Dom Alfonso M.ª Gubianas, O.S.B., monje de la Abadía de Montserrat, en el Tomo I (1936) de su versión traducida y anotada del Breviario Romano conforme a la edición típica del Año del Jubileo de 1900, al describir y explicar las Rúbricas Generales del mismo, indica que «después de la Oración de Prima […], en el Coro se lee el Martirologio». Más adelante, al detallar el Ordinario del Oficio Divino, especifica que «el Oficio de Prima constituye la oración oficial de la Santa Iglesia, para pedir a Dios libre a sus hijos de cuanto pueda dañar su alma, especialmente durante las luchas cotidianas. […] Este anhelo, casi nos atreveríamos a afirmar que culmina en el Oficio de Prima. Para fortalecer a sus hijos, la Iglesia nos propone la Oración, nos propone el ejemplo de los Santos en el Martirologio; y tiene especial interés en que acudamos a la que es Madre de la divina gracia, la Madre de Dios».
Acerca del Martirologio, Gubianas, en su obra Nociones Elementales de Liturgia (1930), aclara que «el que usa actualmente la Iglesia Romana, fue redactado, por orden del Papa Gregorio XIII, por el Cardenal Baronio, en el año 1584 [promulgándose con la Constitución Apostólica Emendato iam Kalendario, de 14 de Enero], y refundido primero en 1588, y más tarde por el Sumo Pontífice Benedicto XIV. La última edición típica es la del año 1922, aprobada por el Papa Benedicto XV». El S. Padre Pío XII haría luego otras dos reimpresiones de la postrera (añadiendo los nuevos santos canonizados en el ínterin) en 1948 y 1956. Después del Concilio, hubo que esperar hasta el año 2001 para que saliera a la luz una nueva edición. «El uso que hace la Iglesia de este libro litúrgico –continúa Gubianas–, consiste en la lectura del mismo en la Hora u Oficio de Prima en el Coro de todas las Iglesias Catedrales y Conventuales. Mediante la lectura del Martirologio, se anuncia todas las mañanas la festividad que ha de celebrarse el día siguiente, y se hace breve memoria de los principales Santos cuyo culto está reconocido por la Santa Iglesia».
A esta lección del texto del Martirologio Romano conmemorativo de los Santos que se festejan en el día ulterior, se la denomina Calenda. Goza de especial relieve la que se canta en los Coros en la mañana del 24 de Diciembre, en la cual se recuerda al Santo de los Santos, el Dios-hombre N. S. Jesucristo, cuyo Nacimiento se celebra el posterior día 25 de Diciembre. Esta relevancia se refleja en el enunciado de la lección correspondiente del Martirologio Romano, en donde se fija una cronología cuidada y precisa del Nacimiento en base a distintos acontecimientos cruciales o hitos en la Historia del Mundo y de la humanidad.
No pretendemos entrar aquí en ninguna polémica acerca de esta línea temporal que se ha venido repitiendo en todas las ediciones del Martirologio Romano hasta la de 1956 inclusive. Simplemente nos contentamos con dejar apuntado que esto no ha supuesto nunca una cuestión problemática en la Iglesia hasta tiempos relativamente muy, muy recientes. A modo de ejemplo, diremos que el gran Cardenal Segura no tenía inconveniente alguno en usar, como de pasada, la frase: «sigue resonando en el mundo, a través de los seis mil años transcurridos, la voz de Dios», en una Admonición Pastoral de 15 de Mayo de 1940. Que nosotros sepamos, el primer Papa que pareció empezar a aceptar la «cronología moderna» fue Pío XII cuando, en su Discurso de 22/11/1951 dirigido a la Pontificia Academia de Ciencias, habla de la «Omnipotencia creadora, cuya virtud, suscitada por el poderoso “fiat” pronunciado hace miles de millones de años por el Espíritu creador, se desplegó dentro del Universo». Como simple curiosidad, añadimos que M.ª de Jesús de Ágreda, en su magna obra Mística Ciudad de Dios, al venir a fechar la Encarnación del Verbo, declara que la cuenta de «la Iglesia Romana en el Martirologio, gobernada por el Espíritu Santo […] es la verdadera y cierta, y así se me ha declarado, preguntándolo por orden de la obediencia». A partir de la dicha edición de 2001 se adopta un lenguaje «prudente», utilizándose expresiones tales como «pasados innumerables siglos» o «después también de muchos siglos».
Nosotros nos limitamos a reproducir la formulación tradicional de la lección del Martirologio Romano que se ha seguido siempre hasta la edición de 1956 inclusive, deseándoles a todos una muy Feliz Navidad: «Día 25 de Diciembre. Octavo de las Kalendas de Enero. En el año cinco mil ciento noventa y nueve de la Creación del Mundo, cuando en el principio creó Dios el Cielo y la Tierra; en el dos mil novecientos cincuenta y siete del Diluvio; en el dos mil quince del nacimiento de Abraham; en el mil quinientos diez de Moisés y de la salida del Pueblo de Israel de Egipto; en el mil treinta y dos de la unción de David como Rey; en la Semana sexagésimo quinta según la Profecía de Daniel; en la Olimpiada ciento noventa y cuatro; en el año setecientos cincuenta y dos de la Fundación de Roma; en el cuarenta y dos del Imperio de Octavio Augusto; estando todo el Orbe en paz, en la Sexta Edad del Mundo, Jesucristo, Dios eterno, e Hijo del Padre eterno, queriendo consagrar el Mundo con su misericordiosísimo Advenimiento, concebido del Espíritu Santo, y pasados nueve meses después de su Concepción, nace en Belén de Judá, de la Virgen María, hecho Hombre. La Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, según la carne».
Félix M.ª Martín Antoniano