitud: en 1893 está activo en la «Sociedad Católico-Literaria de los Amigos de los Pobres» de Torredonjimeno, de la que es vicepresidente y en 1899 alienta la formación del «Círculo de Obreros Católicos de Torredonjimeno».

En medio de esta actividad constante, forma un nutrido grupo de amigos (algunos de ellos alumnos suyos en el Colegio de Santo Tomás) a los que ayuda a descubrir su vocación poética y combativa.

Casó con una vecina de Martos (Santo Reino de Jaén). Sin embargo, tras quedar viudo y a cargo de una hija (Pepita, que moriría joven en 1922), contraería segundas nupcias con Doña Socorro Mantilla de los Ríos (de Antequera, Málaga). Tendrá seis hijos: Francisco, Carlos y Juan (asesinados por el Frente Popular en 1936) y tres hijas: Milagros, Rosario y Socorro. Su residencia la termina fijando en la ciudad de Martos, donde suele pasar largas temporadas en su Cortijo El Madroño.

Ya en su ancianidad, y viendo que la residencia en el Santo Reino se convierte en peligrosa (entre los lugares donde la Cruzada fracasa en un inicio y donde se asienta firmemente la autoridad republicana fue en Jaén), huyó a Madrid con su primogénito. Pero serán allí martirizados ambos en la carretera de Vicálvaro (agosto de 1936). En sus bolsillos se encontró lo que fue su vida: un rosario, un crucifijo, una estampa y seis medallas. Sus otros dos hijos varones correrán la misma suerte en Jaén.

Definido por la Enciclopedia Espasa como «poeta de altos vuelos», escribió, entre otras, las composiciones «A la muerte de Jesús», «Pobre madre», «Una limosna por Dios», «Pax et amor», «La paz de París» (oda patriótica), «A Ciodolar» y «Amor divino»; siendo muchas de estas publicadas en la colección Hojas y flores (Madrid, 1922), con gran elogio de la crítica.

Será la expiación y la Cruz, tema recurrente en su poesía. Así, en marzo de 1894 escribe la oda «En la Cruz»:

¡Muerto está el Redentor! Sola en la cumbre

del Gólgota sagrado,

se levanta la Cruz. La muchedumbre

corre, espantada de su horrendo crimen,

y junto al árbol gimen

el discípulo amado

y la Madre de Dios, toda transida,

pues ve cadáver a la misma vida.

O en este otro de 1916:

¡AMOR!

 Palabra es esta mágica,

Cuyo mejor sentido

Grabado en lo recóndito

De todo ser está.

Toda su esencia célica

Percibe, exhala y tiene,

Pues como inmensa atmósfera,

Su aliento a todo va.

Mirad, mirad del Gólgota

La santa eterna llama,

Que, eternamente fúlgida,

Da al mundo su claror.

Es la Cruz, donde, lívido,

Cristo -la Vida- yace,

Y donde, al par, espléndido,

Brillando está el Amor.

​También se le deben algunas traducciones en verso de Horacio, en las que se ocuparon Juan Valera y Marcelino Menéndez Pelayo. En prosa publicó además numerosos prólogos, trabajos de crítica literaria y el libro «Recuerdos de Roma», donde recoge sus experiencias con motivo de la peregrinación obrera a Roma del año 1894:

«Yo he leído las actas de los mártires y de mis ojos han brotado lágrimas, como expresión genuina de una mezcla indefinible de veneración y de asombro … Mi amor, pues, a Roma es la síntesis, compleja pero espontánea, de tres ideas; el resultado natural de tres alicientes: el Papa, el arte, los héroes… Los mártires, más que nunca, debían ser imitados: para imitarlos bien, nada mejor que visitar sus sepulcros, orar ante sus huesos, besar la tierra que dejaron regada con su sangre».

Roberto Gómez Bastida, Círculo Tradicionalista de Baeza