No es casualidad que la fiesta de Cristo Rey cierre el mes del Rosario; o que la fiesta del Rosario caiga en el mes preparatorio para Cristo Rey. Porque la fiesta de Nuestra Señora del Rosario conmemora la mayor victoria obtenida por los reinos cristianos. Por su importancia política, donde se jugaba la continuidad de Europa cristiana. Y por la intervención Divina más necesaria, decisiva, y palpable. Intervención que fue expresamente solicitada y confiada a Nuestra Señora mediante el rezo del Rosario por la autoridad espiritual del Papa, y secundada por la autoridad temporal de los reyes y la devoción de los pueblos. Con razón la actual fiesta de Nuestra Señora del Rosario se dedicó, el primer tiempo, a Nuestra Señora de la Victoria.
Hoy, tristemente vemos que las autoridades no cumplen con el primer deber de la sociedad, que es rendir el debido honor y culto a Dios. A Cristo, que es nuestro Rey, ¿Qué podemos hacer? Los recursos son escasos, los tiempos fugaces, las perspectivas desalentadoras. Hay sin embargo, una propuesta posible, inmediata, al alcance de todos. Quizás poca cosa para los desesperados y los impacientes, dos extremos opuestos que acaban muchas veces en lo mismo: no hacer nada. Nuestro auxilio está en el Nombre del Señor; y nuestra Victoria en el nombre de María. El Rosario venció, y el Rosario puede volver a vencer. No por nuestros méritos ni nuestras fuerzas; sí por nuestra confianza, que en Ella es santa esperanza.
Es este un llamado a rezar el Rosario en los espacios públicos. Una oración individual y silenciosa, en todas las ocasiones y lugares que sea digno y posible, pero público porque sea visible a los demás como pasamos las cuentas que lo acompañan. Es ciertamente poco, y sin embargo, nos parece difícil de concretar. ¿Cuándo y cómo nos ilusionamos en que seríamos capaces de actos heroicos…?
Pensemos en tantos tiempos muertos que genera la vida cotidiana: largos desplazamientos en transportes públicos, esperas en consultas médicas, demoras de reuniones, y muchos más. Ocasión propicia para que los omnipresentes teléfonos nos distraigan y disipen, dejándonos incluso la falsa impresión de brevedad. Que fácil podemos transformar esos tiempos muertos en tiempos vivos con la ayuda del Rosario. Porque no es sólo una manifestación política del bando cristiano, es también, y verdadera y principalmente, una acción sobrenatural. En cada lugar y circunstancia se estará invocando la atención específica de la Virgen, espantando de allí a los demonios que no soportan Su nombre, y atrayendo a los ángeles en nuestra ayuda.
Se trata de cristianizar los ambientes donde vivimos y convivimos. Ambientes, por laicos y pretendidamente indiferentes, verdaderamente anticristianos; ambientes que reniegan y combaten a Cristo Rey. Se trata, esta vez en forma pacífica, de levantar un estandarte y plantear una batalla; de hacer una avanzada en territorios enemigos; de ganar la calle, dirían otros. Habrá que estar preparado para las respuestas, que serán miradas burlonas, y palabras insolentes, y quizás más…
La caridad exige recordar que gran parte de esta reacción es el triste resultado de la renuncia de las autoridades a su obligación de establecer y defender los derechos de Dios. No se busca, por tanto, ser agresivo, ni ostentoso, ni orgulloso. También nosotros, aunque no queramos, estamos impregnados del mundo liberal que nos rodea. Y, por lo mismo, también a nosotros nos resultará provechosa esta práctica. Nos pondrá en guardia, alertas, obligándonos a actuar en consecuencia y cerrándonos la vergonzosa retirada. Encontraremos lugares donde sea incómodo rezar, y será ocasión de preguntarse si es un lugar que podemos y debemos evitar; o un lugar que no podemos abandonar, y debemos transformar.
A Ella confiamos la reconquista y el triunfo porque es fuerte como un ejército en orden de batalla. Y nuestras debilidades, a la que ha sido Madre de Dolores. Pero también es dulce, y pura, y humilde, y esto la hace atractiva e irresistible. No debe sorprendernos que otros muchos quieran agregarse a las filas que la tienen por Capitana.
Dios dirá lo que pueda resultar, pero nosotros no podemos dejar de ofrecerle a nuestra Reina excusas para que Ella, como en Lepanto, obre milagros. Porque Su gloria lo merece, y nuestra fragilidad lo necesita.
Los que han rezado la consagración al Corazón Inmaculado de María siguiendo el texto de san Juan Eudes recordarán el compromiso de «rogar, obrar y sufrir, siempre por Vos y con Vos, a la mayor gloria de vuestro divino Hijo Jesús». Que así sea.
¡Viva Cristo Rey!
¡Ave Cor Mariae!
Círculo Tradicionalista del Río de la Plata