La Inmaculada Concepción y su vinculación a la Monarquía Hispánica (II)

En esta Octava de la Inmaculada Concepción de la Virgen María publicamos la segunda parte de este artículo escrito por María Dolores Rodríguez Godino.

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En diciembre de 1615 volvieron insistir para que se diera un paso más: la creación de una Junta de obispos y teólogos, para que analizaran la controversia. A igual que en la primera reunión, no comenzó siendo favorable, pero finalmente acabó creándose. Don Pedro de Castro era persistente y tozudo. Aunque, como curiosidad, el presidente era un opositor acérrimo: el Nuncio. Y no tardó en demostrarlo y actuar.

Aprovechando que el Papa Paulo V se enteró de las revueltas en Sevilla, se publicó con fecha de 6 de julio de 1616 la Constitución Regis Pacifici, en la que pretendía poner paz renovando las disposiciones anteriores e imponiendo silencio a la controversia: el Nuncio ya tenía la justificación para disolver la Junta recién creada. Sin embargo, no contaba con el empuje sevillano, al que esta decisión no hizo más que jalear los ánimos y acrecentar los esfuerzos: mandaron una legación a Roma para tratar definitivamente el asunto directamente con el Papa.

Éste, enterado, quiso evitar a toda costa celebrar audiencia con los sevillanos, quienes ya habían designado al antiguo General de la Orden de San Benito, Fray Plácido Tosantos, para la empresa. El Papa se lo dijo al Nuncio, el Nuncio al Rey…y el Rey decidió añadir a la comitiva a los enfervorecidos inmaculistas, nuestros ya conocidos Mateo Vázquez y Bernardo de Toro. Llegaron el 21 de diciembre; el Padre Tosantos fue recibido el 1 de febrero de 1617 y después, los otros dos. Como resultado, Paulo V escribe a Felipe III a fecha de 8 de marzo, dándole largas: lo pensará. Pero el Papa no conocía bien el genio español, y mucho menos la inventiva y recursos de los emisarios. Estos pidieron apoyo de las Universidades, reinos y demás, siendo el propio Rey quien firmó una carta a Paulo V, citándole la Fe en el dogma del Reino de Aragón.

Los debates duraron hasta septiembre de 1617. El día 12 se publicó el Decreto Sanctissimus Dominus noster. Todo seguía igual. Pero llegada a España la noticia, la alegría tergiversó el texto y celebraron en Sevilla, durante días, todo lo contrario: «Sin pecado original, que lo manda el Papa».

Pero la diplomacia del rey no abandonó el asunto. Pensando que era cuestión de estrategia, enviaron al Obispo de Osma (muy enfermo), al que le faltó tiempo para obedecer en tamaña empresa:

«…y si el demasiado ánimo costase la vida abré echado a una y inutil espada una honrada contera. En cuanto al partir con brevedad, digo que, por lo que mi toca, no sólo partiré mañana sino ayer»

Lamentablemente fallecería en medio de todas negociaciones y se enviaría al Obispo de Cartagena. A lo que hay que sumar las tretas del Nuncio, que embarca ahora al confesor del Rey, para que todo se detuviera.

El Rey no cede, hasta que el Papa llega a enojarse con tanta insistencia. Se mantiene que una de las razones por las que Paulo V no quería ceder en estas negociaciones tenía que ver con el reciente Concilio de Trento. El Papa pensaba que, al definir dogmáticamente la Inmaculada Concepción y estar tan próximo al Concilio, podía tomarse como una desautorización del mismo, postura que Francia sostenía.

Ya casi a las puertas de la muerte del Rey, sube al solio pontificio Gregorio XV quien le comunica que retomará el asunto, haciendo exclamar a Felipe III:

«…aunque fuesse yr en persona a Roma si fuesse necesario»

Y así, la Monarquía se convirtió desde 1616 en la principal defensora de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción. Felipe IV, unos meses después de la muerte de su padre, renovó los esfuerzos de éste con especial interés. Comenzaría el sinfín de cartas al Papa, para alcanzar la definición, el 10 de noviembre de 1621. Y de paso escribía al Embajador Extraordinario, el Duque de Monterrey, para que le comentase al Papa que algo debía hacer para cortar las afrentas de los maculistas, ya que con Paulo V no habían sido reprimidos con la dureza que bien se merecían.

Gregorio XV no accedió, pero la perseverancia del Rey tuvo frutos: el Decreto Sanctissimus, firmado el 24 de mayo y publicado el 4 de junio de 1622, por el que prohibirá que la fiesta de la Concepción Inmaculada de María se celebrara con el nombre de Santificación de Nuestra Señora, como lo venían haciendo los dominicos, también de vetar las disquisiciones en privado, mientras no hubiera pronunciación. No quedó contento el Rey, aunque le mostrara su agradecimiento.

Barcelona, Burgos y, como no, Sevilla, lo celebraron por todo lo alto. Aunque a Sevilla esto le pareció poco y envió carta de agradecimiento al Papa (12 de julio de 1622), quien respondió (4 de noviembre).

Pero esto no calmó los ánimos: los maculistas no estaban quietos y el Papa no quería disturbios, así que dos meses después de la alegría sevillana, publica el Breve Eximii atque singulares, permitiendo debatir la cuestión inmaculista en el ámbito privado.

La alegría en las calles va y viene, pero el Rey no retrocede y decide aumentar la presión, cambiando de estrategia: sustituyó al Duque de Alburquerque por el Duque de Pastrana, que fiel a las órdenes reales, redobla la insistencia. Pero el 8 de julio de 1623 fallece el Papa. Al nuevo pontífice, Urbano VIII le esperaban infinidad de misivas desde España. Lamentablemente las relaciones entre la Corte y Roma no fueron tan buenas como eran de esperar. Y la insistencia de otras Cortes (Fernando II, rey de Polonia; los electores de Colonia y Maguncia o el Duque de Baviera) no ayudaron a que se modificase la posición del Papa. Tanto fue así que suprimió la festividad de la Concepción como fiesta de guardar, con la única excepción en los lugares donde dicho festejo fuese patronal.

Hubo que esperar a que Nuestro Señor llamara a Juicio a Urbano VIII. Elegido Inocencio X las embajadas se reactivaron de forma exponencial. ¿Resultados? Un pobre decreto de la Congregación de Ritos, en el que la Fiesta de la Concepción volvía a convertirse en festividad de guardar para los Reinos de España. Pero los disgustos no vienen solos: el Santo Oficio, publicó un decreto que declara que la fiesta inmaculista no debía llamarse de la Concepción Inmaculada de la Virgen, sino de la Concepción de la Virgen Inmaculada. De un golpe a la Universidad de París con Duns Scoto debatiendo.

Pero a los sevillanos esto les produjo el efecto contrario y a igual que antaño llenaron puertas, muros y cancelas con la proclamación inmaculista; ahora con mayor intensidad hicieron lo mismo con la expresión prohibida por el Santo Oficio: no quedó rincón de Sevilla, noble o servil, sin proclama. Mientras, las Universidades hacen Juramento de la Defensa Inmaculista.

Ya en 1496 Soto logró que la Universidad de París adoptara entre sus estatutos el compromiso de jurar, votar y defender perpetuamente el misterio de la Inmaculada, siendo así la primera universidad que asumió tal compromiso. Y en 1499 la Universidad de Colonia y en 1501 la de Maguncia. En España fue la Universidad de Valencia la primera que hizo solemne juramento de defender la prerrogativa de la Concepción sin mancha de María en el año 1530. La fórmula era la siguiente:

«Ego … iuro quod quatenus per Sedem Apostolicam licebit tenebo defendendam predicabo atque docebo Beatam Virginem Dei Genitricem Mariam praeveniente Spiritus Sancti gratia absque ulla peccati originales labe fuisse conceptam».

«Yo … juro que en cuanto me lo permita la Santa Sede Apostólica, mantendré, defenderé, predicaré y enseñaré que la Bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, antecediendo la gracia del Espíritu Santo, fue concebida sin ninguna mancha de pecado original».

La de Osuna el 8 de diciembre de 1549. El resto de las universidades españolas realizaron el juramento inmaculista a partir del año 1617, vistos los resultados, aunque —en justicia— no fueron los claustros universitarios los primeros que juraron su defensa, sino el pueblo: primero  la villa de Madrid el día 20 de abril de 1438; a ella le siguieron Huesca (1450), Villalpando (1466) y ya en el siglo XVII, Palencia (1615), Écija (1615), Jerez de la Frontera (1615), Santiago (1616), Sevilla (1617), Granada (1617), Barcelona (1618), Salamanca (1618), Valladolid (1618), Zaragoza (1619), Bilbao (1620), etc.. Pero sigamos, sufrido lector, con las Universidades: la Universidad de Alcalá el 23 de agosto de 1617; Sevilla el 26 de enero de 1617, Salamanca el 28 de octubre de 1618, Granada el 25 de noviembre de 1617, Toledo el 10 de diciembre de 1617); Santiago de Compostela el 28 de diciembre de 1617, Baeza el 14 enero de 1618, Barcelona el 25 de noviembre de 1618), Valladolid el 15 de diciembre de 1618, Huesca el 26 de junio de 1619.

(Continuará)

María Dolores Rodríguez Godino, Margaritas Hispánicas